Capítulo 89:

“Ahora todo está en manos del Consejo, solo tenemos que tener fe y esperanza. Farid es inocente…”, intentó Sienna infundir ánimos, a lo que Callie asintió, aunque sin poder ocultar su ansiedad.

En la sala del Consejo, la tensión era palpable. Zaida y Farid fueron llamados para escuchar su condena.

“Zaida Hijazi”, la llamaron, y ella, al no escuchar el apellido Rafiq, supo que algo había cambiado.

“No puedes ocupar un apellido de casada, estando divorciada”, le espetó Jahir, disfrutando del momento en que le comunicaba que ya no formaba parte de la Familia Rafiq.

Zaida, incrédula y desafiante, gritó:

“¡Mientes!”.

Pero Jahir, con satisfacción, le informó que Abdel había obtenido el divorcio, liberando así su apellido de la mancha que ella representaba.

“¡Fuiste repudiada por tu marido y por tu familia política!”, exclamó Jahir.

La sentencia cayó como un mazo: Zaida Hijazi estaba condenada a la pena máxima por el asesinato del antiguo Emir y por intento de homicidio contra Abdel Rafiq, además de otros crímenes menores. Su risa histérica resonó en la sala, una risa que ocultaba su desesperación y su último deseo de arrastrar a Farid con ella en su caída.

Pero el destino tenía otros planes. “Farid Rafiq”, llamó Jahir, y en ese momento, Farid temió lo peor. “Quedas absuelto por el asesinato del viejo Emir”, anunció, y las palabras de libertad se extendieron por la sala como un bálsamo. Zaida, en cambio, gritó, su venganza desmoronándose ante sus ojos.

El grito de Zaida fue un eco que llegó hasta donde los demás esperaban, un grito que marcaba el fin de su reinado de terror.

“No pueden liberarlo, él estuvo de acuerdo conmigo”, sollozó, pero ya era tarde. Nadie le prestaba atención y fue llevada de regreso a su celda.

“Eres un hombre libre, Farid”, dijo Jahir, y con esas palabras, se cerró un capítulo oscuro en la historia de la Familia Rafiq.

Hassan, aún confundido por los recuerdos de un sabotaje antes del accidente, siguió a los guardias que se llevaban a su madre.

“Déjenme a solas con ella”, ordenó.

Zaida, encerrada, suplicó a su hijo:

“Tienes que ayudarme, Hassan, no puedes permitir que traten a tu madre de esta manera. ¡Eres sangre de mi sangre!”

Pero Hassan, con una claridad que nunca había sentido antes, la enfrentó:

“No sigas mintiendo y mintiéndote a ti misma, madre. Todo lo que hiciste, no lo hiciste por mí, ni por ninguno de mis hermanos. Lo hiciste por ti, por tu deseo de ser quien tuviese el poder”.

Zaida, incapaz de aceptar la realidad, se cubrió los oídos, negándose a escuchar la verdad que Hassan le revelaba.

“¡Vete, Hassan! ¡Vete!”

Zaida cayó de rodillas en el frío piso, llevó su mano a su pecho, mientras un alarido desgarrador salió de sus labios.

Era la condenación más dura que podía recibir: el perdón de aquellos a quienes había hecho tanto daño.

Hassan contuvo las lágrimas.

Era un hombre, y se dice que los hombres no deben llorar, pero era difícil no hacerlo.

Esa mujer condenada a morir era su madre, la misma que lo había llevado nueve meses en su v!entre y lo había alimentado con su pecho cuando era un ser indefenso.

La misma mujer que no se había tentado el corazón para eliminar a su abuelo, intentar matar a su padre y alejarlo de la mujer que amaba y de su hijo.

Zaida sería siempre un enigma para él. Hassan realmente dudaba de que algún día se pudiera comprender del todo al ser humano.

Eran tan volubles.

‘Caras vemos, corazones no sabemos’, pensó con dolor.

Mientras tanto, Callie y Farid se volvieron a encontrar.

Él no se atrevió a acercarse y ella evitó mirarlo.

No sabía cómo sentirse en ese momento, estaba feliz al saber que le habían otorgado la libertad y el perdón, que no sería ejecutado por un crimen que no cometió, pero, por otro lado, estaba nerviosa. No sabía cómo actuaría Farid, ahora que estaba libre.

“Callie, ¿Podemos hablar?”, preguntó Farid en un hilo de voz.

“Aquí no creo que sea un buen lugar”, respondió Callie sin mirarlo.

Farid bajó la mirada al darse cuenta de que Callie no tenía deseos de verle la cara y lo peor es que, tenía muchos motivos para tratarlo como lo hacía. La había herido.

“Voy al palacio de Farid, para saludar a mi padre, ¿Podemos hacerlo allí?”, cuestionó Farid, esperanzado.

Ella asintió.

“Gracias”, dijo Farid, pero Callie no le respondió. No pudo hacerlo, pues otra ligera contracción se abrió paso por su cuerpo.

Callie se portó serena y hasta un poquito fría, pero no era como si pudiera lanzarse a sus brazos y besarlo en público, además, el pasado aún pesaba entre ellos.

Callie y Sienna subieron a la camioneta que las llevó de regreso al palacio, mientras Hassan y Farid, viajaban en otra camioneta.

“¿Te dieron fecha para su ejecución?”, preguntó Farid casi cuando estaban llegando a casa.

“No, el Consejo aún está deliberando, pero nos avisarán, apenas tengan la fecha”, respondió Hassan, echando la cabeza hacia atrás.

“Sé que deseas decirme algo, estás en tu pleno derecho de golpearme si quieres”, dijo Farid, mientras Hassan respiraba profundamente.

“Ahora mismo no sé ni lo que quiero decir. No sé si quiero reclamarte, golpearte o felicitarte por tu valor al hacer lo que hiciste, Farid. Sinceramente, no quisiera estar entre tus zapatos, sobre todo, con Callie”.

Farid levantó el rostro y clavó los ojos en los ojos de su hermano.

“Tengo una petición que hacerte”, dijo Farid con seriedad.

“¿Qué cosa es?”, preguntó Hassan.

Farid negó.

“Aquí no puedo decírtelo, primero déjame hablar con Callie, hacer que escuche mi versión de los hechos”, explicó.

Hassan asintió, sobre todo, porque creía que su hermano no la tendría fácil con Callie, pero no había peor lucha que la que no se hacía y Farid estaba dispuesto a hacer muchas cosas por Callie y su bebé.

El recuerdo de Callie con su v!entre redondito lo llenó de esperanza y ánimos, pero también de temores.

“Bien, te ayudaré, ven a mí cuando sepas lo que quieres”, respondió Hassan.

Farid asintió y salió detrás de Hassan. Los hombres se despidieron en el camino, Farid fue directo a su habitación para ducharse y rasurarse su descuidada barba.

Tenía que estar presentable para encontrarse con Callie, pensar en ella le hizo dibujar una pequeña sonrisa en los labios.

Una hora más tarde, Halima fue la encargada de llevarle la nota a Callie. La joven se sentía un poco mejor, el descanso le había sentado bien, pero ahora que debía encontrarse con Farid, el nerviosismo parecía volver a colarse en la parte baja de su v!entre.

“No estás obligada a ir, Callie, date tiempo. Ambos lo necesitan”, dijo Sienna al ver el rostro pálido de su amiga y el nerviosismo de su mano al tomar la taza de té.

“¿Cuánto tiempo podremos retrasar lo inevitable?”, cuestionó Callie, sin mirar a Sienna.

Callie tenía la mirada puesta en algún punto de la habitación.

“Tanto como tú quieras. No te sientas…”, comenzó a decir Sienna.

“¿Obligada?”, preguntó Callie, interrumpiendo a su amiga.

Sienna asintió.

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