Capítulo 73:

Hasan no dejó de pensar en las palabras de su hermano, sin embargo, tuvo que ocuparse del traslado de su padre, antes de que su madre se inventara una excusa más para mantenerlo en el palacio.

El Emir era muy consciente del peligro que significaba sacar a su padre del país, aunque lo hubiese deseado, pero confiaba en los médicos y en su propia astucia, por lo que mandó a organizar todo lo que necesitaba para llevar a su padre a su recinto privado.

Al día siguiente y tal como Hasan imaginaba, Zaída fue la primera en oponerse a que se llevaran a Abdel del palacio, pero no podía hacer nada contra la orden dada por su hijo mayor.

“¿Tanto me odias, Hasan?”, preguntó Zaida al ver cómo Abdel era llevado de la habitación en la que ella lo había mantenido todo ese tiempo.

“Eres mi madre y no deberías hacerme este tipo de preguntas si no deseas conocer una respuesta”, dijo Hasan.

“Hasan…”.

“No es odio, pero no puedo negar que hay algo en ti que me provoca desagrado. No eres una mujer sincera, manejas a las personas débiles a su antojo y sé que te revienta no poder hacer lo mismo conmigo, madre. Cada vez que estoy a tu lado, no sé si estoy al lado de mi madre o de mi peor enemiga”.

Zaida se encogió al escuchar las palabras de Hasan, su llanto se precipitó, pero él no se detuvo, salió detrás de la camilla de Abdel.

“¡Hasan!”, exclamó Zaida.

Él se detuvo.

“Llevaré a mi padre al extranjero”, avisó Hasan.

“Assim y Jenna vendrán conmigo. Si necesitas algo, solo pídeselo a Farid, siempre y cuando no sea nada que tenga que ver conmigo”, añadió, siguiendo su camino.

Zaida cayó sobre sus rodillas y su llanto se intensificó, el dolor de su corazón se extendió por todo su cuerpo hasta hacerse un pequeño ovillo.

Hasan era el único que podía ponerla de aquella manera, era el único que tenía el poder para destruirla.

Un par de horas más tarde, Assim y Jenna habían dejado el país, con el fin de hacerle creer a Zaida que se habían ido con Abdel, mientras el doctor se hacía cargo de verificar todos los aparatos médicos que se habían instalado en el palacio de Hasan.

El Emir bajó al invernadero, cogió una maceta y volvió a la habitación de su padre, se aseguró de que la pequeña planta quedara cerca de su cabecera, mientras la imagen borrosa de una mujer llegaba a su mente.

Hasan estaba dispuesto dar todo lo que tenía con tal de conocer el rostro de aquella mujer que se le negaba, pero debía ser paciente, había notado un pequeño detalle más.

Ella tenía cabellos dorados, hilos de oro.

Aquella noche soñó con la mujer sin rostro, Hasan podía decir que había sido el sueño más real que había vivido en toda su vida, incluso podía sentir el terciopelo de sus cabellos, la seda de su piel era tan perfecta.

Tan única, que no deseaba salir de aquel sueño hasta poder obtener una pequeña mirada del rostro de la chica.

Sin embargo, como tantas otras noches, se le negó aquel añorado deseo.

Hasan miró la hora en su reloj.

“Ve a Nueva York”, resonaron las palabras de Farid en su cabeza con más fuerza que antes y su deseo de conocer lo que se escondía en la otra parte del mundo fue creciendo en su interior a pasos agigantados.

Entre tanto, Sienna y Callie se ocuparon de terminar las decoraciones para la habitación de sus bebés.

Sienna tenía completa libertad en la casa que fue de sus padres, pues Fiona simplemente no volvió a Nueva York, había enviado un mensaje a Scarlett de que alargaría sus vacaciones y no se había vuelto a comunicar con ella.

Fiona ni siquiera sabía de Sienna y de lo que había vivido en Los Emiratos, ella era feliz con tener el depósito en su cuenta bancaria.

“Finalmente, todo está terminado”, dijo Scarlett con voz de júbilo.

“Ha sido difícil no emocionarse con el se%o del bebé, por momentos me he imaginado una linda princesa con rasgos orientales y en otras ocasiones a todo un pequeño Emir”, murmuró.

Sienna sonrió.

“Si hubiese podido elegir, habría pedido que fueran mellizos y que ambos se parecieran a su padre”, comentó Sienna.

Callie no dijo nada, lo que ella menos quería era que su hijo naciera con rasgos orientales y menos, que se pareciera al hombre que lo engendró, de esa manera no habría manera de que él un día lo descubriera.

“¿Callie?”, preguntó Sienna al escucharla gruñir.

“¿Qué?”, cuestionó Callie, un tanto desorientada.

“Gruñiste, ¿Te duele algo?”.

Callie negó.

“No, estoy bien, debe ser el cansancio”, se excusó.

Habían sido varias semanas trabajando en cada detalle de las habitaciones, que por petición de Sienna estaban juntas.

“Hemos estado de pie mucho tiempo, quizá un baño de agua tibia y algunas esencias nos pueden ayudar a relajarnos, mañana hay que volver a la oficina y supervisar los avances de la guardería. Recursos humanos ya inició con la búsqueda del personal capacitado para esta área, antes de lo que imaginamos tendremos el proyecto cumplido”, expresó Sienna.

“Mañana será un nuevo día, por ahora mis dos embarazadas, vayan a dormir, que esas ojeras se les ven terribles y una nunca sabe cuándo el amor puede tocar la puerta de nuevo”, expresó Scarlett, tratando de animarlas.

Sienna sonrió y negó, ella no iba a volver a enamorarse de otro hombre que no fuera Hasan Rafiq, en cuanto a Callie, no sabía exactamente lo que la llevó a separarse de Farid, pero debió ser algo fuerte como para que ella no quisiera ni mencionar su nombre.

Las mujeres se retiraron a sus habitaciones, Sienna se dio ese baño caliente del que habló y dejó que sus recuerdos la tomaran por asalto y por primera vez no le dolió recordar.

Sienna disfrutó de cada recuerdo como si volviera a vivirlos.

Echaba de menos a Hasan, incluso sus primeros momentos, tanto que, de tener una nueva oportunidad, no tendría ningún reparo en volver a hacer las cosas iguales, si al final volvieran a enamorarse.

Al día siguiente, Sienna y Callie dejaron la casa Mackenzie para dirigirse a la oficina, era muy temprano, pero estaban emocionadas con el asunto de la guardería, sobre todo, porque Sienna estaba a nada de dar a luz, de hecho, no debería estar pisando la oficina, pero ella se negaba a dejar de asistir.

Estaba embarazada, no enferma, por lo que no era un impedimento seguir con su trabajo.

La mañana pasó entre supervisiones y un par de reuniones que no tenían nada que ver con la guardería, pero todo con la ensambladora, así que, Sienna hizo su mejor esfuerzo.

Esos meses había demostrado que su capacidad para los negocios era mucho mejor que el hombre a quien Hasan había dejado al frente, lástima que no pudiera restregárselo a la cara, lo habría disfrutado.

Y él no habría tenido más remedio que aceptar que tenía una buena esposa, entregada pero no sumisa.

Sienna negó, estaba imaginándose cosas que no debía.

Ella abrió el correo, el único que Assim le había enviado tiempo atrás, lo leía y releía, esperando.

“¿Cuánto tiempo más podré soportarlo?”, preguntó al mismo tiempo que la puerta se abría y un hombre que ella conocía muy bien se paraba delante de ella.

El corazón de Sienna se detuvo casi al instante, sus ojos se llenaron de lágrimas, ella se puso de pie, casi de inmediato.

“Hasan”, susurró…

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