La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 35
Capítulo 35:
La mujer asintió, pasó la tarjeta y miró a la joven.
“¿Qué pasa?”, preguntó Callie al verse observada de manera incómoda.
“Nada, señorita, nada”, dijo antes de entregarle las bolsas a la doncella que acompañaba a Callie y le entregaba a ella la tarjeta oro.
“Vamos, señora, debemos volver”, sugirió la muchacha en tono bajo al notar el rostro de la mujer que las había atendido.
“¿Qué le pasa, por qué me miraba así?”, cuestionó Callie.
La chica negó.
“No lo sé, debemos regresar, el señor Ra…”, la mujer se detuvo.
“El Señor Farid no tarda en volver a casa”, dijo con premura al darse cuenta de que estuvo a punto de mencionar el apellido de su señor.
Callie frunció el ceño, desde hace tres días que no lo veía. Farid era un hombre extraño y actuaba mucho más extraño, la joven dejó de pensar cuando el chofer le abrió la puerta y se dirigieron a casa.
Farid se puso de pie al ver a Callie entrar al vestíbulo, estaba un tanto apurado, su madre no lo había dejado en paz debido al retraso de Hassan y Sienna, como si él fuera el responsable de que su hermano no quisiera estar en el palacio. Estaba frustrado, pero al ver a Callie fue como si todas sus preocupaciones se hubiesen evaporado.
“¿Llevas mucho tiempo esperando?”, preguntó Callie al ver a Farid parado delante de ella y sin pronunciar palabra alguna.
“No, recién he llegado”, dijo él.
Callie se sonrojó sin razón alguna y el corazón de Farid se aceleró dentro de su pecho.
“Ve a vestirte, se nos está haciendo tarde”, pronunció.
Callie asintió y salió casi corriendo a su habitación, se lavó el cuerpo y evitó mojar su cabello o no estaría lista pronto.
La joven se acomodó el vestido que recién había comprado, no sabía si era acorde a la ocasión, pero no tenía ningún conocimiento de lo que podía o no usar en un evento tan importante, pero por lo que había podido observar, estaba presentable.
Farid miró su reloj, estaba llegando con el tiempo justo si se daban prisa, sin embargo, Callie aún no bajaba, él miró la caja que estaba sobre el sillón.
“Estoy lista”, dijo Callie a su espalda.
Farid se giró y se quedó con la boca abierta.
“¿Qué?”, preguntó Callie al ver que el rostro de Farid cambiaba totalmente.
Farid no sabía si reír o llorar, de todos los vestidos hermosos que Callie pudo elegir, ¿Se había decantado por uno negro que le cubría las hermosas hebras de oro?
“Callie, dime que no has elegido tu misma el vestido”, pidió.
Ella asintió.
“No sabía cuál sería apropiado”, comentó avergonzada.
Farid sonrió.
“Las mujeres no deben vestir de negro todo el tiempo, las mujeres pueden lucir colores hermosos y vestidos en tendencia, siempre y cuando no expongas tu cuerpo. Tus brazos y tus piernas”, le explicó.
Callie hizo un puchero.
“Lo siento”, susurró.
“No sé por qué imaginé que sucedería algo como esto, ven”, dijo tomando su mano y acercándola a la caja sobre el sillón.
“¿Qué es?”
“Aquí es donde el hada madrina ayuda a cenicienta”, dijo Farid, haciendo referencia a una clásica caricatura
“Farid”.
“Date prisa, o no llegaremos a tiempo”, la urgió y Callie no preguntó más, corrió a su habitación y volvió a vestirse. Esta vez el vestido era de un color celeste cielo con orillas doradas, parecía que fueran hilos de oro que hacían juego con su cabello.
Callie se sintió la mujer más afortunada del mundo y no pudo evitar sonreír. Farid era como un ángel de la guarda, siempre dispuesto a ayudarla. Mientras tanto, la fiesta dio inicio sin los hijos de Abdel, algo que no debía ser. Hassan, Farid y Jenna nunca habían faltado a una fiesta de cumpleaños.
“¿No hay noticias de mis hijos?”, preguntó Zaida a una de sus doncellas.
“El avión privado del Señor Hassan aterrizó hace quince minutos, deben estar llegando”, informó la mujer.
Zaida asintió, saber que Hassan estaba a punto de llegar la tranquilizó.
“No me parece lo que intentas hacer, Zaida”, pronunció Azahara.
“Anás no ha puesto objeción ninguna”, menciono Zaida al tiempo que miraba a la puerta.
Hassan, Jenna y la extranjera hicieron acto de presencia.
Las miradas pronto fueron a la mujer con los cabellos de oro, su vestido era una preciosa túnica en color esmeralda con hilos de oro adornando su estrecha cintura.
Zaida apretó los puños, pero se contuvo para no llamar la atención de los presentes.
Hassan divisó a su madre y caminó en su dirección.
“Madre”, saludó con una ligera inclinación de cabeza, una acción que Sienna y Jenna imitaron, pero que Zaida ignoró olímpicamente.
“Pensé que no llegarías, la fiesta ha comenzado hace tiempo”, comentó, tratando de hacer sentir culpable a Hassan.
“Lo lamento, madre”, se disculpó para pasar de ella y dirigirse a Abdel, quien lo esperaba con una sonrisa en los labios.
Hassan se disculpó con su padre y le explicó el motivo de su demora, también le dio la oportunidad a Sienna de saludar, cosa que Abdel agradeció y pronto lo hizo Jenna.
Entre tanto, Zaida miró con enojo a su marido, no podía creer que simpatizara con la extranjera que solo había traído divisiones a su familia.
“Es hora”, dijo, sin poder tolerar un minuto más la situación, tomó la mano de Nayla y se acercó a Abdel.
“Hassan”, saludó Nayla con una reverencia que Hassan correspondió únicamente por educación.
“Abdel”, llamó Zaida.
El hombre la miró con cara de pocos amigos, aun así, atendió a la petición de su esposa y llamó la atención de los presentes.
“Hoy es un día muy especial para mi, no solo por ser el cumpleaños número sesenta de mi esposo, sino porque tengo un nuevo anuncio que hacerles. Nuestra casa se complace en hacer partícipes a todos ustedes de la boda de mi hijo, Hassan Rafiq y mi sobrina política Nayla Najdi…”, pronunció, sorprendiendo a todos..
´La boda de mi hijo, Hassan Rafiq, y mi sobrina política Nayla Najdi´
´Hassan Rafiq y mi sobrina política Nayla Najdi´
El salón estalló en vítores y felicitaciones, mientras Hassan miraba a Sienna, ella intentó alejarse, pero él no se lo permitió.
“No te atrevas a dar un solo paso más”, dijo, sosteniendo su mano y aferrándose a ella.
“¿No has escuchado lo que tu madre ha dicho?”, preguntó casi ahogándose con sus palabras y con el corazón apretándose dentro de su pecho, era una sensación horrible y un miedo atroz le recorrió el cuerpo.
“He escuchado perfectamente”.
“¿Y no piensas decir nada? ¿No vas a negar esa unión?”, cuestionó Sienna con el corazón roto.
“Tranquila, Sienna, recuerda mi promesa”, susurró, pero Sienna no podía pensar en nada más que en aquel anuncio oficial y delante de tanta gente.
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