La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 40
Capítulo 40:
“Nayla…”
“Habla con Sienna o Hassan, convéncelos de aceptar este matrimonio, Jenna, hazlo por mí”, pidió.
“No te prometo nada”, susurró la joven, sintiendo una opresión en el pecho.
“Estoy segura de que harás tu mejor esfuerzo”, respondió Nayla, limpiando sus lágrimas y dándole una ligera sonrisa.
Jenna asintió, se despidió y salió de la casa de la familia Najdi con el corazón en la mano. Ella podía hablar, rogar y todo lo que Nayla quisiera que hiciera, pero no dependía de ella, convencer a Hassan de aceptarla como esposa y menos a Sienna, no después de lo que ella había hecho por ella y Assim.
La joven se sentía en medio de una encrucijada. Entre la espada y la pared, y temía que cualquier decisión que tomase fuera con fatales resultados para todas las partes, pero ¿Qué opciones tenía? ¿Qué podía hacer para ayudar a Nayla y no afectar a Sienna?
Las preguntas la persiguieron por los siguientes días, Jenna no se atrevía a tocar el tema ni con Hassan y mucho menos con Sienna. Ella caminó por los pasillos del castillo tratando de encontrar una solución al dilema que estaba viviendo y lo peor es que no podía consultarlo con nadie. No tenía permitido acercarse a Assim, sin embargo, ahora lo necesitaba más que nunca, quizá él tuviera una solución a sus problemas.
Mientras tanto, Sienna se sintió mucho mejor en compañía de Callie, ahora que tenía con quién hablar sin cuidar su lenguaje, se sentía libre, pero también le preocupaba su amiga. En más de una ocasión la había visto pensativa y cada vez que habían cruzado camino con Farid, ella se tensaba como la cuerda de una guitarra.
“Callie”, dijo Sienna aquella tarde, finalmente se había rendido, no podía estar indiferente a los ojos tristes de su amiga.
“Dime”.
“¿Farid y tu..?”
“No hay nada entre Farid y yo, Sienna”, respondió tajante, cortando la conversación de raíz.
“Lo siento, no fue mi intención molestarte”, se disculpó Sienna.
“Perdóname, no debí hablarte así, pero no estoy lista para hablar sobre Farid. Me siento tan tonta por confiar en él, por creer que había algo más entre nosotros”, comentó.
Sienna abrió sus brazos y Callie no dudó en meterse entre ellos, no había sabido cuánto lo necesitaba hasta que fue consolada por su amiga.
“Gracias por venir”, dijo Sienna.
“Y lamento lo que ha pasado”.
“No es tu culpa, cariño, soy yo quien decidió venir y correr el riesgo”, respondió.
Sienna asintió, sin embargo, la culpa se instaló en su corazón y era algo que no pudo evitar sentir.
Las amigas pasaron el resto de la tarde juntas, hasta que Hassan volvió del trabajo y reclamó a Sienna para el.
“Empiezo a sentir celos”, comentó mientras tomaba la cintura de Sienna entre sus grandes manos.
“¿Celos?”
Hassan asintió, dejando un beso sobre la mejilla de la joven, haciendo que su barba le hiciera cosquillas.
“¿De quién?”, preguntó Sienna, cerrando los ojos al sentir cómo era estar pegada al cuerpo fuerte de su marido.
“De Callie, pasa todo el día a tu lado y cuando vuelvo es casi imposible echarla de la habitación”, murmuró.
Sienna dejó escapar una ligera carcajada ante las palabras de Hassan.
“Y eso que no sabes si es amor”, comentó.
Hassan gruñó.
“Te amo, Sienna”, confesó, haciendo que el corazón de la joven latiera alocadamente, tan rápido y tan fuerte que Sienna temió se le fuera a salir del pecho.
“¿Qué has dicho?”, preguntó casi ahogándose en sus palabras.
“Te amo”, repitió.
Sienna se lanzó a los brazos de Hassan, provocando que sus cuerpos cayeran sobre la cama y sus besos ardientes incendiaran la hoguera de su pasión.
Totalmente ajenos a lo que ocurría en el ala sur del palacio.
Zaida se giró con violencia al escuchar las palabras de la mujer.
“¿Qué has dicho?”, preguntó con enojo contenido.
“Una de las muchachas miró a la señorita Jenna entrar a la habitación del consejero del Señor Hassan”, repitió la mujer.
Zaida salió de la habitación y camino por los pasillos del palacio con el rostro lleno de ira, tanto que presagiaba una tormenta en el desierto, la mujer ni siquiera se molestó en llamar a la puerta, abrió y entró.
“¡Assim Bashar!”, gritó Zaida, llena de enojo.
Assim se giró para ver a Zaida parada en la puerta de su habitación con los ojos llenos de furia y el rostro desencajado.
“Señora, ¿Puedo ayudarle en algo?”, preguntó, tratando de recuperarse de la sorpresa, pues la mujer jamás se había atrevido a irrumpir en su habitación.
Zaida miró a Assim y parpadeó un par de veces, mirando los documentos que el hombre tenía en la mano.
“¿Estás solo?”
“Completamente solo, mi señora, no debería estar aquí”, le respondió y recordó Assim al mismo tiempo.
Zaida se sonrojó ante las palabras de Assim, aun así, miró sin discreción a todos los lados de la habitación con el fin de encontrar a Jenna, pero no había rastro alguno de su hija.
“Mi señora”, llamó Assim, dejando los documentos sobre su escritorio y caminando sin llegar a acercarse a la mujer del todo.
“¿Puedo saber el motivo de su presencia sin la compañía de una doncella?”, preguntó.
Una nueva ola de enojo se abrió paso por el cuerpo de Zaida, que no tenía nada que ver con Assim, sino con la mujer que le había mal informado sobre Jenna y el consejero de Hassan.
“Señora…”
Zaida no se preocupó por responder, caminó hasta el cuarto de baño, abrió la puerta y se aseguró de que estuviera vacío, hizo lo mismo con los guardarropas y revisó todo lo que consideró que sería un buen escondite, sin embargo, no consiguió nada.
Entre tanto, Assim esperó en silencio e inmóvil a que la mujer terminara de inspeccionar su habitación y se marchara.
“¿Ha encontrado lo que se le ha perdido en mi habitación, mi señora?”, preguntó finalmente. Él trabajaba para Hassan, no para Abdel y menos para Zaida.
La mujer lo fulminó con la mirada y se marchó de la misma manera impetuosa con que llegó. Mientras Assim miraba la puerta abierta de su habitación, su corazón casi había sufrido un colapso ante la llegada de Zaida, pero no tenía nada que ocultar, se había mantenido tan alejado de Jenna como podía, mientras encontraba la manera de hablar con Abdel.
Mientras tanto, Zaida avanzó y llamó a la puerta de su hija, si Jenna no estaba en su habitación el palacio entero iba a arder y el cielo la protegiera de su ira.
“¿Madre?”, preguntó Jenna un tanto confundida por la presencia de Zaida en su puerta.
“¿Dónde has estado?”, preguntó adentrándose a la habitación sin ser invitada.
“No he salido de mi habitación, estoy bordando un hiyab, ¿Quieres verlo?”, preguntó la muchacha.
Zaida negó y así como entró se marchó.
Jenna frunció el ceño ante el comportamiento extraño de su madre, ni siquiera preguntó para quién bordaba el hiyab. Aunque tampoco creía que su respuesta fuera a ser bien recibida.
Sin embargo, a Zaida no le importaba en absoluto saber si el hiyab tenía o no un destinatario, entró a su habitación y pidió a gritos ver a la criada que le había mentido, no obstante, la mujer ya había dejado el palacio y sin su autorización.
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