Capítulo 163:

“¡Tú eres el único responsable de que me convirtiera en una mujer vengativa!”, chilló.

Jahir, con la poca fuerza que le quedaba, le respondió:

“Nunca te mentí, Anisa. Te di la oportunidad de ser libre, pero despreciaste la oportunidad”

“No quería a otro hombre, Jahir. Ahora ya nada importa”, musitó Anisa, entre el llanto y la burla.

La situación se intensificó cuando Anisa, en medio de una risa histérica, rechazó la idea de que Jahir creyera que la había dr%gado solo para copular con ella.

“No, no es eso lo que haré. Hay una mejor manera de hacerte sufrir”, dijo acercándose a Jahir, quien trató de evitar su toque.

Anisa, aprovechando su inmovilidad, golpeó el rostro de Jahir.

“¡No habrá peor infierno para ti que morir sabiendo que el hijo de otro hombre gobernará tu ciudad y ostentará el título de Emir sin llevar una sola gota de tu maldita sangre!”, gritó con una furia desmedida.

En ese momento, otro hombre entró en la habitación.

Anisa se burló de Jahir, anunciando que sería testigo de la concepción del nuevo Emir, un espectáculo diseñado para humillarlo.

La indignación y la repulsión de Jahir crecieron al ver a Anisa cerrar sus labios sobre la boca del hombre con voracidad.

La humillación de ser testigo de tal acto era la verdadera intención de Anisa: burlarse de él, en su propia cara.

Los g$midos pronto inundaron el lugar y, aunque Jahir mantuvo los ojos cerrados, no pudo cerrar sus oídos ante los sonoros y desvergonzados g$midos de Anisa; bastante exagerados para su gusto.

La mujer gritó un par de veces, pero ni así Jahir abrió los ojos, se mantuvo firme como un roble, soportando solo un poco más, haciendo un pequeño esfuerzo para terminar con todo aquello de una buena vez.

“¡Abre los ojos!”, gritó Anisa, abofeteándole el rostro para hacerle obedecer.

Jahir gruñó y estuvo a punto de morderle la mano ante una nueva amenaza por parte de Anisa.

“¿Lo disfrutaste?”, preguntó ella, cubriéndose el cuerpo con una bata.

El hombre ya no estaba en la habitación; lo había usado como semental de cría.

“Eres una z%rra”, dijo Jahir con desprecio.

Anisa sonrió, satisfecha con su plan.

“Sábanas manchadas de sangre, un examen médico que confirme que he perdido la pureza y un embarazo que se anunciará en breve”, suspiró Anisa.

“Todo tan perfecto, Jahir. Tan perfecto como pudo haber sido nuestro matrimonio”.

“¿Qué es lo que sigue, Anisa?”, preguntó Jahir, bajando un poco el cuello, pegando el mentón sobre el inicio de su pecho.

“Asesinarte y hacerlo parecer como un simple asalto. Viniste solo, morirás solo. Es una pena que tu zorra extranjera no pueda seguirte”, dijo ella, caminando por la habitación, vanagloriándose de su acto tan ruin y despreciable.

“Quizá venderla a un burdel resulte un buen negocio, aunque tratándose de ella, puedo obsequiarla”.

“Te di una oportunidad que no merecías, Anisa. Le di a tu padre, una oportunidad de vivir cómodamente por el resto de su existencia, ¡Pero no la quiso!”, gritó Jahir, intentando moverse por pura fuerza de voluntad.

“¡No hay nada que puedas hacer, Jahir! ¡Ya eres un hombre muerto!”, gritó ella, justo cuando la puerta se abrió y no era ni Mohamed ni ninguno de sus hombres.

Eran los guardaespaldas de Jahir que lo habían seguido de cerca y monitoreado la situación desde el principio.

“¿Qué significa esto?”, gritó Anisa asustada, cuando fue aprehendida por dos de los hombres del Emir.

“Significa que tus días están contados, Anisa. ¿No dijiste que serías mi esposa hasta que la muerte nos separe? Solo estoy cumpliendo tu anhelado deseo”, sentenció Jahir.

“¡No! ¡Nooo! ¡No puedes hacerme esto, soy tu esposa! Seré la madre de tu hijo, Jahir. Será mi palabra contra la tuya, no podrás ganar con las pruebas a mi favor”, gritó Anisa, mientras era arrastrada fuera de la habitación.

“¿Los tienen a todos?”, preguntó Jahir a sus guardaespaldas, quienes lo ayudaron a ponerse de pie.

“A todos, señor. Rodeamos la casa tal como lo ordenó, no hubo salida que no quedara bloqueada. Ningún miembro de esta familia y sirvientes han escapado”, anunció el guardaespaldas.

“Sáquenme de aquí”, gruñó Jahir.

Los hombres obedecieron y lo llevaron afuera de la mansión, para encontrarse cara a cara con sus verdugos.

“Van a pagar con sus vidas por lo que hoy han hecho”, les anunció Jahir con frialdad.

“Me tendiste una trampa”, gruñó Mohamed.

“No es algo muy diferente de lo que tú hiciste. Te di una oportunidad y decidiste tomar el camino fácil. Lo que venga para ti y tu familia a partir de este momento, es únicamente tu culpa”, sentenció Jahir.

Jahir hizo un gesto para que sus hombres lo llevaran al auto, mientras Anisa y Mohamed no dejaban de gritar su nombre.

Pero ya era tarde.

Jahir Ahmad Rafiq no daba segundas oportunidades; no, si su vida y la de su amada esposa estaban en juego.

No tenía maldad en su corazón, pero no dudaba en responder a un ataque y dejaría en claro quién era y lo que significaba meterse con él y con su familia.

De camino al palacio, Jahir cerró los ojos, agotado física y mentalmente. Había hecho un esfuerzo sobrehumano para mantenerse sereno y, lo más increíble de todo, era que finalmente se había liberado de Anisa sin mover un solo dedo en su contra; su lengua y su ambición habían sido su condena.

“Hemos llegado, señor”, avisó su guardaespaldas.

Jahir abrió los ojos y asintió en señal de comprensión. Aunque sus músculos estaban tensos y doloridos, empezaban a reaccionar.

“Señor…”, comenzó a decir uno de sus hombres, pero Jahir interrumpió:

“Caminaré solo”.

El hombre se hizo a un lado y lo siguió de cerca a la entrada del palacio.

El ruido sordo hizo que Scarlett y Kalila se pusieran de pie.

Jahir se tambaleó sobre sus pies y solo sucumbió ante la oscuridad cuando el rostro de Scarlett apareció delante de él…

Estaba a salvo.

“Jahir es fuerte, Scarlett”, susurró Kalila, intentando convencerse a sí misma más que a Scarlett, ya que la preocupación en su voz no podía ocultar su propio temor.

“Lo sé, pero no puedo evitar que mi corazón se agite al imaginar lo que le sucedió”, admitió Scarlett, incapaz de calmar la inquietud que la consumía.

“No está herido, eso ya es un gran alivio”, meditó Kalila en voz alta, intentando encontrar algo de consuelo en esa afirmación.

Scarlett era consciente de que Jahir no tenía heridas visibles, aunque su rostro sí mostraba signos de haber sido maltratado.

Además, su comportamiento era torpe, como si…

Sacudió la cabeza, negándose a continuar con esa línea de pensamiento.

“¿Cuánto más va a demorarse el médico?”, preguntó impaciente, frotándose los brazos en un gesto de ansiedad. Kalila no pudo darle una respuesta concreta.

Media hora más tarde, las puertas se abrieron de par en par.

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