Capítulo 6:

¿En qué estaba pensando su padre para hacer tal locura?

¿Su enfermedad habría tenido que ver con su decisión?

Sienna tenía muchas preguntas, un sinfín de cuestionamientos que nadie podía responder ahora, pues su padre ya no estaba y su madre no podía darle ninguna buena explicación ni aunque quisiera hacerlo.

“Rafiq se quedará con todo lo que nos pertenece si no te presentas a la boda”, dijo.

“Piénsalo y decide lo que harás. Lo que tú crees que es mejor para ti”, añadió.

Sienna se sentó junto a la bonita caja, la miró como si se tratara de un alacrán que en cualquier momento iba a saltarle y darle un aguijonazo, envenenándola y matándola al instante. Sin embargo, eso era demasiado bueno para ser cierto, ella no iba a morir y tampoco podría eludir el destino que le había tocado.

Al día siguiente, Sienna se paró frente al espejo.

“¿Un vestido rojo?”, preguntó Scarlett entrando a la habitación.

Sienna se giró para ver a su hermana.

“Supongo que es la tradición de su país”, susurró en respuesta.

“¿Y todo esto es oro?”, cuestionó Scarlett entre asombrada y confundida.

Siena no tenía idea, pero el vestido sobre la cama no le llamaba la atención en lo más mínimo. Ademas, ella no iba a casarse bajo la voluntad de Hassan, ella no seria una esposa dócil, le haría la vida imposible para que fuera el mismísimo Emir quien le solicitara el divorcio y de esa manera romper el trato y recuperar su empresa.

La joven había estado pensando en eso toda la noche y esa había sido su brillante idea.

“Saca el vestido dorado de mi clóset”, le ordenó a la joven.

“Pero, Sienna…”

“Voy a casarme, pero lo haré con el vestido que yo quiera y no como él lo ordena”, aseguró.

Scarlett se apresuró a obedecer al tiempo que Fiona hacía acto de presencia.

Mientras tanto, en el Ayuntamiento de Manhattan, Hassan esperaba que Sienna fuera una mujer digna y le demostrara que no tenía ninguna artimaña oculta bajo la manga; sin embargo, sus deseos se fueron al diablo, cuando Sienna entró y se presentó en el Ayuntamiento, acompañada de su madre y hermana ¡Y con un vestido distinto al que él le había enviado!

¡Sienna lo estaba desafiando abiertamente! ¡Era una declaración abierta de guerra!

Hassan se sintió insultado por el vestido que Sienna portaba como si fuera una reina, apretó sus manos en dos puños y caminó en su dirección.

“¿Qué se supone que haces?”, preguntó con los dientes apretados.

“¿Casarme contigo?”, respondió Sienna con una sonrisa retadora en el rostro.

La joven había discutido con su madre por no aceptar venir con el vestido que Hassan le había enviado, pero Sienna había sido firme en su decisión y allí estaba ella, portando un vestido color dorado que para los árabes significaba no solo majestuosidad, sino también divinidad y honor. Porque Sienna estaba allí, parada frente a aquel oriental con dignidad. Con el honor de toda mujer que no le debía nada a nadie y menos a él.

Hassan achicó los ojos al escuchar su pregunta como respuesta, ¿Qué es lo que esa mujer se creía para

desobedecerle?

“¿Por qué traes ese vestido?”, preguntó con los dientes apretados, luchando para no perder la compostura y ceder al deseo de apretar el cuello de Sienna con sus propias manos.

“¿Esperabas que viniera sin ropa?”, cuestiono parpadeando casi con inocencia.

El rostro de Hassan se tornó rojo por la rabia y también porque su cerebro traidor, recreó la imagen de Sienna desnuda y tendida sobre su cama.

“No tientes a tu suerte, Sienna”, le advirtió con frialdad.

“De hecho, considero una mala, muy mala suerte tener que casarme contigo, pero ya que estamos aquí y muy dispuestos a unir nuestras vidas, ¿Por qué no nos damos prisa?”, preguntó con una sonrisa desafiante.

Entre tanto, Fiona y Scarlett miraban en la distancia la interacción de los novios, mientras Scarlett admiraba la belleza y actitud de su hermana, Fiona estaba al borde del colapso, tenía tanto miedo de que Sienna escapara del Ayuntamiento y con ello arrastrarlas a la miseria.

“¿Qué es lo que está pasando? ¿Hay algún problema con los novios?”, preguntó el alcalde de la ciudad.

“Por supuesto que no, no demoran”, dijo Fiona mirando al hombre con un semblante apenado.

El alcalde asintió.

“Voy a darles unos minutos más, pero deben recordar que no son los únicos que desean casarse”, habló el hombre con seriedad, ganándose una mirada severa por parte de Assim.

El consejero caminó con pasos discretos hacia el Emir, el hombre irradiaba enojo, podía sentirlo y notarlo en la postura de su cuerpo, algo que no sucedía muy a menudo y menos si la razón era una mujer.

“Señor”, llamó en tono bajo.

Hassan fulminó con la mirada a Sienna antes de girarse y mirar a Assim.

“Dile que enseguida mi novia y yo estaremos frente a él”, murmuró.

Assim asintió y volvió sobre sus pasos.

“Al mal paso hay que darle prisa, ¿No?”, dijo Hassan con frialdad.

“Por primera y seguramente única vez, estoy de acuerdo contigo”, respondió Sienna, pasando por su lado y parándose frente al escritorio del alcalde.

Hassan se resistió a maldecir y se giró para seguir los pasos de su futura y rebelde esposa.

“Puede iniciar”, se aventuró a pedir Sienna, pese al miedo que corría por cada rincón de su cuerpo y del hormigueo que le recorría la piel, se mantuvo serena.

Más bien se obligó a permanecer serena.

“Por favor”, indicó Hassan al ver la duda en los ojos del alcalde.

El hombre asintió y ofició la ceremonia civil, mientras Sienna fingía prestar atención y Hassan luchaba para no tocar la mano de la mujer.

“¿Pueden decir sus votos?”, preguntó el hombre no muy seguro de que estuviera casando a una pareja normal y por amor.

“NO”.

“SÍ”.

El alcalde lució mucho más confundido que antes.

“¿Sí o no?”, preguntó.

Hassan miró a Sienna, era una mirada de advertencia sobre cualquier locura que ella pensara hacer o decir, pero ella hizo caso omiso a la advertencia y procedió a hablar.

“Yo, Sienna Mackenzie, te prometo fidelidad, únicamente si me eres fiel, te respetaré en la medida en que me respetes de lo contrario, te prometo desobediencia todos los días de mi vida, hasta que me pidas el divorcio por voluntad propia”.

El alcalde parpadeó varias veces para entender aquellos votos matrimoniales que eran sin duda los más extraños que había escuchado en toda su vida, mientras Fiona sentía que iba a desmayarse allí mismo, Assim temía que Hassan explotara en furia y Sienna.

Sienna solo esperaba que todo aquello terminara pronto y volver a su vida, creyendo que Hassan se marcharía a su tierra sin ella.

Sin embargo, luego de que el alcalde los declarara marido y mujer, Hassan la tomo del brazo y la llevo con él hasta la puerta de su auto.

“Suéltame”, gruñó Sienna con los dientes apretados.

“Eso no es lo que dijiste la noche que estuvimos juntos”, le recriminó Hassan muy cerca del oído, provocando que la piel del cuello de Sienna se erizara.

“Tampoco te escuché quejarte y menos comportarte como un troglodita”, se defendió Sienna.

“Entra al auto”, le ordenó.

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