Capítulo 43:

“No lo sé exactamente, pero te aseguro que voy a averiguarlo”, gruñó mientras tomaba la primera túnica que encontró y se vestía con rapidez.

Assim no entendía nada, salió detrás de Hassan y pronto se enteró de la situación, Assim no pudo evitar sentirse molesto y culpable a la vez, pues no debió dejar solo a Hassan la noche anterior.

A Hassan no le importaba nada, absolutamente nada de lo que en los pasillos se dijera o lo que Anás exigiera, le tenía completamente sin cuidado. Su única preocupación era Sienna, su amada esposa. Por lo que pronto volvió y se encontró a Callie, allí justo donde la dejó.

“Callie”, susurró.

La mujer se giró de nuevo y lo miró.

“No ha querido abrir y dejó de responderme, Hassan, tengo miedo”, dijo con la voz ronca por el llanto.

“Ve a tu habitación y escuches lo que escuches, no salgas ni prestes ninguna atención”, ordenó.

“No voy a dejar a Sienna”, refutó Callie.

“Te juro por mi vida que no estará sola”, le aseguró.

Callie dudó, pero no tenía otra opción, estaba en casa ajena, en un mundo que parecía vivir en otro planeta, así que decidió retirarse y hacer lo que Hassan le había pedido.

Entre tanto, Hassan abrió la puerta con las llaves de Assim y empujó la madera, Sienna no estaba en la antesala y eso le asustó en demasía, pues Callie siempre pudo haberle mentido.

Hassan negó y caminó hasta la recámara donde Sienna estaba sentada, mirando fijamente por la ventana.

“Sienna”, llamó.

Sienna sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al escuchar la voz de Hassan a su espalda y sus pasos avanzar en su dirección.

“No quiero hablar contigo”, murmuró sin girarse para verlo.

“Tenemos que hacerlo, Sienna, te juro por mi vida que no sé lo que sucedió en esa habitación”, aseguró.

Sienna tragó el nudo formado en su garganta.

“Estuviste con ella”, susurró.

“No”, dijo sin elevar la voz, Hassan no necesitaba gritarlo, solamente tenía que contar la verdad de lo sucedido.

“No viniste anoche, te esperé hasta muy tarde”, dijo tratando de contener las lágrimas que amenazaban con volver a derramarse por sus mejillas.

“Tuve una reunión con Anás, el padre de Nayla, para cancelar el acuerdo. Él se negó y se marchó, me quedé solo en la habitación, yo estaba tan enojado por su negativa que terminé bebiéndome el vino…”

Hassan hizo una pausa ante la mención de los hechos, por supuesto que él recordaba lo que había ocurrido.

“¿Bebiste solo?”

“SÍ, también me di cuenta de que era muy tarde y no quise molestarte, entré a una de las habitaciones, tiré sobre la cama y me quedé dormido. No existe posibilidad alguna de haber intimado con Nayla”, aseguró.

Sienna quería creerle, deseaba hacerlo, pero las pruebas eran contundentes. Los había visto.

´No creas todo lo que tus ojos ven, ni todo lo que tus oídos escuchen, Sienna, siempre hay dos versiones de una historia. No siempre te dejes llevar´.

Las palabras de Steven, su padre resonó en su cabeza, ella tragó y se giró para ver a Hassan. El Emir contuvo la respiración y ahogó una maldición al ver el perfecto rostro de su esposa, rojo por el llanto y sus ojos llenos de tristeza. Se le partió el corazón.

“Te juro que no soy culpable, Sienna”, dijo tratando de acercarse a ella, pero la mano de su esposa se lo impidió.

“Ahora mismo no sé si pueda creerte, Hassan, necesito tiempo para borrar de mi memoria la escena que vi esta mañana”, dijo apartándose de la ventana y alejándose de Hassan.

Él cerró los ojos y las lágrimas se desbordaron por sus mejillas, Hassan sentía que el corazón se le iba a reventar del dolor y el enojo que sentía. Él estaba seguro de que todo había sido una maldita trampa y debió de empezar con el vino sobre la mesa, pues no contenía alcohol, un vino que Anás no bebió o quizá empezó con la mismísima sugerencia de Farid para llevar a cabo aquella reunión.

“Sienna, escúchame”, pidió.

Ella negó.

“Siento que hoy se ha abierto una brecha entre los dos, Hassan”, respondió ella con dolor.

“No me condenes, Sienna, por favor”, pidió acercándose a ella, tomándola por la cintura y estrechándola contra su cuerpo.

“Suéltame, Hassan, por piedad te lo pido”, pronunció Sienna y Hassan no pudo evitar hacerlo, no podía retenerla a la fuerza ni someterla a su voluntad, no era así como lograría que ella creyera en él o lo perdonara.

“Te prometo que haré todo lo que esté en mis manos para demostrarte mi inocencia”.

Sienna no respondió, se giró y caminó al cuarto de baño, todo lo que quería era estar sola y pensar, necesitaba pensar.

Hassan salió de la habitación y lo primero que hizo fue pedir la jarra en la que le habían servido la noche anterior y la copa, pero nada de eso estaba ya, Adila le había dicho que Halima se había ocupado de limpiar aquella habitación, lo que solo sirvió para incrementar sus sospechas.

“¡Hassan!”, gritó Zaida luego de escuchar a su hijo.

“Envía a Nayla junto a su padre de regreso a su casa antes de que cometa una barbaridad de la cual te hago responsable únicamente a ti”, gruñó Hassan con los ojos inyectados de ira y brutalidad.

Zaida dio un paso atrás al ver el semblante frío de su hijo.

“No puedes culparme de tus propios actos, Hassan, si has tenido relaciones con Nayla, no ha sido porque yo lo haya querido. ¡Fuiste tú quien ha dormido con ella!”, exclamó, defendiéndose de las acusaciones.

“¿Sabes la pena que conlleva consumar la noche de bodas antes del matrimonio, madre?”, preguntó Hassan viendo a Zaida, esperando su respuesta.

La mujer dio un paso atrás.

“¿Sabes cuantas flagelaciones recibe alguien que intente manchar el honor de una persona?”, cuestionó de nuevo.

“¿Qué quieres decir?”, preguntó Zaida dando otro paso atrás, Hassan parecía una fiera a punto de saltarle a la yugular y destrozarla por completo.

“Ochenta latigazos”, respondió Hassan ante el silencio de su madre.

“Hassan…”

“Voy a descubrir quien ha sido el responsable de ponerme esta maldita trampa y no dudes que haré caer sobre él, ella o ellos todo el peso de la ley y les recordaré el lugar al que pertenecen”, gruñó antes de apartarse de su madre y alejarse para no cometer matricidio.

Mientras Zaida sentía que el mundo se desmoronaba ante sus ojos ante la amenaza de su hijo.

Hassan salió de la habitación como alma que llevaba el diablo, no iba a tener paz hasta encontrar la punta del hilo en todo ese enredo. Sin embargo, estaba muy seguro de que no iba a casarse con Nayla por nada del mundo y menos cuando tenía la completa seguridad de que todo era una trampa y tal como se lo había dicho a su madre. Iba a encontrar al responsable o responsables y los haría pagar, les haría lamentarse por sus acciones y cobraría con creces el sufrimiento y llanto de Sienna.

Los siguientes días pasaron y en el palacio era como si hubiese muerto alguien de la familia, todo era silencioso, el ambiente era denso y oscuro, nadie se atrevía a levantar la voz. Hassan miró la puerta de su habitación, Sienna se negaba a hablar y él estaba perdiendo la poca cordura que le quedaba.

“Callie”, llamó cuando la chica salió de la habitación.

“Hassan”.

“¿Cómo está?”, preguntó.

Callie suspiró.

“Apenas ha querido comer, Sienna no está bien y me temo que termine enfermando. Tienes que hacer algo, Hassan”, pidió la joven con preocupación.

“Sienna no puede seguir así”, añadió.

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