La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 74
Capítulo 74:
Hasan había llegado a Nueva York y ni siquiera se molestó en tomarse un descanso, técnicamente corrió a la ensambladora, como si llevara prisa, lo que jamás imaginó era encontrarse con aquella hermosa mujer con cabellos dorados como el oro.
“Hasan”.
El cuerpo del Emir se tensó al escuchar el susurro que ella dejó escapar y fue como si el tiempo se detuviera para los dos.
Sus miradas se encontraron, sus corazones saltaron a la vida y no hubo nada más interesante en el mundo que verse.
La garganta de Sienna se secó, habría dado lo que fuera por correr a los brazos de Hasan, pero sabía, que podía estar equivocándose, pero lo deseaba.
Anhelaba tanto que la tomara entre sus brazos, que la besara…
“No puede volver, señora Sienna, las cosas de este lado son muy complicadas. No sé ni siquiera por dónde empezar”.
Sienna había hecho una pausa en la lectura, su corazón martillaba dentro de su pecho con fuerza y con miedo.
Dos sentimientos letales, aun así, se obligó a seguir.
“Hemos encontrado al Señor Hasan”.
Aquellas cinco palabras fueron como recibir un golpe sobre la boca del estómago.
Sienna sintió que se quedaba sin aire mientras leía y releía aquellas palabras, se levantó de su asiento incapaz de poder leer el resto de la información.
Ella sentía que su corazón iba a salirse de su pecho y el deseo de correr al aeropuerto eran tan grande, que tuvo que agarrarse a la silla con tal fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.
“Tienes que terminar de leer, Sienna, tienes que saber lo que pasó. Serénate mujer”, se dijo a sí misma, obligándose a sentarse delante de la laptop.
“Afortunadamente, el Señor Hasan se encuentra bien físicamente, pero no puede recordar nada de su pasado reciente. Su memoria se ha borrado y no sabe quién es usted. No puedo decirle la verdad, porque lo he prometido. He cometido una traición por amor, pero solo quien ama como usted ama a mi señor, podrá entender, señora”.
“La señora Zaida se ha vuelto loca, pero mi señor es tan rebelde que jamás caerá en su juego, por favor, tenga paciencia y espere el momento de su reencuentro. Téngale paciencia si él no la recuerda, no es su culpa. Es la secuela del terrible accidente que sufrió”.
Sienna tomó aire, necesitaba llenar sus pulmones y aclarar su mente para asimilar la noticia.
¿Hasan había perdido la memoria?
¿No la recordaba?
El dolor se abrió paso por su corazón, sin embargo, la razón le gritó sin descanso que esto era mejor que saberlo muerto.
Que tenía una oportunidad de volver a verlo, solo tenía que esperar.
“La señora Zaida ha movido cielo, mar y tierra, para que le sea prohibido el ingreso al país, tiene ojos donde sea y si usted pisa el aeropuerto, será encarcelada y no podremos hacer nada para sacarla de allí. Estamos actuando con discreción, por favor, no trate de volver a este país, no habrá manera de que le permitan su ingreso, por favor, señora. Manténgase alejada de este lugar, por su bien y por el de su hijo. No regrese jamás”.
Sienna salió de sus recuerdos, su mirada volvió a fijarse en Hasan, que la miraba ahora con curiosidad, ella tragó saliva cuando los ojos de su marido se detuvieron en su v!entre, al tiempo que una contracción le atravesaba con la velocidad de un rayo.
El grito que salió de la garganta de Sienna asustó a Hasan, él no tuvo tiempo de pensar, corrió al lado de su mujer y le prestó atención.
“¿Qué le pasa, señora?”, preguntó.
En ese momento, Sienna deseaba golpearlo y hacer que la recordara, pero estaba bien, podía soportarlo, si a cambio podía tenerlo a su lado.
“Creo que nuestro… mi bebé está llegando al mundo”, dijo Sienna en medio de un gruñido.
“¿No pudo elegir un mejor momento?”, preguntó Hasan con preocupación.
“Creo que esperó a que llegara el momento perfecto”, susurró Sienna, mientras apretaba los dientes con fuerza.
“¡Por Alá!, ¿Qué tengo que hacer?”, preguntó Hasan, sentía que el corazón se le había acelerado. Cuando la había visto, su primera impresión fue de molestia al verla embarazada, pues temía que esa mujer era su prometida, pero luego, cuando gritó, todo lo que deseó fue poder ayudarla.
Estaba confundido, su corazón sentía cosas que su razón no comprendía, pero por primera vez en todo ese tiempo, sintió que estaba en el lado correcto, aunque pareciera incorrecto…
“¡No te quedes ahí, muévete!”, gritó Sienna, al sentir una nueva contracción.
Hasan la ayudó a llegar a la puerta, justo en el momento en que Callie entraba.
La joven había escuchado los gritos de su amiga y se preocupó de que estuviera sola, no esperó encontrarse con nada menos y nada más que con Hasan.
Callie se quedó de piedra al verlo y no tuvo tiempo de pronunciar ni media palabra, pues el hombre tomó a Sienna entre sus brazos y corrió al ascensor.
“¡Hay que darnos prisa!”, urgió Sienna, pegada contra el pecho de Hasan, el aroma de su colonia inundó su nariz, los latidos del corazón de su marido, lograron tranquilizarla un poco nada más, pues las contracciones empezaron a ser más seguidas y no podía disfrutar de ese encuentro accidentado, no podía llamarlo de otra manera.
Los pensamientos de Sienna se vieron interrumpidos por otra contracción, mientras Hasan la acomodaba en el asiento de atrás del auto que había alquilado en el aeropuerto y se sentó a su lado.
“¿A dónde te llevo?”, preguntó al darse cuenta de que no sabía a dónde dirigirse.
Sienna apretó los dientes y apenas pudo, le dictó la dirección al chofer. El motor se puso en marcha, mientras la joven trataba de respirar.
“¿Estás bien?”, preguntó Hasan, sintiendo un nudo formarse en su garganta y su corazón estrujarse al verla sufrir de aquella manera.
Sienna no pudo responder, pues dejó escapar un nuevo grito de dolor.
“Las contracciones han empezado a ser más fuertes y seguidas”, anunció ella, tomando aire y dejándolo escapar, tal como le había recomendado la doctora.
“Pídele al chofer que acelere”, ordenó.
Hasan lo hizo, pero en medio de un g$mido, la mano de Sienna apretó la pierna del Emir y él no pudo evitar gruñir ante el dolor de las uñas enterradas en su muslo.
“Lo siento”, se disculpó Sienna.
“Estoy bien”, mintió Hasan.
Él no tenía idea de por qué se había tomado la molestia de llevar a la mujer al hospital, ni siquiera se habían presentado formalmente, pero en el último informe que leyó de camino a la ensambladora, conoció su nombre, Sienna, Sienna Mackenzie.
En ese momento él había sentido una calidez invadirle el cuerpo entero, tenía curiosidad por saber más de ella, no esperó estar en aquella situación tan inusual.
Sienna respiró varias veces, el camino al hospital parecía hacerse más y más largo, que, en ocasiones anteriores, pero era solo su imaginación.
“¡Llegamos!”, gritó Hasan en el momento en el que el chofer se estacionó frente a la puerta de emergencias.
Hasan sacó a Sienna en brazos para ayudarla a sentarse a la silla de ruedas que una de las enfermeras le había traído y fue llevada de manera inmediata a la sala de partos.
“¡Espere, espere!”, exclamó Sienna al darse cuenta de que Hasan se había quedado atrás.
“¿Señora?”
“Necesito que mi esposo venga conmigo, por favor”, pidió.
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