La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 69
Capítulo 69:
“¡Son lo mismo que tú y yo, Hasan! Assim es simplemente un empleado, ¿Qué futuro podrá darle a Jenna?”, resonó la voz de una mujer en su cabeza.
“¡Ellos se aman de la misma manera que yo te amo!”, volvió a escuchar.
Hasan se llevó una mano a la cabeza, el dolor aumentaba y deseaba poder ver el rostro de esa mujer.
“Señor”, llamó Assim al verlo tomar su cabeza y gruñir como si fuera un animal herido.
“Déjame solo”, pidió Hasan en medio de un gruñido.
El dolor de cabeza pasó de ser moderado a intenso, pues su deseo de ver el rostro de aquella mujer, le obligó a forzarse tanto, que un frío sudor recorrió su espalda, su respiración se volvió agitada y su corazón martilló contra su pecho con la fuerza de un ciclón.
“¿Quién eres?”, preguntó, cerrando los ojos, recostándose sobre el sillón y cerrando los ojos.
Hasan respiró profundo.
“¿Quién eres? ¿Dónde estás?”, se preguntó, escuchando en su mente las palabras.
“¡Te amo!”.
Hasan se levantó con violencia y salió de la habitación, no iba a poder concentrarse en el trabajo. Necesitaba buscar a la dueña de aquella voz, esa dulce y aterciopelada voz.
“¿Hasan?”, llamó Zaida al verlo salir de manera abrupta de la biblioteca.
Él no atendió el llamado, salió del palacio y se dirigió a su propia residencia, ese lugar que reservaba solamente para él.
Su lugar privado y donde nadie más se atrevería a irrumpir.
El viaje fue corto y durante el trayecto, intentó ver más allá de la oscuridad que había en su cabeza, ese vacío absurdo que lo privaba de algo que él deseaba saber.
No sabía lo que era, pero tenía la seguridad de que era algo muy importante, podía sentirlo dentro de su pecho.
La incertidumbre iba a matarlo.
“Llegamos, señor”, dijo el chofer.
Hasan no recordaba quién era el hombre, estaba seguro de que él no lo había contratado, Hasan desconocía que su madre había despedido a todos los empleados que pudieran ser un peligro para sus planes.
“No me esperes, no volveré”, dijo, despachando al hombre.
Hasan bajó del auto y caminó al interior de su palacio.
Un sentimiento de reconocimiento lo abrumó, pero seguía ese maldito velo, interponiéndose entre sus recuerdos.
El Emir recorrió el lugar, deseaba que las paredes del lugar tuvieran boca y le hablaran, le contaran lo que él no recordaba.
Era absurdo, pero ahí estaba él, caminando por los pasillos del palacio, como un alma en pena, en busca de su amada.
Hasan se detuvo frente a una enorme puerta de madera de dos hojas, sus manos tomaron el pomo y por un momento dudó en entrar, pero su curiosidad fue mucho más grande y empujó las pesadas puertas.
El olor de las gardenias lo recibió y golpeó, Hasan caminó y se sorprendió al encontrarse con aquella visión.
¡Un invernadero de gardenias!
Se acercó a una de las macetas y acarició la bella y delicada flor.
“Vuelve a mí, Hasan”, resonó una voz en su cabeza.
Sienna acarició la delicada gardenia, no tenía idea de que cómo la pequeña planta sobrevivía tan lejos de su tierra, pero allí estaba.
Tan fuerte, tan bella, mientras ella solo pedía por el regreso de su amor.
Tenía confianza, su corazón le gritaba que Hasan estaba vivo, quizá solo era su loca imaginación, su deseo de creerlo, pero no iba a pensar lo contrario, mientras no mirara su cuerpo, para ella Hasan Rafiq seguiría vivo.
“¿Vas a contemplarla todo el día o vendrás con nosotras a cenar?”, preguntó Callie, detrás de ella.
La mano de Sienna se detuvo, pero no liberó la flor de su toque.
“¿Qué quieres cenar?”, preguntó Sienna.
“No lo sé, no tengo antojos, pero se me puede antojar todo”, respondió Callie, llevándose una mano a su v!entre.
Tenía casi cuatro meses y estaba redondita como una pelota, su único consuelo era que, no era la única, Sienna con sus seis meses estaba más gordita.
Sienna negó, pero le sonrió.
“Espero que Scarlett no pierda la paciencia con nosotras, ¿A qué hora le dijiste que viniera?”, preguntó finalmente, apartándose de la pequeña maceta.
“Sobre las seis”, respondió Callie.
Sienna miró la hora en su reloj de pulsera.
“Tenemos tiempo suficiente, voy a reunirme con la gente de Taiwán a la hora del almuerzo, ¿Vendrás?”, preguntó.
Callie asintió.
“No me perdería por nada del mundo esa reunión”, dijo, mirando a Sienna con sospecha.
“¿Qué?”, preguntó Sienna, arrugando el entrecejo.
“¿Por qué tengo la impresión de que me estoy perdiendo de algo?”, cuestionó Callie, sentándose en el sillón, señal clara de que no iba a marcharse sin saber lo que Sienna ocultaba.
“No lo sé, no tengo mucho que decir”, respondió Sienna.
“Te ves mucho mejor en los últimos días. ¿Cuál es el secreto? ¿Te has enamorado?”, preguntó Callie, tratando de bromear, pero se arrepintió cuando el sonriente rostro de Sienna cambió a uno sombrío y serio.
“Estoy bien, Callie, no te preocupes”, se apresuró a decir Sienna, sin embargo, Callie sabía que la había cagado.
“Tengo que reparar una cosa que me encargaron para la reunión de mañana, poniéndose de pie y saliendo de la oficina”, dijo Sienna, evadiendo la conversación.
Callie huyó de la oficina, mientras se maldecía por su indiscreción.
En los últimos días, Sienna se notaba mucho mejor, su semblante había pasado de descuidado y pálido a tener un brillo especial, ella suponía que se trataba de la maternidad, pues era como verse al espejo.
Callie trató de no pensar en lo mal que la pasaron los primeros días de su regreso. La mudanza a casa de Sienna y tener la compañía de Scarlett les había ayudado mucho, la chica no las dejaba pensar, siempre tenía algo nuevo que contar.
Sin embargo, no era suficiente para borrar de un plumazo el daño que Farid le había causado. Pensar en el hombre le provocó una arcada.
Callie entró a su oficina y se sentó, cada vez que recordaba cómo habían terminado las cosas entre ellos, le daba rabia y dolor.
Se lamentaba haberlo amado, pero se prometía olvidarse de él y concentrarse únicamente en su hijo, ese pequeño ser que era el más inocente de todos.
Entre tanto, Sienna se ocupó de revisar sus correos, tenía cientos que había ignorado, pues no le parecían importantes, propuestas que ella no estaba dispuesta a aceptar, pero que eran muy insistentes.
El puntero del mouse se deslizó por la pantalla, buscó el correo que le interesaba, pero fue interrumpida por un nuevo mensaje.
Sienna estuvo tentada a ignorarlo, pero finalmente se deslizó hacia arriba, podía tratarse de los taiwaneses.
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