Capítulo 78:

“Hassan está en Nueva York, fue en busca de la mujer que ama y tú no volverás a arruinar su vida jamás”, reveló Farid.

Zaida abrió los ojos, su rostro se desfiguró ante las noticias.

“¡Voy a matar a esa mujer!”, exclamó Zaida a todo pulmón.

“No lo harás, porque para hacerlo, necesitas libertad y es algo que tú ya no tienes…”, le respondió Farid.

Zaida frunció el ceño al escuchar a Farid.

“¿Qué quieres decir?”, preguntó.

“Señores, ya tienen lo que necesitaban para enviar a prisión y castigar a Zaida Rafiq por todos sus crímenes”, dijo Farid con la voz rota.

Farid nunca pensó que, en el momento decisivo, le doliera entregar a su madre, pero esto era lo que había estado haciendo desde que Callie y Sienna se marcharon del país.

“¡Eres un miserable traidor!”, gritó Zaida al darse cuenta de que estaba perdida.

Farid no respondió ante el ataque de Zaida, por el contrario, se hizo a un lado y dejó que los representantes de cada Emirato se hicieran cargo de ella.

“No te verás libre tan fácilmente de mí, Farid”, amenazó Zaida.

“¡Me has ayudado en muchas cosas, no puedes salir impune de todo esto! ¡No seré la única que pague, tú vendrás conmigo!”, gritó.

“¡Llévensela!”, gritó Jahir, mientras se acercaba a su primo.

Farid sabía que Jahir haría pagar a su madre, sobre todo, porque había atentado contra la vida de su tío. Abdel era apreciado por el Emir de Abu Dabi.

“Comprenderás que, una vez que hayas involucrado a todos los representantes de cada Emirato, no podrá ocultarse nada. Todo será de dominio público”, le dijo Jahir a Farid.

“Lo sé, Jahir. Lo sé desde el momento que empecé a reunir las pruebas en contra de mi madre. Jamás imaginé que su corazón estuviera tan sucio como para querer matar a mi padre y orquestar otras cosas que han estado ocultas”, mencionó Farid.

“Sin Hassan, eres el único representante de Dubái y estando en proceso de juicio, no podrás dejar el país, Farid”, le informó Jahir.

Farid asintió.

“También soy consciente de eso, no tengo ninguna intención de dejar el país de cualquier manera”, mencionó.

Farid aún no había cumplido su misión, tenía que cuidar a su padre, pues, aunque su madre ya estaba bajo arresto, no quería arriesgarse.

Hacerlo sería subestimar no solo su maldad sino su poder que evidentemente tenía dentro de los organismos, solo de esa manera se explicaba que Nayla Najdi no cumpliera su condena al pie de la letra.

“Estaremos investigando los documentos que nos has entregado, Farid, espero que no te veas involucrado de manera negativa en todo esto”, le dijo Jahir.

Farid asintió.

“No te preocupes, estoy dispuesto a enfrentar lo que tenga que enfrentar, soy consciente de mis actos y de las cosas que hice con el fin de tener las pruebas que necesitaba para hacerla caer”, dijo.

Sin embargo, Farid no solo hablaba de documentos, dinero u acciones.

También pensaba en lo que le había hecho a Callie, las duras palabras que le había dicho para alejarla de él y de esa manera mantenerla a salvo junto a Sienna.

Eso era todo lo que había podido hacer por ellas.

Entre tanto, Zaida fue llevada del palacio a uno de los autos que estaban estacionados frente a su residencia.

La mujer parecía ausente, su mirada estaba perdida, mientras su corazón y mente maldecían una y otra vez haber confiado en Farid, ella había pensado que, de sus tres hijos, era el único en comprenderla y apoyarla de manera incondicional, por eso había dejado ver su lado malo, incluso lo había presionado, con el tema de Abdel.

“Serás llevada a una de las celdas especiales, quedarás a disposición de las autoridades y no gozarás de ningún otro tratamiento”, le informaron.

“Soy la esposa de tu tío”, refutó Zaida al ver a Jahir parado delante de ella.

“El mismo hombre al que impediste recibir un tratamiento digno de acuerdo con sus necesidades, el mismo hombre a quien pensabas asesinar lentamente para no convertirte en una mujer divorciada. No veo por qué deba ser condescendiente contigo, Zaida”, le respondió Jahir.

“Nos odias, siempre lo has hecho. Has sentido celos de Hassan y has tratado de arruinarlo. A mí no vas a engañarme”, acusó Zaida.

Jahir sonrió.

“Estás loca, Zaida. Jamás vi a ninguno de mis primos como rivales, el tener negocios en Abu Dabi no los convirtió en mis enemigos. Fue tu lengua viperina la que llenó sus mentes y sus corazones de resentimientos contra la familia de mi madre. No soportaste que ella sin tener más que su nombre, pudo conseguir un hombre que la amara y valorara todos los días de su vida. Tu ego no pudo soportar que ella consiguiera un buen amor por su bondad, mientras tú obligaste a mi tío a casarse contigo. ¡Te compraste un marido!”, le recriminó Jahir.

Zaida gruñó como si fuera un animal herido.

“Los Rafiq volvieron a la elite por la fortuna de mi padre. Tu madre tuvo una boda digna gracias a mí, ¿Así es como me pagas?”, cuestionó Zaida.

Jahir la ignoró y se alejó de Zaida, esa mujer no destilaba nada más que veneno cada vez que abría la boca, pero finalmente iba a pagar el daño causado…

Mientras tanto, en Nueva York, Hasan volvió al hospital con un precioso ramo de rosas. Sienna habría preferido sus gardenias, pero por el momento se conformaba con esto.

Las gardenias tenían un significado muy profundo y mientras Hasan no tuviese recuerdos, no sería lo mismo.

“Hola”, dijo Hasan, acercándose a Sienna y sorprendiéndola con un beso sobre la frente.

“Hola, ¿Has comido?”, preguntó ella, y él negó.

“Estuve en el Ayuntamiento”, respondió Hasan.

Sienna apretó los labios y esperó a que él le explicara.

“Tengo el acta de nuestro matrimonio, pero…”, hizo una breve pausa.

“¿Qué?”, preguntó Sienna.

“¿Nos casamos bajo las leyes y cultura de mi país?”, cuestionó Hasan.

Sienna negó.

“¿Cómo ha sido eso posible?”, preguntó, acercándose a la cuna para saludar a Hassan.

“Una larga historia”, respondió Sienna, mirando la escena.

“Que tampoco vas a contarme”, dedujo Hasan.

“Tengo hambre, Hasan, ¿No puedes tener un poco de piedad?”, preguntó Sienna, haciendo un puchero.

Sienna no quería contarle los malos momentos que vivieron en Los Emiratos, no deseaba arruinar su tiempo juntos, aunque, era consciente de que ese momento llegaría tarde o temprano, lo alargaría todo lo necesario.

Hasan podía salir corriendo de regreso a su país y ella no podía entrar para acompañarlo, así que, era mejor esperar.

“No estás siendo seria”, la acusó el Emir.

Sienna le pestañeó un par de veces.

“Lo sé, pero no he comido, quería hacerlo contigo”, dijo.

Hasan suspiró, dejó el portafolios sobre el sillón y se acercó a ella de nuevo.

“¿Qué quieres para comer?”, preguntó.

“Ya he pedido, espero que te guste”, dijo Sienna.

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