Capítulo 42:

“Si no quieres casarte con Nayla, no esperes a que ella rompa el acuerdo, cita a la familia Najdi al palacio y hazlo personalmente, no esperes más o terminarás tomándola como segunda esposa”, dijo antes de salir de la oficina.

Hassan luchó por contener su enojo, pero debía admitir que Farid tenía razón, si no terminaba con ese asunto personalmente, las cosas no iban a detenerse por gracia del cielo y menos por la voluntad de su madre. Así que llamó a Assim para que se encargara de organizar la reunión para esa misma noche.

Las horas pasaron con prisa, como si tuviera sus propias intenciones, mientras Sienna y Callie volvieron al palacio y se fueron directamente a su habitación. Hassan recibió en un salón distinto al padre de Nayla.

“Supongo que no debo mencionar el motivo de esta reunión”, dijo Hassan, tomando la palabra, deseaba terminar con aquel asunto y volver al lado de Sienna.

“Sinceramente, no entiendo tu renuencia a casarte con Nayla, ¿Qué hay de malo en ella que te hace rechazarla?”, preguntó Anás.

“Estoy casado y amo a mi esposa, ¿No es eso suficiente para ti?”, cuestionó Hassan con rapidez.

“Tu matrimonio con ella fue un acuerdo de negocios, Hassan, nada diferente de lo que tu madre y yo estamos haciendo. No voy aceptar que se disuelva el compromiso”, aseguró.

Hassan tomó su copa y bebió el contenido en un solo trago, la paciencia se le estaba terminando.

“No voy a casarme”, reiteró con rapidez.

Anás se puso de pie.

“No voy a ceder ante tu petición, la boda ha sido anunciado y no haré pasar a mi hija ninguna vergüenza por tu causa”, replicó Anás, saliendo de la habitación, dejando a Hassan con la ira bullendo en su interior.

“¡Maldición!”, gruñó, tomó la jarra de vino y se la bebió, pero sabía que nada iba a aplacar su enojo y el deseo de romper sus vínculos familiares.

Hassan no supo cuánto tiempo estuvo en la habitación.

Se puso de pie, su cuerpo se balanceó y volvió a maldecir al darse cuenta de que no podía llegar en ese estado con Sienna. Ella iba a preguntarle y él no era capaz de decirle que no había logrado nada con Anás, por lo que decidió dormir en una de las habitaciones, no muy lejos de la habitación principal, por lo menos estaría más cerca de Sienna.

Entre tanto, Sienna miró la hora, era muy tarde y Hassan aún no llegaba, un vacío se formó en la boca de su estómago. Sienna estuvo tentada a salir y buscarlo, pero no quería meterse en problemas con nadie del palacio. Además, no sabía si Hassan estaba en casa o seguía fuera.

La mañana llegó y tal como había sucedido el día anterior, nuevos murmullos se escucharon por los pasillos, ella salió al darse cuenta de que Hassan no había llegado en ningún momento de la noche.

“Sienna”, dijo Callie al reunirse con ella.

“¿Qué está pasando?”, preguntó al ver a su amiga negar.

“Regresa a tu habitación”, pidió.

Sin embargo, Sienna no lo hizo y caminó al lugar de donde provenían las voces que cada vez se fueron haciendo más y más fuertes.

“¡Tienes que casarte con mi hija, Hassan, la has deshonrado!”

El grito del hombre resonó en la cabeza de Sienna, la joven se abrió paso y entró a la habitación para encontrar a su marido en la cama con otra mujer.

El corazón se Sienna se estrujó dentro de su pecho, gruesas lágrimas acudieron a sus ojos y se derramaron por sus mejillas.

“Hassan”, susurró, con la voz y los labios temblorosos, mientras el dolor se abría paso por su cuerpo.

Hassan estaba confundido, todo en su cabeza no era más que imágenes revueltas, pero la voz de Sienna atrajo su atención y el corazón se le rompió al verla parada delante de él con el llanto mojando su rostro.

“Sienna”, murmuró.

Zaida miró con regocijo la presencia de Sienna en la habitación, mientras se paraba junto a los padres de Nayla, quién cubría su cuerpo desnudo con falsa modestia.

“Ya no existe razón para no llevar a cabo esta boda, Hassan, te has llevado la pureza de mi hija y eso es algo que solo puedes arreglar convirtiéndola en tu esposa”, soltó Anás, sin ver a nadie más que al Emir.

“Debes estar bromeando, ni siquiera toqué a tu hija”, refutó mirando a los ojos de Sienna.

“¡Mientes, Hassan, anoche me has tomado como tu mujer!”, sollozó Nayla, haciendo que el dolor en el corazón de Sienna se multiplicara.

“¡Cállate, ni quiera sé cómo llegaste a mi cama!”, gritó Hassan, levantándose, cubriendo su desnudo cuerpo con las sábanas. Un acto que provocó la exclamación de todos los presentes en la habitación.

“¡Las sábanas están manchadas!”, gritó Azahara al ver las pruebas de la pérdida de pureza de su hija.

“No hay duda que has consumado los hechos, Hassan. ¡Debes cumplir de acuerdo a nuestras leyes!”, exigió Anás.

Zaida se mantuvo apartada, no pidió, ni exigió nada.

Dejó que fuese únicamente Anás quien exigiera el pago por los hechos de Hassan, de esa manera no se vería directamente involucrada.

“Me tendiste una trampa”, gruñó Hassan, sin embargo, su mirada volvió a Sienna, pero ella ya estaba saliendo de la habitación, todo aquello era demasiado fuerte para quedarse como tonta escuchando como se le exigía a su marido reparar su falta.

“¡Sienna!”, gritó Hassan, intentando ir tras ella.

“¡Espera, Hassan!”, gritó Nayla con llanto en los ojos.

“No puedes dejarme”, sollozó.

El Emir la miró como si quisiera asesinarla en ese preciso momento.

“No sé cómo terminaste en mi cama, Nayla, pero estoy completamente seguro que no te he tocado”, gruñó saliendo de la habitación para ir tras su esposa.

Sienna corrió por los pasillos del palacio con el corazón roto, Callie la siguió, pero Sienna entró a la habitación y cerró la puerta antes de que su amiga pudiera llegar a ella.

“¡Abre, Sienna!”, gritó la joven, pero Sienna hizo caso omiso de su petición, no quería ver a nadie. No quería hablar con nadie.

Sienna sentía el corazón destruido, ver a Hassan así, medio desnudo en la cama y con otra mujer era demasiado para ella y dolía mucho más de lo que jamás hubiese imaginado.

“¿Por qué?”, preguntó a la nada mientras se dejaba caer sobre la puerta y se resbalaba para terminar sentada en el piso.

Su llanto aumentó y el dolor en su pecho se hizo más y más fuerte, hasta sentir que el aire empezaba a faltarle. Era como si alguien apretara su garganta y apuñalaba su pecho al mismo tiempo.

“¡Sienna!”, repitió Callie golpeando la madera tan fuerte como pudo, mientras Hassan llegaba.

“Callie”.

Callie estuvo tentada a pedirle que se marchara, pero no pudo hacerlo al girarse para verlo, el rostro de Hassan estaba mortalmente pálido y en sus ojos podía adivinar el dolor.

“Siena se ha encerrado”, dijo con pesar.

Hassan gruñó y golpeó la puerta con ímpetu.

“Abre, Sienna, tenemos que hablar”, rogó con la voz rota por el dolor.

“¡No quiero verte, Hassan, vete!”, respondió Sienna y el tono de voz que se escuchó a través de la puerta, hundió más el corazón del Emir.

“No puedes verla así, Hassan, vístete”, pidió Callie al reparar que Hassan solo iba con las sábanas cubriendo su Cuerpo.

El hombre se miró a sí mismo y maldijo por lo bajo.

“No te muevas de aquí, Callie”, pidió.

Ella asintió, mientras Hassan corría a la habitación de Assim.

“Señor”, pronunció el consejero al verlo entrar a la habitación.

“Préstame algo de ropa”, ordenó.

“¿Qué ha pasado, señor?”, preguntó con desconcierto.

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