La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 165
Capítulo 165:
Jahir iba a testificar.
“¿Puede o no jurarlo?”
Cuestionó Bahjat ante la falta de respuesta de Anisa. Ella no tenía voz para responder, pues de jurar su inocencia estaría perjurando.
“No hay necesidad de ponerla contra las cuerdas, las pruebas presentadas por el Emir Jahir Ahmad dicen todo lo contrario”, intervino uno de los Emir.
“Esta mujer confabuló en su contra, intentó humillarlo, entregándose a otro hombre y prometiendo que el próximo Emir no llevaría la sangre de su familia; incluso, maldijo la sangre de su esposo”.
Anisa supo en ese momento que ya todo estaba perdido, aun así gritó:
“¡No! ¡Es mentira! ¡Él solo quiere librarse de mí, para vivir con su esposa extranjera!”.
Sin embargo, la voz de Mohamed irrumpió en la sala, relatando la conversación que sostuvo con Jahir sobre la posibilidad de un nuevo contrato y la aceptación del Emir para someter a Anisa a una prueba de v!rginidad.
El salón quedó en completo silencio por segunda vez en lo que iba del juicio.
Un juicio que no necesitaría de más tiempo, pues todas las pruebas grabadas no dejaban lugar a dudas sobre las malvadas intenciones de Anisa y Mohamed de intentar asesinar a Jahir luego de presenciar la infidelidad de Anisa.
No había poder humano que pudiera salvar a Anisa de una condena segura, ni a su padre, ni a ningún miembro del servicio que participó en el complot en contra del hombre más importante de la ciudad. El Consejo no tuvo que discutir la condena, todos sabían lo que vendría.
“¡Piedad!” gritó Mohamed, tirándose al piso y suplicando de rodillas.
“¡Piedad!” repitió, pero no fue escuchado por nadie en el salón. Entre tanto, Jahir miraba todo desde su posición, no había dicho ni una solar palabra en su defensa, pues no había necesidad. Todo lo que tenía que decir ya lo había dicho la grabación que consiguió ese día.
El Consejo hizo retirar a los acusados y al demandante, se encerraron y deliberaron la culpabilidad de los acusados en privado.
Entre tanto, Jahir se reunió con sus primos Hassan, Farid y Ahmed, quienes le brindaban su apoyo incondicional.
Jahir meditó sobre esta reciente unión con su familia, luego de años de distanciamiento debido a la influencia negativa de Zaida, quien alimentó una rivalidad entre él y Hassan.
Finalmente, Jahir podía experimentar el significado de tener el apoyo de su familia, pues ya no se sentía solo en el mundo como antes.
Ahora no solo contaba con el apoyo de sus primos, sino también de sus cuñadas que no dudaron en acudir cuando los necesitó.
“Falta poco para que todo esto termine”, dijo Hassan, consciente de lo difíciles y tensos que podían ser estos momentos.
“Esperé por muchos años poder ser libre de Anisa, jamás imaginé que sería de esta manera”, musitó Jahir.
“Quería que fuera feliz con otro hombre, pero su obsesión por ser la madre del futuro Emir fue su perdición”.
“No fue tu culpa, Jahir. Al final, cada uno toma sus propias decisiones, buenas o malas”, intervino Farid, dándole una palmada en el hombro en señal de apoyo.
“Es verdad”, dijo Ahmed.
“Eres un hombre justo. No puedes cargar con culpas ni penas ajenas”.
Los hombres conversaron más rato mientras esperaban el veredicto. Sabían que la familia de Anisa no tendría derecho a réplica dado que las pruebas eran condenatorias.
Al final, todos tendrían un castigo que pagar.
Una hora después de la deliberación, el Consejo llamó a los sirvientes que habían testificado antes que Anisa.
Cada uno recibió su sentencia: un año de prisión y cien latigazos.
El hombre que había estado con Anisa, al ser soltero y sin compromisos, fue condenado a tres años y cien latigazos.
Luego, Anisa y su padre, Mohamed, entraron a la sala.
El silencio que los envolvía era tenso, sus respiraciones agitadas y erráticas delataban su nerviosismo. Bahjat, con voz firme, anunció:
“Mohamed y Anisa Rahal, este Consejo los declara culpables por varios delitos, siendo el más grave el intento de asesinato contra el Emir Jahir Ahmed Rafiq”.
La sala, en un silencio sepulcral, escuchó la enumeración de los delitos.
Finalmente, Bahjat sentenció:
“Este Consejo los condena a la pena de muerte”.
Los lamentos de Anisa llenaron la habitación, mientras Mohamed, abrumado por la desesperación, era arrastrado fuera de la sala.
Sus gritos de piedad resonaban en los muros del palacio, una piedad que no había tenido hacia Jahir días atrás.
Ahora, solo quedaban sus lamentos y arrepentimientos, que no cambiarían su destino.
Jahir, por su parte, se mantuvo impasible, su rostro era el de un hombre que no se complacía en la desgracia ajena, pero que había tenido que tomar decisiones difíciles para hacer prevalecer la ley.
No era un villano, pero la vida lo había puesto en situaciones que requerían de su firmeza.
Con la sala vacía, los Emires mostraron su apoyo a Jahir.
Al caer la tarde, todos, excepto Abdel y sus hijos, partieron hacia sus ciudades.
Mientras tanto, la tensión era palpable en otra parte del palacio.
Scarlett, consumida por la angustia y la incertidumbre, no encontraba sosiego.
“Tranquila, Scarlett, estás consiguiendo que me maree”.
Intentaba calmarla Sienna.
Scarlett necesitaba saber el desenlace, anhelaba la paz que solo vendría al confirmar que Anisa ya no formaría parte de la vida de Jahir.
“Todas aquí esperamos lo mismo, hermana, pero debemos ser pacientes”, le aseguró Sienna.
Scarlett se sentó entre Callie y Sienna, buscando consuelo.
“Las malas noticias siempre son las primeras en saberse”, comentó Callie, intentando ofrecer algo de esperanza.
Kalila intervino, revelando que Anisa desconocía el embarazo de Scarlett, lo que sin duda había salvado a la madre y al bebé de convertirse en el blanco de su venganza.
Un escalofrío recorrió a las mujeres al comprender el peligro que habían evitado.
“Es una bendición”, susurró Callie.
“Lo ha sido”, coincidió Kalila. Sienna abrazó a Scarlett, quien permanecía inmóvil, procesando la magnitud de su fortuna.
En los pasillos, Aida, la criada de Anisa, se retiraba discretamente.
Con el corazón latiendo desbocado y las manos temblorosas, se apresuró a su habitación.
Cambió su hiyab por uno que Anisa le había regalado, escondió algunas monedas en su manga y salió con prisa, rogando a Alá pasar desapercibida, mientras planeaba su siguiente movimiento…
Jahir y compañía entraron por la puerta principal del palacio tras un día difícil pero con un resultado satisfactorio.
“¡Jahir!” gritó Scarlett en cuanto la puerta se abrió, revelando la llegada de los hombres a la sala.
Corrió hacia él, olvidando las reglas y costumbres, anhelando solo abrazarlo y sentirlo junto a ella.
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