Capítulo 83:

No tenía sentido terminar con la maldad de Zaida, si en el proceso uno de ellos fuera a perecer, pero Farid mostraba pocos deseos de vivir.

Quizá Callie Costner fuera la solución, pero su entrada al país seguía prohibida, alguien tendría que intervenir y los únicos que podían hacerlo, no estaban en condiciones.

Hassan fuera del país y sin memoria, y Abdel postrado en una cama.

“Señor Assim”, llamó uno de los médicos.

Assim se giró para ver al médico y se acercó.

“¿Cómo está el señor Rafiq?”, preguntó.

El médico esbozó una ligera sonrisa de tranquilidad.

“No se trata de reflejos, el Señor Abdel ha despertado, llamaré al fisioterapeuta para que iniciemos con los movimientos corporales, mientras hacemos algunos otros análisis”.

Assim asintió.

“¿Puedo verlo?”.

“Sí, necesita tranquilizarlo, no ha dejado de preguntar por el Señor Hassan. Le he dicho que él se encuentra bien, pero no me cree”, mencionó el galeno.

Assim no esperó más y se dirigió la habitación de su suegro.

Tenía muchas cosas que explicar entre ellas, su matrimonio con Jenna y las cosas que tuvo que hacer en complicidad con Farid.

“Señor”, llamó al entrar a la habitación.

Abdel lo miró, sus ojos estaban tristes. Había un rastro de lágrimas en ellos y angustia.

“¿Dónde está Hassan?”, preguntó.

Abdel no podía dejar de pensar en el accidente que habían sufrido recién despegaron de Abu Dabi, había bastado un momento para que la muerte corriera tras ellos y los precipitara al mar.

“¿Dónde está mi hijo?”, insistió ante el silencio de Assim, la angustia se incrementó dentro de su pecho hasta el punto de robarle el poco aire que sentía que llegaba a sus pulmones.

“Assim”.

El ex consejero carraspeó.

“El Señor Hassan está bien, sufrió alguna que otra herida, pero se encuentra vivo. Ahora mismo, se encuentra en la ciudad de Nueva York”, dijo.

Abdel abrió los ojos ante la información de Assim.

“¿Cuánto tiempo ha pasado?”, preguntó con cierta dificultad.

“Desde el accidente han pasado ocho meses, señor”, contó Assim.

Abdel g!mió con angustia y dolor.

“¿Ocho meses?”.

Assim asintió, esperando no estar equivocándose al contarle todo lo que había sucedido en ese tiempo, pero necesitaba la ayuda de un miembro poderoso, de lo contrario Farid…

Assim negó, no iba a dejar que eso sucediera y haría hasta lo imposible por impedirlo.

Mientras tanto, en Nueva York, específicamente en la ensambladora Mackenzie, la fiesta de inauguración fue todo un éxito.

Las mujeres que trabajaban en la empresa, estaban felices por la oportunidad que se les estaba dando, no cualquier empresa pensaba en ellas y en sus hijos.

Tenerlos y ahorrarse el gasto de niñera y vivir con la angustia de si sus hijos estaban bien cuidados o no, ya no les distraería del trabajo.

Eran tantas ventajas para ambas partes.

“Gracias, por pensar en nosotros y en nuestros hijos”, dijo una de las colaboradoras.

Sienna le sonrió, al principio había pensado en su propio hijo y en la angustia que sentiría al dejarlo solo tanto tiempo, fue aquel el detonante para ponerse en el lugar de las muchas mujeres que tenían que hacerlo; mujeres que todos los días salían con la angustia de dejar a sus pequeños en manos ajenas, arriesgándolos en más de un sentido.

La felicidad que Sienna vio en más de una madre y padre ese día, le hizo comprender lo importante que era no solo pensar como jefa y dueña de una empresa, sino ponerse en los zapatos de sus empleados y comprender sus necesidades.

La fiesta duró varias horas más, Sienna, Hassan, Hassan y Callie fueron los primeros en despedirse, por lo que Scarlett se quedó como única representante de la empresa.

“¿Estás segura de que vas a dejarla sola?”, preguntó Hassan a Sienna una vez que estuvieron en el auto.

“Scarlett está preparada para esto, Hassan, yo a su edad estaba poniéndome al frente de la empresa”, respondió, haciendo una pausa.

“Por cierto, no he tenido la oportunidad de agradecerte todo lo que hiciste a mis espaldas”, añadió, causando que un escalofrío recorriera la columna vertebral de Hassan, pues no tenía idea de lo que había hecho.

“¿Gracias, por?”, preguntó.

Sienna le sonrió, acarició su mentón y habló:

“Por crear un fondo universitario para Scarlett, por cancelar las deudas que mi padre tenía con los proveedores y de las que yo no sabía de su existencia. Los últimos meses fueron duros para él y para mí, supongo que su silencio se debió a que no deseaba preocuparme y quizá porque confiaba con los ojos cerrados en ti”, dijo.

Hassan no había tratado mucho a Steven Mackenzie, lo había visto como un socio más en su larga lista de negocios.

Sin embargo, había sido con el único que firmó un contrato matrimonial sin siquiera conocer a su futura esposa.

Había sido la primera vez que se dejara dominar por el instinto y firmó sin razonar.

Él no se arrepentía, aquella locura había traído a Sienna a su vida.

“Si me lo hubieses agradecido al principio, te habría dicho sin vacilar que, negocios eran negocios, sin embargo, en este momento, soy yo quien tiene que agradecer a tu padre por proponerme tal locura y a ti, por no escapar, ese día”, respondió Hassan.

Sienna le dejó un corto beso en los labios.

“¡Dios, no coman pan delante de los pobres!”, exclamó Callie, quien venía acompañándolos en la camioneta.

Sienna y Hassan se sonrojaron ligeramente, pues se habían olvidado por un segundo de que Callie los acompañaba.

“Lo siento”, se disculpó Sienna.

Callie se encogió de hombros, sin embargo, el dolor que atravesó su corazón fue muy grande hasta el punto de sentir que se ahogaba.

¿Por qué tan difícil olvidar a Farid?

¿Por qué no podía dejar de pensar en él, cuando había jurado hacerlo?

La angustia que Callie sentía en el pecho no tenía explicación lógica, era un miedo que la consumía desde dentro del pecho y amenazaba con devorarla.

‘Farid’, pensó Callie.

Farid ocupaba sus pensamientos en los últimos días y por mucho que negara sus sentimientos era imposible apartarlo de su mente.

“¿Te pasa algo?”, preguntó Sienna.

“Estoy bien, Sienna, no te preocupes”, respondió Callie, sin embargo, esta vez Sienna no le creyó.

La mirada de Callie era melancólica y su semblante preocupado.

“¿Puedes llevarte a Hassan a su habitación?”, preguntó Sienna apenas el auto se estacionó frente a la entrada de su casa.

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