La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 59
Capítulo 59:
“¡Siii! ¡Serás tía, Callie!”, gritó Sienna, recuperando la alegría y la paz que la partida de Hassan había dejado minutos atrás.
“¡Guau! ¡Felicidades, Sienna! ¡Un bebé!”, exclamó Callie abrazando a la mujer.
Las amigas se dirigieron a la sala y hablaron de todo un poco, mientras esperaban la llegada de Jenna, la muchacha demoró, pero finalmente llegó.
“Hola”, saludó.
“Bienvenida, Jenna, por favor pasa”, pidió Sienna, mientras Callie observaba a la muchacha desde el sillón.
Jenna era una mujer preciosa, sus facciones eran finas, tiernas y delicadas, pero sus ojos mostraban una tristeza que no debía tener en ellos. Callie no podía imaginarse cómo era la vida para una mujer en aquel país, pues ver y escuchar no era lo mismo que estar y sentir.
“Hola”, dijo, poniéndose de pie para saludar a Jenna.
Callie extendió una mano.
“Soy Callie, la mejor amiga de Sienna, ¿Me recuerdas?”, preguntó con un tono amable y jovial.
Jenna asintió.
“Soy Jenna”, respondió, aunque sabía que ya no era necesario, pues Sienna la había llamado por su nombre.
“Ven, ven”, dijo la rubia, jalándola del brazo y llevándola al sillón donde había estado sentada.
“¡Espera!”, exclamó Jenna, liberándose del agarre de Callie, ella se giró y miró a Sienna.
“Espero que te guste”, dijo, extendiendo la pequeña bolsa que traía en las manos.
Sienna la miró y le sonrió.
Gracias.
“Es un hiyab, lo he bordado personalmente”, dijo.
Sienna se sintió profundamente agradecida por el gesto de Jenna, ella no tenia nada que darle por el momento, ya encontraría una manera de demostrarle su aprecio.
Las mujeres compartieron unas horas en las que hablaron de todo un poco. Callie contó acerca de su trabajo en Nueva York y Jenna no pudo evitar mostrar su interés. Ella había estudiado, se había especializado en enseñanza, pero no tenia el permiso para ejercer su profesión, así que, no se consideraba una profesional. Era una mujer con un título colgado de la pared, nada más.
Entre tanto, Hassan aterrizó en el aeropuerto de Abu Dabi, apenas salió del aeropuerto y se dirigió al palacio para reunirse con su padre, quien había estado a cargo de verificar lo ocurrido en la fábrica.
“Padre”, saludó con una ligera reverencia tan pronto lo miró.
“Bienvenido, hijo”, respondió Abdel, sintiendo un ligero alivio al ver a su hijo, había pasado varias semanas desde la última vez que se vieron y nada le hacia más feliz que verlo bien.
Hassan asintió.
“¿Sabes lo que pasó?”, preguntó sentándose cuando su padre se lo pidió.
“Los empleados no pueden explicarse cómo el ácido llegó a la caldera. Todo ha quedado inservible, tendremos que conseguir materia primera antes del fin de semana e instalar una nueva caldera para cumplir con los clientes”, dijo Abdel.
Hassan apretó los puños.
“Solamente hay un lugar donde podemos conseguir materia prima en tan poco tiempo, pero me niego a entablar un acuerdo con Jahir, estoy seguro de que él tiene mucho que ver en todo esto. No es la primera vez que sucede”, dijo con enojo.
“No creo que Jahir sea ese tipo de persona, hijo. Tu primo será lo que tú quieras, pero no lo veo como tu enemigo”, declaró Abdel.
“Se quedó con el negocio del petróleo”.
“Porque tomó como segunda esposa a la hija de Ayad, algo a lo que tú te negaste y no estoy juzgándote, tampoco es una recriminación, pero no veo el motivo por el cual Jahir quiera atentar contra ti o tus negocios”.
Hassan no estaba muy seguro de la inocencia de su primo, era él el único que podía estar interesado en arruinar la fábrica y de esa manera quedarse sólo en el mercado.
“Voy a investigar y llevaré esto a las últimas consecuencias. No puedo seguir permitiendo que la vida de mi gente se vea expuesta por este tipo de acciones”, declaró.
Abdel asintió, estaba seguro de que su hijo iba a encontrar a las personas responsables, solo esperaba realmente no estar equivocado con Jahir, no lo veía con ese grado de maldad, pero entonces recordó a Zaida, no había sabido de lo que ella era capaz hasta que apareció Sienna en sus vidas.
Los siguientes días Hassan se dedico a investigar lo sucedido, tuvo una reunión con Jahir, pero tal como la primera vez, él aseguró que no tenia nada que ver con los ataques a la fábrica, de hecho, se había atrevido a jurarlo por la vida de su primer hijo. Hassan no sabía si debía o no confiar en su palabra, pero tras enviarle la materia prima que necesitaba sin pedírselo, tuvo que admitir que un enemigo jamás le daría ventajas, pero no por ello iba a confiarse. La amabilidad muchas veces escondía las malas intenciones de la gente, así que debía estar atento.
Los días de Hassan se volvieron rutinarios y lo único que lo mantenía cuerdo eran las horas que hablaba con Sienna, él moría por volver y tomarla entre sus brazos. Hassan no sabía cuánto era capaz de extrañarla hasta esos días, estaba loco por ella, completa e irrevocablemente enamorado Sienna, su extranjera de cabellos de oro.
Hassan cortó la llamada con Sienna en el momento que la puerta de su oficina se abrió de manera abrupta, lo que él menos se esperaba a esa hora de la mañana era ver a su primo parado frente a él.
“¿Jahir?”, dijo al ver el rostro del hombre.
Hassan se extrañó, pues ni siquiera cuando él lo enfrentó, Jahir se había mostrado tan descompuesto y alterado.
“No tienes que seguir buscando al culpable, Hassan”, dijo, sentándose en la silla más próxima, temiendo que sus piernas no fueran capaces de mantenerlo en pie.
“¿Qué estás diciendo?”, preguntó, poniéndose de pie como un rayo.
“Ayad Ali”, dijo.
“Ayad Ali es el responsable de lo ocurrido con las calderas de la fábrica”, aseguró.
´Ayad Ali´.
Desconfianza, ese fue el primer sentimiento que Hassan tuvo al escuchar las palabras de su primo. No tenía ningún sentido que Ayad tuviera algún interés particular en arruinarlo. ¿Qué ganaba él saboteando la fábrica de aluminio, cuando su negocio era otro?
“¿Cómo estás tan seguro?”, preguntó, mirando con interés el rostro de su primo.
“No te olvides que ahora estoy emparentado con Ayad”.
“Eso no me dice nada”, intervino Hassan con prontitud, interrumpiendo las palabras de Jahir.
“Cállate y deja que termine de contarte o me levantaré y me largaré de aquí”, amenazó.
Hassan gruñó, pero accedió a escuchar lo que Jahir tuviera para decir.
“Fui a su tribu por el asunto del contrato. Antes tengo que admitir que me apresuré a aceptarlo, llevo semanas casado con Samira, pero no he tenido una sola gota de petróleo para refinar y convertirlo en gasolina. Estoy a punto de perder millones de dólares por eso”, contó.
Hassan suspiró, no era eso lo que le interesaba saber.
“Puedo suponer que estás aquí, acusando a tu suegro por venganza”, dijo Hassan.
“¡Ninguna venganza, Hassan! Por lo menos no de mi parte, pero no puedo decir lo mismo de él, le rechazaste una hija y un contrato, ¿Crees que un hombre como Ayad no va a sentirse ofendido cuando la razón de no desposar a una de sus joyas es una extranjera?”, cuestionó, poniéndose de pie para no estar en desventaja ante Hassan.
“¡Es ridículo!”, exclamó Hassan sin poder creer en Jahir.
“Ridículo es que creas que estoy detrás de los sabotajes, ¡No tengo ningún jodido interés en tus negocios, Hassan! Sin embargo, no podemos decir lo mismo de Ayad. Nos invitó a los dos y a los dos nos ofreció el mismo trato, pero esposas diferentes. Fuiste tú quien lo desairo”.
“El lo aceptó”.
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