Capítulo 53:

“Estoy bien, te aseguro que ha sido solo el estrés por todo lo que ha pasado. No vi el castigo, pero los gritos de Nayla eran escalofriantes”, dijo Sienna temblando cuando un frío le recorrió la espalda.

“Espero que esto sea un buen castigo para ella y una manera de resarcirse por sus pecados. Lo que hizo no tiene nombre y no puede ser perdonado”, declaró.

Sienna asintió, no quería discutir sobre el tema, pero eso no evitaba que el recuerdo de los gritos le enfriara el corazón, pues no podía evitar pensar en el látigo rompiendo la piel de Hassan cuando él tomó el castigo por ella.

“Me siento cansada, ¿Puedo quedarme en la cama un poquito más?”, preguntó Sienna, batiendo las pestañas y mirando a Hassan como un lindo y precioso cachorrito que necesitaba cariño.

Hassan la miró y sonrió, Sienna no necesitaba hacer esas cosas para convencerlo, pero de igual manera le fascinaba cada gesto de su rostro y la manera que usaba para persuadirlo.

“Hassan…”

“Podemos quedarnos un poco más mientras preparan la cena”, convino él, ayudando a Sienna a meterse a la cama y acomodándose a su lado.

“Voy a cuidarte”, dijo girándose para atrapar el cuerpo de Sienna contra el suyo.

Mientras Sienna era mimada con amor por su marido, su amiga y el consejero pendientes de ellos; Nayla estaba sobre la cama, su espalda estaba abierta a carne viva, los gritos y lamentos eran todo lo que podía escucharse en aquella fría habitación.

Zaida miró a su sobrina y un nudo se le formó en la garganta, pues era consciente de que también ella pudo estar en esa misma situación.

“Nayla”, susurró.

La mujer la miró con resentimiento, apretó los dientes y no respondió. El dolor que sentía en su espalda le impedía hablar sin gritar.

“Lo siento, pero gracias por no mencionar mi nombre”, dijo Zaida, apartando un mechón de pelo suelto del hiyab de la muchacha y colocándolo detrás de su oreja.

Nayla se encogió ante el acto de Zaida, ella podía jurar que hasta los cabellos le dolían.

“El médico se ha hecho cargo, estarás anestesiada la mayor parte del tiempo para que sufras menos”, dijo.

Nayla sollozó, empezaba a dejar de sentir dolor.

“Te prometo que agradeceré tu fidelidad de la mejor manera, Nayla, voy a compensarte, te lo prometo”, dijo, pero ya Nayla había cerrado los ojos.

Los g$midos y sollozos se habían apagado.

“No deberías estar aquí”, soltó Azahara entrando a la habitación.

“Aunque no lleve nuestra sangre, considero a Nayla como mi sobrina y la quiero…”

“Ya veo cuánto la aprecias”, le interrumpió Azahara.

“Has usado a Nayla y sus sentimientos para manipularla, ella no estaría allí, tendida sobre esa cama si no fuera por ti”.

“No me culpes de lo sucedido”, refutó Zaida mirando con desafío a su hermana menor.

“¿Por qué no debería hacerlo?”, la retó la mujer.

“Viniste a mi casa y convenciste a mi marido para dártela como nuera, pero antes ya te habías asegurado que Nayla no se opusiera a tus deseos. No sé qué clase de mujer seas, Zaida, pero te quiero lejos de mi hija y de mi familia”, añadió con dureza.

“Azahara”.

“¡Vete de mi casa y no vuelvas más!”, gritó la mujer, elevando la voz como muestra de su enojo y descontento, Zaida la miró, se giró y se marchó sin decir nada más, mientras Azahara caía sentada en la silla junto a la cama de Nayla.

Las heridas de su hija le rompían el corazón y lo peor era, que no podía hacer más por ella, que vigilar sus sueños y tratar de calmar su dolor. Aunque, dudaba profundamente que lo último fuera posible.

Los siguientes días corrieron como si llevaran prisa, mientras Sienna se recuperaba con satisfacción para felicidad del Emir. El ambiente de su nueva casa y los cuidados de Hassan habían obrado para bien y era innegable la felicidad que la pareja estaba viviendo en esos días.

Sienna jamás se había sentido tan feliz, Hassan no se iba sin desayunar con ella y asegurarse de que se estuviera alimentando bien, tanto, que incluso había contratado un chef en comida internacional para prepararle lo que deseara. También venía a casa a la hora del almuerzo y compartía con ella y Callie.

“A veces me siento celosa”, mencionó la rubia esa tarde luego del almuerzo.

“¿Por qué?”, preguntó Sienna, dejando su infusión de manzanilla sobre la mesa, tenía un ligero dolor en el v!entre, un típico dolor premenstrual.

“Quisiera encontrar un hombre como Hassan, tan romántico y dedicado a ti”, murmuró llevándose la taza de café a sus labios.

Sienna sonrió.

“No todo empezó bien, Callie, tuvimos muchos problemas antes de tener lo que tenemos. Hemos ido construyendo nuestra relación paso a paso, pero creo que todo lo que hemos vivido nos ha ayudado a formar nuestra relación. Estoy segura de que ni el tiempo y la distancia podrán borrar la huella de nuestro amor”.

Callie asintió.

“Me alegra tanto que seas feliz, Sienna, creo que podré volver a Nueva York con tranquilidad”, dijo.

Sienna abrió los ojos ante las palabras de su mejor amiga.

“¿Te vas?”, preguntó entre sorprendida y asustada.

“Se ha vencido mi permiso en el trabajo”, dijo con pesar.

“Puedes quedarte y trabajar aquí”.

“Sienna”.

“Hassan puede ayudarte con eso”, la animó Sienna.

“No lo sé”, dijo, pero sus pensamientos fueron hacia Farid, pues por más que intentaba no pensar en él, siempre acudía a su mente y la atormentaba.

“Piénsalo”, sugirió Sienna.

“Lo haré, lo prometo, ahora te dejo, tengo que salir”, dijo sorprendiendo a Sienna.

“¿A dónde irás?”, preguntó al verla ponerse de pie.

“Es un secreto”.

“Callie…”

“No me hables en ese tono porque no te diré, ya lo sabrás”, aseguró la rubia saliendo con prontitud o de lo contrario, Sienna le haría confesar cuál era su misión y no quería arruinar la sorpresa de Hassan para su mejor amiga.

Callie pidió a uno de los choferes que la llevara a las tiendas, tenía un listado y no podía saltarse ni un solo detalle, tampoco el orden en que fueron solicitados. Afortunadamente, tenía tiempo para hacerlo.

Callie inició en la floristería, entregó la nota que Hassan le había dejado y continuó con su recorrido por algunas otras tiendas. Todo allí gritaba dinero, lujo y poder.

Horas más tarde y con la misión cumplida, Callie tuvo la intención de volver al palacio, pero una mano fuerte sobre su brazo le impidió subir al auto.

El cuerpo de Callie tembló como una hoja, al sentir el cuerpo del hombre acercarse al suyo.

“Soy yo, no tengas miedo”, susurró Farid a su oído.

Callie se tensó como la cuerda de un violín.

“Suéltame”, pidió.

Farid cerró los ojos, empujó el cuerpo de Callie dentro del auto y subió detrás de ella.

“¿Qué estás haciendo?”, gritó al ver las acciones del hombre.

“Estoy… secuestrándote”.

´¿Secuestrada?´

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