La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 60
Capítulo 60:
“Es lo que te hizo creer, pero no lo que yo escuché de sus propios labios. Su intención no era que yo aceptara el trato, sino, que lo hicieras tú. Yo fui algo asi como el plus para presionarte. Ayad supuso que mi presencia ese día iba a lograr despertar tu lado competitivo y no te dejarías ganar por mi. Las cosas no le salieron como esperaba, tu lo rechazaste y yo terminé ganando una tercera esposa y ningún beneficio”, soltó.
“Esto parece una novela, Ayad conspirando contra mí y tú siendo el héroe”.
“Si no me crees, escúchalo por ti mismo”, mencionó sacando el móvil y reproduciendo la grabación.
“No me importa tener que arriesgar mi nombre y mi prestigio, pero Hassan Rafiq no va a despreciar a ninguna de mis hijas, por una extranjera. El único contrato que yo deseo firmar es con él”.
“Pero sabotear las calderas no te servirá de mucho, ese hombre es billonario”.
“Roma no se construyó en un día, la fábrica de aluminio es el primer paso, las refinadoras de petróleo también podrían averiarse o alguno líquido contaminarlo todo durante su proceso”.
Hassan apretó los puños al escuchar la inconfundible voz de Ayad Ali, el hombre que en primera instancia le había parecido amable y cauteloso.
Ayad no será distinto de las serpientes que solo mudaban de escama y cada vez que lo hacían solo aumentaban su tamaño y peligrosidad.
“Puedes detenerlo o seguir pensando que soy yo quien está detrás de tus negocios. No tengo ningún interés en arruinarte económicamente. Mi mercado es Europa, no me interesa nada más”, aseguró dejando el móvil sobre el escritorio.
Hassan lo miró.
“Tu decides qué hacer”, añadió ante el silencio del Emir.
Jahir salió de la oficina, ya su misión estaba cumplida. Como familia y como empresario con conciencia, había cumplido. Lo que Hassan decidiera hacer ya no era su problema.
Hassan escuchó la grabación un par de veces más, no cabía duda de que Ayad, no era el hombre que creyó. El Emir tomó su móvil, se comunicó al departamento de policía que llevaba el caso y salió de su oficina. Cuanto antes terminara todo aquello, más rápido volvería a Dubái junto a Sienna.
Mientras tanto, Sienna se sentía incompleta, jamás pensó que esos días lejos de Hassan fueran a convertirse en la fuente de su tristeza.
“No puedes seguir así, Sienna, piensa en el bebé. Mi pequeño sobrino se está alimentando de tus emociones”, dijo Callie, llegando al invernadero de Gardenias.
“Lo sé, pero echo de menos a Hassan, me hubiera gustado viajar con él, estar a su lado”.
“Hablan todos los días, Sienna, ¿No es suficiente?”, cuestionó la joven.
“No, no es suficiente. No es lo mismo verlo, que sentirlo, echo de menos el calor de su cuerpo junto al mio”.
“Tenle un poco de paciencia, él no está lejos de ti porque quiere, sino porque es necesario”, le recordó Callie, tratando de animarlo.
“Lo sé, sin embargo, no sé cómo están marchando las cosas. El siempre dice que todo va bien, que pronto encontrarán al responsable, pero siento que solamente me lo dice con la intención de tranquilizarme”.
“Has estado inquieta desde que él se marchó, te has negado incluso a salir de casa. ¿Por qué no vamos de paseo?”, sugirió la rubia.
Sienna no deseaba salir de casa, pero tenía que admitir que era una mala anfitriona. Tenía encerrada a Callie con ella desde que Hassan se había marchado y no era justo para su mejor amiga cargar son sus cambios hormonales.
“Está bien, vamos”, convino.
Callie aplaudió a manera de celebración.
“Me daré una manita de gato y me reuniré contigo en el vestíbulo”, dijo Callie, corriendo a su habitación para darse una rápida ducha.
Una hora más tarde, Callie arrastró a Sienna por varios lugares de la ciudad, la llevó de tienda en tienda, luego la invitó a comer y al filo de la tarde, el teléfono de Callie sonó, interrumpiéndolas.
“¿Era Farid?”, preguntó Sienna cuando Callie colgó la llamada.
“Sí, su auto me espera a dos calles”, respondió.
Sienna elevó una ceja, trató de que su rostro no mostrara su disgusto.
“¿A dos calles de aquí?”, cuestionó y su tono era severo.
Callie asintió.
“No puedo creer que Farid te trate como si fueras un sucio secreto”.
“¡Sienna!”, gritó Callie al escuchar las palabras de su mejor amiga.
“¡Es la verdad, Callie! Si en verdad está enamorado de ti, que lo demuestre. Farid conoce muy bien la dirección donde vives”, refutó.
“No se trata de que no lo sepa, Sienna”.
“¿Entonces? Explícame”, pidió.
Callie suspiró.
“Soy extranjera en este país, Sienna, y no ostento ningún título. No soy su esposa, tampoco soy la prometida de nadie. Farid y yo estamos apenas dándonos una oportunidad y tú sabes cómo son las leyes en este país”.
Sienna cerró los ojos.
“¿Irás con él?”, preguntó.
Callie asintió.
“No lo he visto desde que volvimos”, murmuró.
“Te veré luego y dile que por lo menos, tenga la amabilidad de dejarte en la puerta de nuestra casa”, dijo tomando su bolso y saliendo del lugar.
Sienna solo esperaba equivocarse con Farid y que Callie no saliera herida por su causa.
Sin embargo, Callie volvió a casa esa noche, se encerró en su habitación para no molestar a Sienna con sus cosas, más bien, para no contarle sobre la pequeña discusión que había tenido con Farid.
Así pasó los siguientes dos días. Callie acompañaba a Sienna al invernadero, comían juntas, pero cuando ella atendía la videollamada de Hassan, se encerraba en su habitación a llorar por su suerte. Farid no le había vuelto ni a llamar ni a escribir.
Entre tanto, en Abu Dabi, la policía extendió una orden de aprehensión en contra de Ayad Ali, el hombre no pudo negar los hechos, pues la grabación de Jahir fue esencial y también lo fue el haber encontrado rastros del ácido utilizado en las calderas.
Hassan finalmente pudo respirar tranquilo, ahora podía volver a Dubái y disfrutar de su esposa y de su bebé, aunque aún fuera un pequeño frijolito en el interior de Sienna, él deseaba hacerles compañía.
“¿Has llamado a Sienna para decirle que vuelas de regreso?”, preguntó Abdel, mientras Hassan firmaba los documentos que Assim le había hecho llegar y que no había atendido.
“No, quiero darle una sorpresa”, dijo haciendo a un lado los papeles y mirando a su padre.
“¿Por qué no vienes conmigo?”, preguntó de repente.
Abdel negó.
“No creo que mi presencia sea necesaria en Dubái, hijo. Entre más lejos esté de tu madre, mejor para mí”, respondió.
“No te estoy pidiendo que vayas al Palacio Rafiq, sino a mi casa. Sienna está esperando un hijo, te daré tu primer nieto, padre”, dijo con orgullo en la voz.
Abdel no puedo evitar la carcajada que abandonó sus labios, se puso de pie y le dio un abrazo a su hijo.
“¡Mi primer nieto!”, gritó emocionado.
Abdel había demostrado en múltiples ocasiones que era un hombre distinto. Siempre fue amoroso con sus hijos y esperó que Zaida valorara su amor, pero nada de eso sirvió. Quizá debió ser un hombre arrogante, machista y clasista para poder ganarse su respeto, porque dudaba que Zaida tuviera corazón.
“Eres el primero en la familia que lo sabe, padre, me gustaría que nos acompañaras a Sienna a mí a dar gracias al cielo por nuestra bendición”, habló como todo un hombre de familia.
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