Capítulo 169:

Ahmed no supo cuánto tiempo permaneció quieto, lo único que podía escucharse en la habitación eran sus respiraciones agitadas, hasta que Nayla impulsó sus caderas ligeramente, arrancando un sonoro g$mido en ambos.

“¡Nayla!” gritó Ahmed al sentir cómo era presionado por la intimidad de su esposa, que era terrible y deliciosamente apretada, tanto, que moverse suponía un gran esfuerzo.

¡Era casi imposible!

“¡Ámame!” gritó Nayla perdida en el placer.

Ahmed no se hizo esperar, arremetió contra la intimidad de Nayla y la penetró una y otra vez.

Nayla se olvidó del dolor inicial y se aferró al cuerpo de Ahmed, abrió los labios cuando él demandó un beso y se abrió para él como un girasol lo hace para recibir los rayos del sol.

“Eres tan grande” g!mió Nayla cuando Ahmed la levantó entre sus brazos para quedar sentados sobre la cama.

Nayla enroscó las piernas en la cintura de Ahmed e iniciaron una nueva y enloquecedora cabalgata en busca del éxtasis.

La habitación se llenó de g$midos y del sonido de dos cuerpos golpeándose entre sí, consumidos por la pasión.

Nayla sintió el placer naciendo en su bajo v!entre y correr por su cuerpo, como una corriente eléctrica, mientras Ahmed golpeaba su cl!toris y apretaba sus nalgas, haciendo que su cuerpo explotara de nuevo en olas y olas de placer.

Nayla se rompió una tercera vez y sintió que no podía aferrarse a nada, ni siquiera a su propia voluntad, sin embargo, esto aún no terminaba y Nayla lo supo cuando Ahmed la dejó sobre la cama, dejando expuesta su espalda ante sus ojos.

De repente fue como si toda la pasión y el placer desaparecieran de su cuerpo, él estaba viendo las marcas de su culpa y sus errores…

Una ola de vergüenza se apoderó de ella e intentó girarse para salir de la cama, creyendo que… sus pensamientos fueron cortados de raíz cuando la mano de Ahmed la obligó a estar sobre la cama.

Nayla g!mió al sentir los dedos de Ahmed acariciar sus cicatrices, él dibujó cada marca con la yema de sus dedos, como si quisiera borrarla de la piel perfecta de su esposa y, aunque no podía hacerlo, iba a hacer de una u otra manera que ella dejara de prestarles atención y se olvidara de que las llevaba.

“Ahmed” sollozó ella, pero no tuvo tiempo de nada más.

Los labios de Ahmed tocaron sus hombros, fueron besos cortos y húmedos que le hicieron g$mir y volvieron a encender la pasión de nuevo en cada rincón de su cuerpo.

La lengua de Ahmed dibujó las mismas líneas que sus dedos, él se demoró sobre aquellas cicatrices, mientras invadía el interior de Nayla de nuevo, golpeando sus nalgas en el proceso.

Despertando el placer en el bajo v!entre de la muchacha, arrastrándola con él al punto más alto del placer.

Nayla sintió la pasión correr por sus venas como lengüetas de fuego, como si la sangre se convirtiera en lava ardiente, la presión en su bajo v!entre le hizo explotar en una nueva ola de placer que arrastró todo sentido, toda pena, todo miedo y la catapultó al cielo.

Su cabalgata al éxtasis fue acompañada por el g$mido de Ahmed, que surgió desde lo más profundo de su garganta al sentirse libre, las paredes íntimas de Nayla se cerraron sobre su dureza hasta tener la última gota de su esencia.

Ahmed sostuvo el cuerpo de Nayla entre sus brazos, la giró sobre la cama, se colocó a su espalda como dos cucharas que encajan a la perfección.

“Te amo, Nayla, te amo” le juró y ella le creyó, ciegamente le creyó.

“Eres mi mundo perfecto, Ahmed, jamás sueltes mi mano” le pidió.

“Te amo con todas las fuerzas de mi corazón” añadió ella.

Ahmed, desde su posición, buscó la boca de Nayla y con la respiración agitada y el corazón martillándole como caballo desbocado la beso…

Después de la boda de Ahmed y Nayla, la alegría inundó la Familia Rafiq.

La pareja se fue a Grecia para disfrutar de su luna de miel y resolver algunos asuntos de negocios en Atenas.

Mientras la empresa familiar florecía, en casa reinaba la felicidad.

Durante una de sus reuniones sabatinas, Azahara, con una taza de té en mano, preguntó ansiosa:

“Entonces, ¿Cuándo vamos a conocer al bebé?”

Estos encuentros se habían vuelto una tradición desde que Nayla y Ahmed se mudaron al extranjero, una manera de mantener la unión familiar y apoyar a Azahara en su nostalgia.

Jenna, con una sonrisa, compartió que el nacimiento podría ser en cualquier momento, ya que era su primer embarazo y no había una fecha exacta.

Sienna y Callie recordaron sus propias experiencias, cómo sus hijos habían llegado de manera inesperada, provocando risas entre ellas.

Pero la risa se transformó en tensión cuando Jenna, de repente, gritó:

“¡Llegó! ¡El bebé está llegando!”

Todas se quedaron perplejas, y en medio de la confusión, Azahara olvidó los consejos de calma y comenzó a correr de un lado a otro.

Callie intentó mantener la serenidad mientras los hombres de la familia, alertados por los gritos, se apresuraban a la habitación.

Assim, al ver a Jenna con dolor, se desmayó, y Hassan la llevó rápidamente a una habitación preparada para el parto.

“¡Llamen al médico!”, gritó Hassan, mientras las mujeres se organizaban: Azahara buscaba agua caliente, Callie y Sienna preparaban las sábanas y Amira y Halima atendían a Assim.

Abdel y Farid, pálidos y ansiosos, se acercaron a la puerta donde Jenna había sido llevada. Abdel, recordando el nacimiento de sus propios hijos, sentía una angustia inmensa al pensar en el dolor de su hija.

El tiempo parecía detenerse mientras esperaban noticias.

Finalmente, el llanto fuerte y saludable de un bebé resonó por los pasillos, llenando de alivio a todos.

Assim, con el corazón a punto de salirse del pecho, esperaba impaciente la autorización para ver a su esposa y a su recién nacida.

Después de una hora más de angustiosa espera, Azahara anunció que podían entrar.

El médico les confirmó que tanto Jenna como la bebé estaban bien. Assim, con los ojos fijos en Jenna, preguntó con voz temblorosa:

“¿Una niña?”

El médico asintió, y Assim, lleno de emoción, se acercó a la cama.

“¿Puedo?”, preguntó Assim, y Jenna, con las manos temblorosas, le entregó a su hija. Assim tomó a la pequeña en sus brazos, maravillado por su belleza y el parecido con su madre.

“Es hermosa”, susurró con lágrimas en los ojos.

Jenna le sonrió, y el nudo en su garganta se disolvió. Juntos, respiraron aliviados, agradeciendo por la nueva vida que acababan de recibir.

“Sí, lo es”, murmuró Jenna en respuesta a la pregunta sobre su hija.

Assim, con un gesto lleno de ternura, dejó un beso en la pequeña frente de Fatima y otro en la de Jenna. Luego, con cuidado, pasó a la bebé a los brazos de su abuelo Abdel.

El corazón de Abdel se estremeció de emoción. Era la primera vez que presenciaba el nacimiento de uno de sus nietos, y las emociones que lo embargaron fueron inmensas, sintiéndose un hombre afortunado y bendecido por Alá.

Todo lo que había sufrido en la vida, incluso estando al borde de la muerte, parecía insignificante en ese momento.

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