La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 49
Capítulo 49:
Azahara miró a Anás, el hombre le hizo una seña para que se dirigiera al auto y ella obedeció, llevándose a Nayla consigo. Mientras tanto, Zaida preparó el salón principal.
Cuando Hassan avisó que venía a darle una solución definitiva a la situación con Nayla, ella estaba segura de que sería para anunciar la fecha de matrimonio.
Incluso se había atrevido a más y mandó preparar una nueva habitación para que Nayla y Hassan la ocuparan en su primera noche, también se atrevió a tener listo el vestido de novia en caso de que tuviera que llamar al Sacerdote para oficiar la unión ese mismo día. Zaida estaba tan segura de haber logrado su objetivo, que el rostro le cambió al verlo llegar con Sienna del brazo y Callie a su lado.
“Hijo”.
Hassan no se molestó en saludar a su madre, pasó de ella y se dirigió junto a Sienna y Callie al salón para saludar a su padre y hermana, ignorando deliberadamente el saludo de Farid, a quien no le importó mucho el desprecio de su hermano, pero que le caló hondo la frialdad con la que Callie lo había mirado.
“Padre”, dijo, haciendo una ligera inclinación, al igual que lo hizo Sienna.
“Assim me ha transmitido tu deseo”, pronunció Abdel.
“Hoy mismo daremos solución a este problema”, aseguró.
Hassan asintió y volvió a hacer una ligera reverencia, antes de apartarse, justo al tiempo que Nayla entraba al salón, acompañada por sus padres y dos ancianos miembros de la corte de la Sharia que servirían de testigos ese día.
“Hassan”, pronunció Nayla al verlo, su corazón se llenó de ilusión hasta que vio el semblante del hombre.
“Demos inicio a todo esto y terminemos con esto”, dijo Hassan con prontitud.
Nayla miró a su padre.
“Tienes razón, ya hemos demorado mucho esta situación y has puesto en peligro la vida de mi hija, como comprenderás no podemos seguir esperando”, habló Anás.
Hassan negó con un movimiento de cabeza.
“¿Crees que estoy aquí para pedir perdón y casarme con tu hija?”, Hassan casi se burló, sentía la necesidad de hacerlo.
“¿Por qué otra cosa ibas a pedir que nos reuniéramos hoy en este lugar?”, refutó Anás.
“Quizá para que conozcas la clase de hija que tienes”, mencionó Hassan, al tiempo que Assim mostraba varios papeles.
“¿Qué es esto, Hassan?”, preguntó Zaida, no podía quedarse quieta y callada, Abdel la miro.
“Las pruebas de sangre que me mandé hacer, no uno ni en dos laboratorios, sino en cinco. Cinco pruebas y todas apuntan a que esa noche fui deliberadamente dr%gado por esta mujer que luego se metió a mi cama para fingir haber pasado la noche conmigo ¡Y obligarme a casarme con ella!”, declaro Hassan tan alto y fuerte que los murmullos no se hicieron esperar.
“¡Eso es mentira!”, gritó Anás.
Mientras Zaida y Nayla sentían que el mundo se les caía a pedazos.
“Ninguna mentira, las pruebas no mienten, además de eso, hay testigos que aseguran vieron entrar a Nayla Najdi a mi habitación a altas horas de la noche, ya sabemos cuáles eran sus motivos”, expresó Hassan.
Murmullos, maldiciones, miedo, vergüenza y muchas más cosas pasaron en el salón, mientras Sienna y Callie miraban todo sin pronunciar palabra. El rostro de las otras mujeres era de pena y terror.
“¡Mientes, Hassan, mientes! ¡Me tomaste, me hiciste tuya! ¿Cómo puedes negar los hechos?”, chilló Nayla, sintiendo que si no se defendía en ese momento todo se iría al diablo.
“¡Assim!”, gritó Hassan con voz de autoridad.
“Mi señor”.
“Trae a la testigo”, ordenó, haciendo que el silencio reinara en el salón y un par de respiraciones se cortaron y dos corazones casi se detuvieron en el momento que Halima entró.
“¿Qué es lo que tienes que decir?”, pregunto Abdel a la mujer.
“Fui yo quien colocó la dr%ga en la jarra de vino que el señor bebió esa noche”.
“¿Actuaste por tu propia voluntad?”, preguntó Abdel, mientras los dos ancianos que iban de testigos de la familia Najdi se alejaron de ellos y se posicionaron al lado de Hassan y Sienna.
“No, mi señor”, susurró la mujer sin mirar a nadie en especial.
“¿Puedes contarnos?”, preguntó uno de los ancianos.
“¡No pueden creerla una simple criada!”, gritó Nayla, quería impedir que Halima hablase.
“Adelante, Halima”, ordenó Abdel.
Halima tragó el nudo que se formó en su garganta y cerro los ojos.
“La señorita Nayla me pago para colocar el polvo que ella me entregó en la bebida del señor, también fui yo quien le abrió la puerta y quién consiguió la sangre para simular la pérdida de su pureza”, dijo.
“¿Cómo conseguiste la sangre?”
Halima bajó la cabeza.
“Sacrifiqué un cordero”, susurró.
Otra ola de murmullos se levantó, mientras Hassan sentía el corazón ligero.
“¿Hay alguien más involucrado?”, cuestionó Hassan.
“No, mi señor, solo ha sido ella”, aseguro.
Zaida sintió que estaba a punto del desmayo.
“¡No! ¡No! ¡Todo lo que dice esta maldita mujer es mentira!”, gritó Nayla con desesperación.
“¡No pueden creerle!”, sollozó con voz rota.
“Todo lo que he dicho es verdad, mi señor, no me atrevería a mentir. Ya fui azotada una vez por su causa”, confesó Halima.
Zaida se llevó la mano al pecho, Anás se alejó de su hija y Azahara ni siquiera era capaz de tener un solo pensamiento completo. Mientras tanto, Hassan abrazó a Sienna.
“Todo lo que pido es que se aplique la ley de acuerdo a lo establecido. Mi esposa ha sufrido por esta razón, no puedo perdonar, ni olvidar”, sentenció Hassan.
Abdel se aclaró la voz, mientras los ancianos se acercaron a él.
“Hassan tiene razón, Abdel. No podemos solapar esta falta gravísima”, Abdel asintió.
Los ancianos de la corte de la Sharia se miraron entre si antes de hablar.
“Nayla Najdi, estás sentenciada a recibir ochenta flagelaciones por el delito de calumnia y ochenta por el uso indebido de sustancias ilegales”.
´Ochenta flagelaciones´.
Nayla sintió que la tierra se abrió bajo sus pies, deseaba que la tierra se la tragara y la escupiera en cualquier otra parte del mundo. En realidad, no le importaba el sitio, solo que fuera lejos del palacio y del castigo al que había sido condenada.
“¡No! ¡No! ¡No pueden hacerme esto, soy la víctima en este caso!”, gritó tratando de defenderse, sin embargo, era una acción innecesaria, las pruebas eran contundentes y la sentencia había sido dictada, no había vuelta de hoja, así llorara y gritara, nada iba a impedir que la justicia fuera impartida.
“No, por favor, ¡Piedad para mi hija!”, gritó Azahara cuando pudo recuperar su voz.
Los ancianos negaron.
“Mañana a primera hora se llevará a cabo el castigo. No será un acto público por respeto a Hassan y su esposa. No es ninguna concesión para ustedes”, habló uno de los ancianos.
“¡Tía, no puedes dejar que me hagan esto, por favor!”, gritó Nayla cayendo de rodillas frente a Zaida.
La mujer deseaba agacharse y protegerla, pero eso solo serviría para ser señalada y con los ancianos presentes, era un lujo que no podía darse.
“Has cometido un delito, Nayla, no puedo hacer nada por ti”, respondió Zaida, luchando para que su voz no dejara ver lo nerviosa que estaba, pues el temor de que Nayla dijera, que estaba involucrada con el caso, la tenía con el corazón en la garganta.
Sollozos rotos salieron de los labios de Nayla, ella negó, levantó la mirada y miró a su tía.
“No puedes hacerme esto”, susurró con voz desgarradora.
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