La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 44
Capítulo 44:
El corazón de Hassan se estrujó dentro de su pecho, sabía que nada de esto hubiera sucedido si no hubiesen regresado de Abu Dabi. Hassan jamás se había arrepentido tanto de una decisión. Nunca le había pesado tanto.
“Tengo que verla”, dijo.
“Hazlo a la hora del almuerzo, traeré la bandeja, llamaré a la puerta y entras tú”, sugirió.
Callie sabía que no era su mejor idea, pero estaba cansada de intentar sacar a Sienna de su estado actual, ella parecía una muerta en vida y su única opción era dejar pasar a Hassan o dejar que su mejor amiga terminara por hundirse.
Hassan asintió.
“Gracias, Callie, te prometo que jamás olvidaré este favor”, dijo.
Callie negó.
“No lo hago por ti, sino por ella, Sienna no se merece esto que le está pasando. Desde un inicio no quería casarse contigo, no sabes la cantidad de veces que lloró y reclamó a su padre muerto por no confiar en ella, por traicionarla entregándola en matrimonio sin siquiera tener conocimiento que lo había hecho”, explicó.
Hassan sintió un vacío abrirse en su pecho.
“¿Ella no estaba de acuerdo?”, preguntó con un hilo de voz.
“Nunca se esperó que su padre vendiera la empresa y firmara un acuerdo matrimonial”, contó.
“Sienna se entregó en cuerpo y alma a la ensambladora, no dejó solo a su padre y lo acompañó hasta el final. Steven no se portó bien con ella y Fiona no hizo más que presionarla para aceptar aquella boda. Ella ni siquiera conocía el mundo, porque todo el mundo era su padre, su familia y la empresa”.
Hassan miró a la puerta que lo separaba de Sienna y su deseo por atravesarla, tomarla entre sus brazos y pedirle perdón fueron tan apabullantes, sin embargo, tuvo que contenerse para no hacerlo.
“Gracias, Callie”, repitió.
“Hazla feliz, compensa su dolor con amor, Hassan. Nunca la había visto tan devastada, ni siquiera la muerte de su padre pareció tumbarla como ahora”, dijo.
Hassan asintió y cuando Callie se marchó, él se quedó e hizo guardia frente a la puerta de su esposa, no iba a dejarla sola, aunque no estuviera con ella.
Entre tanto, Sienna se metió a la cama, no tenía ganas de hacer nada más que dormir, se sentía tan cansada y sin haber hecho nada. Su estómago toleraba poco o nada de alimentos, lo único que la mantenía eran los líquidos.
“Hassan”, suspiró.
Sienna había contado los días que habían pasado desde la última vez que él había insistido para hablar con ella.
“¿Tan pronto te has dado por vencido?”, preguntó a la nada, mientras cerraba los ojos y se dejaba llevar por el cansancio que sentía y se quedó dormida.
Unas horas después y siguiendo el plan de Callie, Hassan entró con la bandeja de comida a la habitación de Sienna, la dejó sobre la mesa en la antesala y caminó hacia la recámara donde encontró a su esposa profundamente dormida.
El corazón de Hassan casi se detuvo al notar las ojeras y la palidez en el rostro de Sienna, se veía tan mal y él no pudo evitar que la culpa le cayera como losas sobre sus hombros. Era él, la situación, su familia, su padre y el contrato que había firmado por la ensambladora, la que la tenían así.
“Lo siento, Sienna, lo siento tanto”, susurró apartando un mechón dorado del rostro de la joven y colocándolo detrás de su oreja.
“No me alcanzará la vida para reparar el daño que te he estado haciendo”, dijo.
Sienna se movió, pero no se despertó.
“Haré todo lo que esté en mis manos para compensarte, viviré cada día, cada segundo de mi vida para hacerte feliz, te lo prometo”, dijo besando los labios de Sienna.
La joven abrió los ojos al sentir el cálido aliento rozar sus labios, unas lágrimas traviesas rodaron de sus ojos y mojaron sus mejillas, mientras sentía a Hassan alejarse de ella.
“Sienna”.
“¿Qué haces aquí?”, preguntó ella tratando de controlar los latidos de su corazón.
“No podemos seguir así, Sienna, me niego a no verte, a no tenerte”, dijo Hassan con vehemencia.
“¿Qué hay de Nayla?”, preguntó ella sentándose a la orilla de la cama, para no sentirse en desventaja ante él.
“No hay nada entre Nayla y yo. Te juro por mi vida y por nuestro amor que no la toqué, no sé cómo llegó a la habitación, pero estoy tratando de averiguarlo y pagará quien tenga que pagar”, aseguró.
Sienna cerró los ojos, pensando, deseando que las cosas fueran fáciles.
“¿Vas a casarte con ella?”
“No, te lo prometí una vez, Sienna, eres la única mujer para mí”, aseguró.
Sienna sollozó ante las palabras de Hassan y por mucho que quiso negarse, terminó en los brazos de su marido.
“Esto es un infierno, Hassan, si realmente me amas, volvamos a Abu Dabi o a Norteamérica, no me importa a que parte del mundo, pero lejos de aquí”, pidió.
Hassan la tomó entre sus brazos, acunó la cabeza de Sienna entre sus manos y la hizo mirarla a los ojos.
“Iré a donde tú quieras que vaya, Sienna, no me importa el lugar, siempre y cuando sea contigo”, respondió.
Sienna dejó que nuevas lágrimas corrieran por sus mejillas, mientras los labios de Hassan tocaban los suyos besándola con ternura. Un beso con sabor a sal. Mientras tanto, Abdel y Zaida se enfrentaron en un duelo de miradas.
“Has sobrepasado toda clase de límites, Zaida, lo que has hecho no tiene ningún tipo de perdón. Te ensañas con tu hijo como si no lo fuera”, gruñó en tono severo y molesto.
“No hice nada, no trates de disculpar a Hassan por ser tu favorito, por ser lo que tú nunca pudiste ser, Abdel”, refutó con energía.
“Hassan no cederá por muchas trampas que le pongas en el camino, no te ciegues, Zaida, porque si mi hijo ha heredado tu grado de maldad, te aseguro que te hará pagar por tus crímenes”, aseguró.
“No intervengas, Abdel, nuestro trato fue justo. Toda mi fortuna para que mis hijos llevaran tu nombre y tu sangre. Te compré el linaje, pero nada más. Tu amor no ha sido suficiente, me has dejado cuando debiste apoyarme”.
Abdel sintió desprecio por su esposa, por primera vez en muchos años se daba cuenta de que Zaida no era la mujer que él siempre creyó.
“Estás jugando con fuego y terminarás quemándote”, dijo antes de girarse.
Zaida lo miró con enojo, mientras pensaban en una manera de salir bien librada de la situación, la mirada de Hassan y el tono empleado cuando la amenazó le garantizó que no eran palabras al viento, que él iba a descubrir la verdad y haría pagar al culpable.
El cuerpo de Zaida tembló con violencia al imaginarse siendo azotada por sus crímenes, ¿Por qué era tan difícil dominar a Hassan? Siempre había sido así, pero no tanto como ahora.
Ese viaje a Nueva York y su boda con Sienna Mackenzie había empeorado la rebeldía de Hassan, por lo tanto, para Zaida solo había una culpable y no era otra que Sienna, la extranjera.
Entre tanto, Anás miró a Nayla con enojo.
“¿Cómo has sido capaz de ponerme en vergüenza? ¡Tu comportamiento no ha sido distinto a la de una ramera! ¡¿Cómo esperas que Hassan te acepte y te respete como esposa?!”, gritó con furia contenida.
Nayla sollozó ante las palabras de su padre.
“No puedes decirme eso, soy la víctima en esta historia. No entré a esa habitación con malas intenciones, solo quería hablar con Hassan, decirle que no iba a ser una molestia en su vida, que no deseaba interferir en su matrimonio. Pero no sé qué le sucedió, me miró y sus ojos estaban nublados, me tomó y…”
Nayla se interrumpió y se cubrió el rostro con las manos mientras dejaba su llanto correr libremente. Sus hombros subían y bajaban de manera descontrolada.
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