Capítulo 26:

“Te prometo que no tengo ninguna necesidad de llenar mi casa de mujeres, cuando tú eres el centro de mi atención”, aseguró para tranquilidad de Sienna.

Una tranquilidad que duró muy poco o más bien hasta que conoció a las hijas mayores del jefe de la tribu. Mujeres hermosas y obedientes de sus padres.

“Mis hijas, ellas son mis más grandes tesoros”, dijo el hombre mientras seis chicas entraban a la habitación.

Sienna podía imaginar el motivo de llamarlas de aquella manera, pues podía intercambiarlas por un acuerdo comercial, ofrecerlas y…

´Es exactamente lo que hizo tu padre, Sienna. No puedes juzgar a este hombre con dureza y menos juzgar la obediencia de las muchachas. Hiciste lo mismo, cediste ante las presiones de tu madre por el bien de tu hermana. No eres distinta a ellas´, le incordió su conciencia.

Ayad despidió a sus hijas luego de unos minutos, para hablar de negocios y contratos muy llamativos que además venían acompañados de un contrato matrimonial.

“No voy a presionar, las cosas se darán cuando tienen que darse, pero es la oferta que les dejo sobre la mesa para cerrar un buen negocio”, pronunció Ayad, dando por finalizada la reunión.

Hassan debía pensar en otra manera de negociar con Ayad, casarse con otra mujer no era parte de su plan y menos cuando Sienna se la tenía jurada.

“Supongo que vamos a pensarlo, el petróleo es la joya del golfo”.

“Y no estará en oferta toda la vida”, rió Ayad, respondiendo a las palabras de Jahir, quien tampoco se esperaba tomar una esposa ese día.

“No tenemos prisa, ahora vamos a disfrutar de una deliciosa cena, si desean marcharse o quedarse, esta es su casa”, ofreció el anciano.

La pareja asintió y cuando la comida fue servida, comieron en completo silencio. Mientras Jahir no apartaba la vista del rostro de Sienna, desde que la había visto le había parecido una mujer hermosa, pero sus modales en la mesa eran aún más exquisitos.

Tenía una gracia y una elegancia que pocas veces tenía la oportunidad de apreciar.

“¿Se te ha perdido algo?”, preguntó Hassan de repente, sorprendiendo no solo a Jahir, sino también a Ayad y su familia.

“¿Perdón?”, preguntó Jahir haciéndose el desentendido.

“Deja de mirar a mi esposa, Jahir”, lo amenazó.

El hombre miró a Ayad y sonrió.

“Lo siento, ha sido descortés de mi parte, señora Rafiq, le ofrezco una profunda disculpa”, dijo inclinando su cabeza.

“No puede culpar al señor Ahmad, su esposa es una mujer muy bella, es como una joya mística, ¿Extranjera?”, dedujo con prontitud el anciano.

Sienna casi bufó ante la pregunta del hombre, como si ser extranjera fuera un jodido crimen o pecado.

“Americana”, respondió Hassan muy a su pesar.

“Lo suponía”, comentó Jahir.

“Si nos disculpan debemos marcharnos”, pronunció Hassan levantándose para tenderle la mano a Sienna.

“Muchas gracias por su hospitalidad”, dijo Sienna como despido.

“Espero que no sea la primera vez que nos veamos, aún tengo esperanzas de que el señor Rafiq atienda mi solicitud y reciba a una de mis hijas como su esposa”, respondió Ayad con una ligera inclinación.

El cuerpo de Sienna tembló, ¿Cuál era la necedad de que Hassan tomara una segunda esposa? Se cuestionó con cierto enojo.

“No lo tomes en cuenta, Sienna, te lo he prometido”, susurró Hassan para tranquilizarla.

Entre tanto, Jahir se puso de pie para abandonar la habitación junto a su primo y esposa.

“Estaré notificándole mi decisión en breve”, respondió Jahir para despedirse del anciano, él tenía dos esposas, no tenía ningún problema en sumar una tercera. Después de todo, el petróleo era lo mismo que tener una mina de joyas y el matrimonio no era ningún sacrificio para él.

La pareja abandonó la vivienda y se dirigieron a su vehículo con el fin de regresar a casa, sin embargo, Jahir ni iba a perder oportunidad para molestar a su primo, después de todo lo se veían muy seguido.

“Escuché que sufriste grandes pérdidas debido al incendio de las bodegas de aluminio, lo lamento”, expresó el hombre con el rostro serio.

Hassan se detuvo al escuchar las palabras de Jahir, la sangre le hirvió en las venas, pues creía que el hombre se burlaba de él y le echaba en cara su fechoría.

“Tú y yo sabemos que fue un incendio provocado”, gruñó Hassan tensando el cuerpo, como un leopardo a punto de atacar.

Sienna quien desconocía lo ocurrido con las bodegas se sorprendió. Sobre todo, al sentir el enojo por parte de Hassan.

“Lo sabrás tú, yo no tengo ningún interés en arruinarte y no necesito mancharme las manos con pequeñeces, deberías tener un mejor control sobre tu personal y socios. No todos los que te sonríen son tus amigos, Hassan, y lo sabes”, aseguró.

“¿Tal como tú lo haces?”, cuestionó Hassan con los dientes apretados, dando un paso adelante, eso fue todo lo que Sienna le permitió avanzar.

“Hassan”, dijo ella.

“No vale la pena”, añadió aferrándose a su brazo.

“No tienes pruebas en mi contra, Hassan, así que no puedes lanzar acusaciones ciegas. Cuando las tengas, ven a mi casa y hablaremos “, soltó.

Hassan apretó los dientes y los puños.

“¡No voy a descansar hasta demostrar tu complicidad!”, expresó sin poder contenerse.

Jahir asintió, se despidió con un movimiento de mano y subió a su auto para alejarse.

“Señor”, llamó Assim.

“Volvamos a casa”, ordenó el Emir.

Sienna quería hablar, pero no sabía si tenía algo bueno que decir al respecto, no tenía idea de cómo Hassan se llevaba con Jahir y mucho menos tenía idea de lo que había sucedido en las bodegas. Fue entonces que recordó las ausencias de Hassan durante muchos días.

“¿Fueron grandes pérdidas?”, preguntó cuando el vehículo ya se desplazaba hacia el palacio.

Hassan asintió.

“¿Crees que ha sido Jahir?”

“Estoy seguro”.

“No tienes pruebas, no puedes acusarlo por suposiciones”, dijo Sienna, ganándose una mirada seria por parte de su marido.

“No hables si no sabes”, espetó.

Sienna giró el rostro y miró por la ventana, no iba a entrar en una discusión con Hassan por un hombre que no conocía, además, no era su problema.

Hassan maldijo para sus adentros al ver la reacción de Sienna, aunque era consciente de que no debió lanzar acusaciones sin las jodidas pruebas, pero con la muerte del hombre en prisión, estaba con las manos vacías, no tenía nada y aun así había puesto sobre aviso a su primo y estaba discutiendo con Sienna.

“Lo siento”, expresó tomando los dedos de Sienna entre sus dedos y dándole un ligero apretón.

Sienna apartó la mirada de la oscura ventana y miró a Hassan.

“No quise hablarte de esa manera, lo siento”, repitió.

Sienna asintió.

“Te lo dejaré pasar por esta vez, pero que no se te haga costumbre, Hassan, porque no siempre voy a aceptar tus disculpas y tampoco que me hables como te dé la gana. Recuerda que soy tu esposa, no tu lacayo”, dijo.

Hassan echó la cabeza sobre el respaldo y dejó escapar un suspiro.

“Te lo prometo, Sienna, te aseguro que no serás la única que ponga de su parte, yo haré lo mismo y daré lo mejor de mí, perdóname”, pronunció.

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