Capítulo 18:

El g$mido que abandonó los labios de Sienna fue casi desgarrador, al tiempo que la mano de Zaida se apartaba y se manchaba de sangre.

“¡Zaida!”, gritó Abdel por primera vez mostrando su enojo.

Zaida abrió los ojos al ver la humedad en la espalda de Sienna, miró su mano y luego a su marido, mientras Sienna caía en los brazos de Hassan.

“Yo…”, Zaida trató de justificarse tan pronto como se dio cuenta de que había cometido un error garrafal.

“¡Silencio!”, ordenó Abdel caminando hasta Hassan y Sienna.

“Abdel…”

“He dicho que guardes silencio, Zaida. Esto que has hecho es una crueldad, solicitaste el castigo para Sienna, sabías que estaba herida y aun así lo has hecho con intención de causarle más daño”, dijo Abdel.

“No fue mi intención, Abdel…”

“Llévate a Sienna”, ordenó Abdel al ver las lágrimas en los ojos de la joven y el rostro furioso de Hassan.

“Me la llevaré, por supuesto que me la llevaré, pero no será a mi habitación. Nos marchamos del palacio, esperaba hacerlo en un tiempo prudente, pero dadas las circunstancias y la poca tolerancia de mi madre, hoy mismo me llevaré a Sienna de aquí”, sentenció con enojo, mientras acunaba a Sienna entre sus brazos.

Nayla, quien había guardado silencio, miró con desagrado aquel intercambio de toques. Hassan protegía a Sienna como si fuera de cristal, como si fuera una piedra valiosa y no era más que una…

“¡Fue accidental!”, gritó sacando a Nayla de sus cavilaciones.

“Tía tiene razón, no puedes tomar una decisión tan drástica, Hassan”, dijo, llegando al lado de Zaida.

“Será mejor que no te metas en asuntos que solo le conciernen a la familia, Nayla. Ser la sobrina política de mi esposa, no te da ningún derecho a inmiscuirte”, le advirtió Abdel, quien ahora si parecía un verdadero Emir.

“Pero tío”.

“Silencio, Nayla”, ordenó con voz seria.

La mujer agachó la cabeza y obedeció, mientras Hassan llevaba a Sienna del comedor.

“No puedes dejar que se marche”, dijo Zaida.

“Vete a tu habitación y no salgas hasta que mi hijo se haya marchado”, ordenó Abdel.

Zaida se sintió furiosa por la actitud de su esposo, en treinta años de matrimonio jamás le había levantado la voz, pero ahora no solo se atrevía a gritarle, sino también a castigarle por culpa de Sienna.

Zaida evitó gruñir como si fuera un animal herido y caminó a sus aposentos con enojo, apenas las puertas se cerraron detrás de ellas, algunos carísimos jarrones terminaron estrellados en el piso.

“Cálmate, tía”, pidió Nayla al ver a Zaida tan descontrolada.

“Esa mujer ha arruinado a mi familia, primero mi hijo y ahora también mi esposo, ¿Qué clase de hechicera es?”, preguntó con enojo.

“Quizá solo no le has dado una oportunidad, tía. No todas las mujeres occidentales deben ser malas, Sienna aceptó el castigo. Incluso creo que yo misma la juzgue mal”, dijo Nayla ayudando a Zaida a sentarse.

“Eres una mujer tan amable y tolerante, Nayla. Mi hermana hizo un gran trabajo contigo, te educó tan bien y con nobles sentimientos”.

Nayla sonrió con timidez.

“Sé amable con ella, tía, dale una oportunidad y quizá te lleves una agradable sorpresa. Confío en el buen juicio de Hassan. Él es un hombre inteligente, dudo mucho que se deje engañar fácilmente por una mujer, ¿No viste cómo la protege?”, Nayla continuó hablando con el fin de tranquilizar a Zaida.

“No sé si pueda hacer algo como lo que pides. ¡Esperé todo este tiempo que Hassan se casara y lo hiciera contigo!”, sollozó.

Nayla se sonrojó.

“Aún no pierdo las esperanzas de que Hassan se fije en mí”, susurró ella en tono bajo.

Zaida la miró y acarició su mejilla.

“Eres lo que siempre quise para mi hijo”, dijo con pesar.

Nayla se movió inquieta, caminó de un lado al otro, sin saber si debía o no decir lo que estaba pensando.

“¿Qué sucede?”, preguntó Zaida ante el silencio y nerviosismo de Nayla.

“No sé si deba decírtelo”, dijo.

Zaida la llamó a su lado y Nayla no dudó en arrodillarse delante de ella.

“¿Qué pasa?”, insistió.

“Quizá puedas llegar a un acuerdo con Hassan”.

“¿Acuerdo?”, preguntó Zaida sin comprender.

Nayla asintió.

“Hassan siempre puede tomar una segunda esposa”, sugirió con pena.

Zaida negó.

“Tú mereces más que ser una segunda opción, Nayla ¿Cómo puedes querer ser una segunda esposa?”, susurró Zaida.

“Estoy enamorada de Hassan desde que tengo memoria, no me importaría ser una segunda esposa para él si eso te hace feliz”, dijo Nayla.

Los ojos de Zaida brillaron al escuchar a su sobrina política.

Entre tanto, Jenna se puso de pie cuando la puerta se abrió y miró a Hassan y Sienna entrar.

“¿Qué pasó?”, preguntó.

“¿Cómo fue que se te ocurrió esa idea?”, cuestionó en lugar de responder.

“¿Cómo conseguiste sangre?”, Jenna sonrió.

“Algo bueno tengo que aprender en mis tiempos libres y lo de la sangre mejor no preguntes, no querrás saberlo”, aseguró, regalándole una mirada de disculpa a Assim. El donador.

“Me has sorprendido, no esperaba tu ayuda”, dijo Hassan con sinceridad.

“Sé que me muestro débil ante las órdenes de nuestra madre, pero es todo lo que conozco desde la cuna, Hassan, no he podido hacer nada más que bajar la cabeza y obedecer”, dijo con pesar.

Hassan sintió pena por su hermana, de los tres ella era la más afectada, debía admitirlo.

“Te debo una, piensa en lo que quieres a cambio”, dijo.

Ella negó.

“Ir contigo a Abu Dabi es todo lo que quiero”, dijo.

“No llamarás a Nayla ni a nuestra madre”, le advirtió.

“Te lo prometo”, le aseguró.

Hassan asintió.

“Ve por tus maletas, nos iremos al aeropuerto”, indicó.

Jenna salió casi corriendo, olvidándose de sus modales, mientras Assim salió con discreción y Sienna se dirigió al cuarto de baño para cambiarse.

Sienna hizo una gran actuación, había estado pendiente de cada movimiento de Zaida, había temido quedar al descubierto, pero finalmente la mujer se había llevado un fiasco y de esa manera también había ayudado a disipar las sospechas de la mujer sobre ellos. Para su fortuna estaban a pocos minutos de dejar ese palacio y tener un poco de paz.

Una hora después, Hassan ayudó a Sienna a subir al auto que los llevaría al aeropuerto, mientras Jenna subía a la segunda camioneta acompañada por dos mujeres del servicio, mujeres que por supuesto él no pensaba llevar a su palacio en Abu Dabi.

Cinco horas después y luego de dejar a las dos acompañantes de Jenna lejos del Palacio de la Nación.

Hassan, Sienna y compañía se instalaron en la lujosa residencia.

Sienna intentó no sorprenderse, pero la residencia era demasiado lujosa y hermosa como para ignorar su belleza.

“¿Compartiremos habitación?”, preguntó al ver las maletas de Hassan en su habitación.

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