La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 31
Capítulo 31:
“Entonces, vamos”, convino Hassan.
El viaje fue corto, Jahir se decantó por celebrar su boda en la ciudad y no en la tribu de Ayad, como el anciano esperaba que fuera. Una muestra más que no todo se podía tener.
Cuando Sienna, Jenna, Hassan y Assim bajaron del auto, fueron rápidamente separados, el salón para caballeros era distinto al salón de la novia. Cosa que sorprendió a Sienna.
“¿Por qué nos separan?”, preguntó en tono bajo mientras caminaba detrás de una de las muchachas del servicio.
“Es parte de las costumbres y tradiciones de nuestro país, antes las bodas solían celebrarse durante el día, ahora lo hacen por las noches y no puedes bailar hasta que los mayores se hayan retirado”, explicó Jenna en el mismo tono bajo y cómplice.
Sienna asintió, pero le resultó un poco exagerado.
“Hay cosas que deberían cambiarse”, sugirió ella.
“Quizá con el tiempo y los años, Sienna, por ahora es lo que tenemos. Algo mucho mejor que antes”.
“¿Por qué lo dices?”
“Antiguamente, los padres de la novia no podían estar presentes durante la ceremonia, se acostumbraba a salir de viaje en vez de acompañar a su hija”.
Sienna abrió los ojos, pero no dijo lo que estaba pensando, no tenía sentido de una u otra manera, no iba a cambiar lo que ya estaba y formaba parte de una cultura. Ella podía revelarse, no era nativa, pero debía respetar las costumbres de los habitantes.
La ceremonia no duró mucho tiempo y una hora más tarde, se dio por concluida la boda, Sienna solo quería salir, encontrase con Hassan y olvidarse de todo.
“¿Te pasa algo?”, preguntó Jenna mientras esperaban en el punto de inicio por Hassan y Assim.
“Me duele la cabeza, quizá debe ser la aglomeración”, señaló.
Jenna asintió.
“Ahora que volvamos puedes darte una ducha y relajarte”, dijo Jenna.
“¿Sucede algo, Jenna?”, preguntó Sienna al ver el rostro sonrojado de su cuñada, Jenna negó.
“¿Secretos entre nosotras? Pensé que éramos amigas”, señaló Sienna.
La joven trago.
“He visto que últimamente mi hermano y tú, tienen mucho acercamiento”, susurro.
Sienna sonrió.
“Somos esposos, Jenna, supongo que es normal, por lo menos en privado”, respondió, recordando que en público se mostraban reservados y aunque era un dolor en el trasero, ambos hacían su mejor esfuerzo para no ser irrespetuosos.
Jenna asintió.
“Deberíamos preparar una ceremonia de bodas”.
“¿Ah?”
“Una ceremonia de bodas para ti y Hassan, deberían casarse bajo nuestras leyes también. Me encantaría ayudarte, de hecho, sería algo digno de una princesa. No una boda tan apresurada como la de Jahir, ¿Tanta prisa tenia por sumar una nueva esposa a su colección?”, preguntó.
Sienna se encogió de hombros.
“Creo que se trata más bien de un jugoso contrato petrolero”, admitió Sienna, quien guardó silencio ante la llegada de Hassan y Assim.
Una vez que los cuatro estuvieron juntos, caminaron a su auto y volvieron al palacio.
Sienna hizo lo que Jenna le recomendó, pero no lo hizo sola y arrastró a Hassan con ella a la tina, amaba esos momentos de privacidad, pues era libre de expresar lo que sentía cómo quería, como en ese momento que cubrió el cuerpo de Hassan con su propio cuerpo y se dejaron llevar por la pasión una vez más.
Hassan llevó el cuerpo de Sienna hasta la cama, luego de su encuentro, ella se había quedado dormida entre sus brazos, dentro de la tina. El Emir la recostó sobre las sábanas de seda y cubrió su cuerpo desnudo a rajadientes, pues él no tenía ningún problema con verla toda la noche, queriendo que el tiempo se detuviera en ese momento.
Hassan acarició el rostro de su esposa y suspiró mientras una idea loca le llegó a la mente. No era loca, era la mejor idea que pudo habérsele ocurrido. Con emoción se apartó de la cama, se acomodó la bata y salió de su habitación para buscar a Assim. Iba a darle a Sienna la boda que ella merecía y unir su vida por ambas leyes y culturas.
Con aquel pensamiento abrió la puerta de la biblioteca, sabía que Assim estaría allí, lo que no esperó fue verlo besando a su hermana sobre su escritorio.
“¡Assim!”
El grito de Hassan resonó en la habitación. La pareja se separó como si un rayo les hubiese atravesado. Jenna cambió de color al ver el rostro furioso de su hermano.
“Señor…”, el consejero estaba petrificado al ver a su jefe delante de él.
“¿Qué significa esto, Assim?”, preguntó, él evitó mirar a su hermana, porque no estaba seguro de su proceder.
“Señor, yo…”, Assim no encontraba las palabras adecuadas para expresarse, estaba en shock.
“¡Me has traicionado, Assim!”, gritó furioso, caminando como un leopardo y asechando a su presa.
Hassan tomó a Assim por el cuello y lo arrinconó a la pared más cercana.
“¿Cómo has podido hacerme esto?”, preguntó acercando su rostro al de su consejero.
“¡Hassan, por favor no le hagas daño!”, pidió Jenna atreviéndose a tocar el brazo de su hermano.
Hassan giró el rostro, no reconocía a su hermana.
“¡¿Qué es lo que pretendes, Jenna?!”, gritó y preguntó al mismo tiempo.
“Déjalo y habla conmigo, por favor”, suplicó.
Hassan estampó un golpe sobre el rostro de Assim, su dolor era demasiado grande para contenerlo dentro de su corazón.
“¡Confíe en ti, Assim! Hoy mismo te dije que eras el único hombre en quien confiaba, ¿Y cómo me has pagado? ¡Traicionándome, poniendo tus ojos en mi hermana!”, gritó apartándose del hombre por temor a hacer algo peor.
Hassan estaba en todo su derecho, pero no iba a mancharse las manos por un hombre que lo había traicionado, deshonrando a su hermana.
“Puedo explicarlo, señor”, habló Assim.
“¿Explicar? No necesito ninguna explicación, ¡No debiste poner los ojos en mi hermana!”, exclamó.
“La señorita Jenna y yo estamos enamorados”, susurró ante el ataque verbal del Emir.
Hassan dio un paso atrás, miró el rostro lloroso de su hermana y esperó a que ella lo afirmara o desmintiera, sin embargo, ella solo temblaba como si fuera una hoja mecida por el bravo viento.
“¡Te quiero fuera de aquí, Assim, no quiero volver a verte!”
Jenna abrió los ojos y su corazón saltó dentro de su pecho, rompiéndose ante la orden de su hermano.
“¡No, Hassan! ¡Por favor, ten piedad!”, pidió la joven cayendo de rodillas delante de su hermano.
“No puedo tener más piedad de la que ya le estoy concediendo, Jenna. Assim ha traicionado mi confianza, ha abusado de mi hospitalidad y te ha tocado de manera que jamás debió hacerlo”, señaló con severidad.
“No lo eches”, rogó Jenna sin moverse del piso.
“Es mejor que se vaya ahora”, ordenó.
Assim era consciente de su error, jamás debió poner los ojos en Jenna, pero en el corazón no se mandaba y al saberse correspondido, quiso intentar vivir su historia de amor, que ahora terminaba de la peor manera…
“Perdóneme, señor, acepto cualquier cosa que disponga para mí, pero no castigue a la señorita Jenna”, pidió con el corazón el mano.
“Vete, Assim”, repitió Hassan, no quería verlo, porque no quería cometer homicidio en ese momento.
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