Capítulo 76:

Hasan la miró.

“¿Soy su padre?”, preguntó con un hilo de voz.

Sienna meditó sus palabras, él no recordaba, pero ella no tenía ningún motivo para mentirle, todo lo contrario, esta era la oportunidad que necesitaba para contarle sobre su relación, confiando en su amor.

“No solo eres su padre, también eres mi esposo”, dijo Sienna.

Hasan se mordió el labio, una fuerte emoción le atravesó.

“¿Nos casamos?”

Sienna asintió.

“Nos casamos aquí, en Nueva York, hace poco más de un año”, le contó.

Hasan trató de recordar, pero su mente seguía en blanco.

“¿Nos amábamos?”, preguntó, mientras acunaba mejor al bebé entre sus brazos.

“No”, respondió Sienna sin vacilación.

“¿Ah?”, exclamó Hasan confundido.

“En realidad nos llevábamos como perros y gatos”, respondió Sienna.

Hasan abrió los ojos.

¿Cómo se había casado con una mujer a la que no amaba?

Entonces recordó el acuerdo.

“Entonces…”, comenzó a decir.

“Traté de huir de ti y me cargaste como si fuera un costal de papas, me subiste al avión y me llevaste lejos de aquí”, explicó Sienna.

“¿Y lo dices así, como si fuera lo más normal del mundo?”, preguntó Hasan sorprendido.

Sienna se encogió de hombros, mientras el corazón le latía sin piedad dentro del pecho.

“Lo mejor vino después”, aseguró.

“¿No vas a contármelo?”, insistió Hasan.

Sienna negó, lo miró fijamente antes de responder.

“He estado tentada a caerte a sartenazos para hacer que recuerdes, pero supongo, que tendré que ser paciente contigo. Eres mi esposo y no puedes escapar de mí”.

Hasan tragó el nudo formado en su garganta, eso parecía una clara y desvergonzada amenaza.

“Sienna, necesito saber lo que ha sucedido entre nosotros. Todo lo que sucedió”, pidió.

La joven asintió.

“Te contaré toda la teoría, pero si quieres recordar lo que había entre nosotros. Tendrás que practicar mucho”, agregó con una sonrisa pícara.

El cuerpo de Hasan tembló y sus mejillas se sonrojaron ante la insinuación de Sienna.

Él recordó rápidamente lo que Nayla quiso hacerle y como la rechazó de inmediato, pero con esta mujer delante de él, todo lo que deseaba era que cumpliera sus palabras y le hiciera recordar en medio de la práctica.

“No eres la mujer perfecta, pero sí la correcta”, musitó Hasan.

Sienna ahogó una risita.

“Espera y verás”, prometió.

Aquella promesa lejos de disgustar a Hasan, le hizo sentirse fascinado.

Sienna no era una mujer que se fuera por las ramas.

Ni siquiera se molestó en ser cuidadosa para decirle que eran esposos. ¡Incluso ella quería golpearlo! Y él debía estar muy loco para sentirse irremediablemente atraído por ella.

“¿Siempre eres así?”, preguntó Hasan.

“¿Así cómo?”, cuestionó Sienna achicando los ojos.

“Tan directa”, respondió Hasan.

“En la mayoría de veces”, respondió Sienna con simpleza.

Hasan asintió, se alejó de ella para tratar de liberarse de su influencia, esa mujer tenía un aura magnética, atrayente y rebelde que lo envolvía.

“¿Vas a contarme?”, preguntó Hasan, sentándose en el sillón.

“Sí, pero no hoy. Acabo de parirte un hijo, deberías estar dándome amor”, refutó Sienna con sentimentalismo.

Hasan tragó el nudo en su garganta.

Ella tenía razón, si todo lo que decía era verdad, él no debería estar haciendo esas preguntas ahora, sino dándole tranquilidad y cariño.

“Cuidaré del bebé, mientras duermes”, le dijo Hasan, sin saber si era o no lo correcto.

Sienna se sintió apachurrada de ánimos, pero no podía dejarse vencer, tenía que darle tiempo al tiempo.

Por ahora solo podía esperar, sin embargo, era una espera distinta, ahora Hasan estaba con ella, sabía de ella y de su bebé.

“No elegí un nombre para nuestro hijo, tenía la esperanza de que volvieras a mí y pudiéramos elegirlo juntos. Si quieres…”, dijo Sienna.

Hasan asintió, pues no fue capaz de responder con palabras.

Sienna cerró los ojos y se quedó dormida.

Entre tanto, Hasan miró a su hijo, lo meció hasta que el pequeño se quedó profundamente dormido, entonces lo llevó a su cuna y lo contempló con detenimiento.

Era rubio como ella, pero sus rasgos eran los de un niño oriental.

El nudo se formó en su garganta, mientras volvió al sillón. Hasan sacó su móvil e hizo un par de llamadas, hizo algunas solicitudes y esperó a tener respuestas.

Sienna no se despertó hasta que el reloj marcó las cero horas.

El llanto de su bebé la sacó de su profundo sueño, lo que ella no esperó, fue ver a Hasan cargando al bebé y caminando de un lado a otro para tratar de calmarlo, lo cual parecía funcionar por momentos, pues el pequeño debía tener hambre o quizá tenía el pañal mojado.

“Déjame alimentarlo”, pidió Sienna, con voz pastosa por el sueño.

Hasan se giró para ver y de repente una visión de un tiempo remoto y lejano llegó a su mente, Sienna en la cama, estirando sus brazos hacia él, claro que en ese momento no era para cargar un bebé como ahora, pero podía ser que sus recuerdos empezaran a llegar por fragmentos.

No era mucho, pero era mejor que nada.

Hasan se acercó a ella y dejó al pequeño entre los brazos de su madre.

“¿Por qué no pensaste en ponerle un nombre?”, preguntó Hasan.

Sienna no respondió, en silencio se abrió la bata y colocó su duro pezón en la boquita del bebé. La joven hizo una mueca, aún no se acostumbraba a ese pequeño dolor que le causaba la boca del bebé al succionar su pecho.

Hasan trató de apartar la mirada de aquella escena, pero le fue imposible. Se sintió hechizado por las acciones de Sienna, pese al dolor que era evidente que sentía, no se apartó de su hijo.

“Te lo dije antes, estaba esperándote”, respondió Sienna sin verlo.

Hasan se acercó otro poco, haló la silla con cuidado de no hacer ruido e incomodar al bebé y se sentó.

“Antes de venir a Nueva York, esperaba tener paciencia para recordar. Ahora solo deseo romper la oscuridad que me separa de todos mis recuerdos. Mi mente está en blanco, pero cada vez que te veo”, hizo una pausa.

“Que los veo, siento que mi corazón se llena de un amor infinito. Un amor que ni siquiera puedo describir con palabras”, añadió.

El corazón de Sienna latió fuerte de nuevo.

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