La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 20
Capítulo 20:
“¿Es extranjero?”, preguntó Callie al final.
“No”, respondió Farid viéndola a los ojos.
Callie asintió.
“Gracias por esto”, dijo.
“¿Piensa quedarse mucho tiempo?”, preguntó Farid.
Callie lo pensó muy bien antes de responder, primero tenía que encontrar información de Hassan Rafiq, una vez que tuviera su dirección iba a buscarlo para ver a Sienna y hasta que no supiera que ella estaba bien y viva, no iba a marcharse. Eso también podía llevarle mucho tiempo, así que darle una fecha en concreto sería erróneo, pero ¿Por qué tenía que darle una fecha exacta?
“No lo sé, supongo que me quedaré hasta que el dinero se me termine”, dijo con una sonrisa, como si supiera que debía ocultar la verdadera razón de su presencia en aquel país, después de todo estaba hablando con un árabe y no sabía nada de él, ni siquiera su nombre.
Ya era muy complicado estar con él dentro del mismo auto.
“Llegamos”, dijo Farid cuando su chofer aparcó frente el lujoso hotel.
“Soy Farid, este es mi teléfono, si necesita un guía”, añadió entregándole una tarjeta de presentación con su número de teléfono y el nombre de una empresa que ella ni conocía.
“Soy Callie Wilson”, se presentó ella al tiempo que se bajaba del auto.
Callie agradeció el gesto del hombre y se alejó de él, en realidad no pensó que pudiera encontrarse un tipo guapo y amable, pero debía tener cuidado, pues los países tenían sus propias leyes y los orientales eran un poquito más extremos que cualquier otro…
Entre tanto, Farid miró a Callie alejarse, había hecho el viaje desde Nueva York y le había llamado la atención esa rubia cabellera que parecían hilos de oro, quizá ahora comprendía la fascinación de Hassan por Sienna, eran mujeres ardientes como el sol.
Mientras tanto, Sienna salió de darse un baño, había estado esperando por Hassan, pero él simplemente se había perdido, no sabía nada de él desde que abandonó su habitación tras su llegada de Dubái. Sienna debería sentirse bien y echarse a dormir, de todas maneras, ella tuvo la buena intención de curar sus heridas y calmar su consciencia, que Hassan no llegara no era problema suyo.
Ahí estaba de nuevo, esa vena rebelde en ella, esa misma que la había llevado a los brazos de Hassan aquella noche en el antro, aquella vena que saltó cuando él la desafió a no presentarse en el Ayuntamiento el día de la boda y la misma que los metió en problemas con la Familia Rafiq que terminó en castigo.
El corazón de Sienna se estremeció al recordar el sonido del látigo, rompiendo la piel de Hassan cada vez que Assim lo golpeaba. Ella había regado para que se detuviera, al fin de cuentas nadie los estaba viendo, pero Hassan no se lo permitió y no fue hasta que el último golpe cayó, y Assim se apartó de él con el rostro desencajado, la culpa tatuada en sus ojos y sus manos temblorosas habían dejado caer el látigo ensangrentado sobre el piso.
Sienna se metió a la cama, cerró los ojos y trató de dormir para no pensar en el pasado y los recientes sucesos.
Dos horas más tarde, Hassan entró a la habitación, había hablado largo y tendido con Assim, en su urgencia por abandonar Nueva York, se había olvidado por completo de la dirección de la ensambladora y sin Sienna al frente, las cosas no podían marchar bien, nada bien.
Había sido un error garrafal de su parte, pero estaba molesto con Sienna, estaba furioso por sentirse utilizado por la joven que no midió las consecuencias de sus acciones, afortunadamente no había pasado mucho tiempo y podía solucionar el asunto.
Hassan se dio una ducha, no era lo mismo contar con la ayuda de Sienna que hacerlo solo, pero era tarde y no quería despertarla, después de todo había sido él quien terminó llegando tarde a su encuentro. Se apartó la bata, sus heridas estaban irritadas debido a la falta de curación, pero tampoco iba a morir.
“¿Hassan?”, preguntó Sienna abriendo ligeramente los ojos, estaba casi dormida, aun así, pudo sentir el movimiento de la cama.
“Duérmete, Sienna, es tarde”, le dijo acomodando frente al rostro de Sienna, aquí no había ningún tipo de peligro por lo que dejó su espalda al aire.
“Voy a curarte”, pronunció la joven intentando levantarse.
“Estoy bien”, insistió Hassan.
“No. No estás bien, no puedes descuidarte”, lo regaño saliendo de la cama en contra de la voluntad del Emir.
Sienna buscó las medicinas y las gasas.
“No te muevas”, ordenó Sienna al ver el intento de Hassan por girarse.
“¿Ahora me ordenas?”, preguntó con seriedad.
“Prefieres que te diga: ¿Por favor, mi señor?”, preguntó ella en tono jocoso, sin embargo, el efecto que causó en Hassan fue todo menos divertido. Fue como un cerillo cayendo sobre un tambo de pólvora que ardió con fuerza dentro de su cuerpo.
Ajena a todo lo que aquellas cuatro palabras causaron en Hassan. Sienna se dedicó a curar sus heridas y a esa noche le siguieron varias noches más en las que Hassan terminaba con una dura er$cción dentro de sus pantalones, pues en la medida en que las heridas iban curándose, el contacto de sus pieles iba dejando otra sensación distinta al dolor.
“Te quedarán cicatrices”, pronunció Sienna luego de dos semanas.
“Estoy bien con eso”, respondió al tiempo que se colocaba la bata para cubrir su cuerpo.
Sienna tragó.
“No he visto a Assim”, dijo ella para cambiar de tema, pues se había instalado un incómodo silencio entre ellos.
“Se ha ido a Nueva York”, confesó.
El cuerpo de Sienna tembló y antes de pensar que la partida de Assim fuera por motivo de trabajo, no pudo evitar que sus pensamientos fueran para su madre y hermana.
“Scarlett”, susurró.
“Ellas están bien, Sienna, el asunto de Assim es por trabajo”, la tranquilizó.
“¿Sucede algo malo con la ensambladora?”, cuestionó Sienna un poco más tranquila.
“Nada malo, el precio de las acciones, han subido como la espuma, pero necesitamos a alguien capaz al frente”, dijo.
“Yo podía hacerlo”, refutó Sienna.
Hassan no lo dudaba, los últimos informes enviados por su antiguo socio habían sido muy satisfactorios y sabía que todo había sido bajo el mando de Sienna, pero ella era su esposa y él por nada del mundo iba a dejarla sola en Nueva York.
“Sienna”.
“Trabajé arduamente durante cinco años, ayudé a mi padre en todo, jamás esperé que mi padre me traicionara de esta manera”, confesó.
Hassan miró el dolor en los ojos de Sienna y su corazón se estrujó dentro de su pecho.
“Tu padre solo quiso asegurar tu futuro”.
Sienna lo miró y negó.
“Estoy en un país que no es el mío, junto a un hombre que claramente no me ama y en una familia que espera una sola equivocación de mi parte para ir en mi contra. ¿A eso puedes llamar un futuro seguro, Hassan?”, preguntó Sienna con lágrimas en los ojos.
Hassan se acercó a ella, llevó su mano al rostro de la muchacha y limpió sus lágrimas.
“Lo siento, Sienna, reconozco que también me he equivocado”, aceptó Hassan sin dejar de acariciar la mejilla de su esposa.
“No era parte del plan que vinieras a mi país, quizá de manera eventual, pensé que luego de nuestra boda te dejaría ser libre con la promesa de mantenerte fiel a nuestro matrimonio, pero aquella noche en el antro…”
“No actuamos correctamente”, dijo ella.
“Sin embargo, nada de lo que hicimos esa noche me pareció equivocado, Sienna”, susurró Hassan acercándose a la boca de su esposa.
“Éramos dos extraños que caímos en la tentación”, refutó ella.
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