La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 162
Capítulo 162:
Él trató de disimular, insistiendo en que no era nada de lo que debiera preocuparse. A pesar de la diversión, el agotamiento pudo con Scarlett, y se quedó dormida en el coche, acurrucada contra el pecho de Jahir.
Al llegar al palacio, Jahir, con un gesto tierno, la llevó en brazos hasta su habitación y la acomodó en la cama.
“¿Llegamos?”, preguntó Scarlett, abriendo los ojos ligeramente, aún en la penumbra del sueño que la había envuelto.
“Sí, descansa”, le pidió Jahir con suavidad, pero Scarlett negó con la cabeza, aún consciente de su estado.
“Estoy pegajosa, el calor ha sido… agotador”, murmuró con voz cansada. Intentó levantarse, pero su cuerpo no cooperaba, tambaleándose ligeramente.
Jahir la sostuvo firme entre sus brazos, conteniendo una risa ante la ternura de la situación, pues Scarlett estaba claramente más dormida que despierta.
“Te ayudaré a refrescarte, vuelve a la cama”, le sugirió Jahir, mientras ella intentaba protestar, pero solo logró bostezar profundamente, evidenciando su necesidad de descanso.
Jahir, cuidadoso y atento, fue al baño y regresó con lo necesario para refrescarla.
Con delicadeza, limpió el sudor de su cuerpo, admirando la curva de su embarazo, un milagro que aún le costaba creer después de tantos años de negarse a la idea de una familia propia. Jahir había vivido convencido de que un hijo debía nacer del amor y no de un acuerdo, una creencia que lo había mantenido alejado de la paternidad hasta ahora.
Una vez que Scarlett estuvo cómoda y vestida con una bata de seda, Jahir se aseguró de que todo estuviera limpio y ordenado antes de darse una rápida ducha. Luego, se unió a ella en la cama, esperando juntos el amanecer de un nuevo día.
Ese nuevo día trajo consigo la oportunidad de resolver asuntos pendientes.
Jahir se despidió de Scarlett con un beso apasionado que la dejó anhelante, pero la urgencia de su reunión con Mohamed lo obligaba a partir.
Durante el trayecto, Jahir oró por la aceptación de su trato, un acuerdo que cambiaría todo sin cambiar nada.
Al llegar a la mansión de Mohamed, fue recibido con una cordialidad que no llegaba a ocultar la tensión subyacente.
“Me honras con tu visita, Emir. Cinco años de ser tu suegro y tal parece que nunca he existido para ti”, dijo Mohamed con un tono que insinuaba reproches pasados. Jahir, manteniendo la compostura, respondió con diplomacia, sabiendo que su presencia nunca había sido necesaria en aquel hogar.
La conversación tomó un giro cuando Jahir expresó su deseo de divorciarse de Anisa.
Mohamed, sorprendido y ofendido, no podía creer que Jahir tuviera la osadía de repudiar a su hija. Pero Jahir estaba decidido y propuso un nuevo contrato como solución, una oferta que implicaba negocios y decisiones frías.
Mohamed, herido en su orgullo, se levantó de su asiento, y Jahir lo imitó, preparado para enfrentar cualquier desafío.
“Ningún otro hombre la tomará como esposa si la repudias. Nadie querrá una esposa sin pureza”, afirmó Mohamed, a lo que Jahir respondió con la verdad cruda: Anisa seguía siendo v!rgen, tan pura como el día de su boda.
Sorprendido, Mohamed accedió a considerar una nueva negociación, pero no sin antes verificar la veracidad de las palabras de Jahir.
“Someteré a mi hija a una revisión médica. Si mientes, te aseguro que las cosas se complicarán mucho para ti”, amenazó.
Jahir, seguro de su verdad, aceptó el desafío.
“Hazle las pruebas que creas necesarias. Soy un hombre de palabra”
Afirmó con firmeza.
Con un acuerdo tentativo en el aire, brindaron por futuros acuerdos.
Jahir bebió de un trago, ansioso por marcharse, pero su cuerpo no respondió.
“¿Qué es lo que me has hecho?”, gruñó, dándose cuenta de que había caído en una trampa de Mohamed, un giro que no había anticipado y que lo dejaba en una posición peligrosamente vulnerable.
“Las cosas no son tan fáciles, Jahir. No voy a permitir que mi apellido sea deshonrado ni por ti, ni por nadie”
Sentenció Mohamed con una severidad que dejaba poco espacio para la negociación.
“Te estás equivocando, Mohamed. Estás cometiendo un terrible error. ¡No sabes lo que haces!”, gritó Jahir, tratando inútilmente de moverse, su cuerpo no respondía.
“Te equivocas, sé muy bien lo que estoy haciendo. Voy a asegurarme de que no puedas repudiar a mi hija… ¡Llévenselo!”.
Ordenó Mohamed con una frialdad que helaba la sangre.
Jahir fue arrastrado de una habitación a otra, sin ninguna consideración, mientras Mohamed lo seguía con una burla en su voz.
“¿Creíste que iba a aceptar un nuevo trato?”
A pesar de la parálisis que lo consumía, la mente de Jahir estaba lúcida, afilada como una espada.
“Ni siquiera escuchaste lo que tenía que decir. ¿Estás seguro de seguir adelante con tu plan?”, contraatacó Jahir.
“Nada de lo que tengas para decir me interesa, Jahir. Todo lo que queremos de ti es un heredero que asegure nuestro linaje en el poder. Ser el abuelo del próximo Emir es mejor que cualquier negocio. Seré su albacea a falta de su padre…”, dijo Mohamed con una sonrisa cruel.
“Viniste solo a la cueva del lobo, es una lástima que no regreses a la jungla donde tú eras el rey”, añadió con sarcasmo.
Jahir se contuvo ante las claras intenciones de Mohamed, pero necesitaba que se explicitaran aún más.
“¿Sabes el precio que pagarás por esto?”, preguntó mientras era arrojado sobre una dura cama.
“Quien tenga miedo a morir que no nazca, Jahir”, respondió Mohamed con suficiencia, mostrando una seguridad que rozaba la arrogancia.
Jahir, furioso, gruñó:
“¡Te estás equivocando y te aseguro que no habrá poder humano en esta tierra que te salve de mis manos!”
Paralizado, se sintió como un muñeco de trapo, incapaz de luchar contra su destino.
“¡Dile que todo está listo!”.
Ordenó Mohamed a uno de sus hombres.
Jahir intuía las nefastas intenciones del hombre, pero jamás consentiría en yacer con Anisa.
“¡Escúchame!”, gritó, viendo que Mohamed se disponía a abandonar la habitación.
“No hay nada más que decirnos, Jahir. Lo quiero todo y eso, no puedes dármelo sin sacrificio”, dijo Mohamed, y con un gesto despectivo, añadió:
“Todo tuyo, Anisa”.
La mirada de Jahir hacia Anisa estaba llena de un odio profundo; ella sonreía complacida, claramente disfrutando de la situación.
“Te lo dije, Jahir… Quien ríe de último, ríe mejor”
“Estás cavando tu propia tumba, Anisa. No habrá poder humano ni divino que te libere de mis manos”, gruñó Jahir, lleno de furia y repulsión.
Anisa, desoyendo las amenazas, comenzó a desvestirse con una lentitud tortuosa, desfilando frente a Jahir.
“Todo esto pudo ser tuyo. Intenté ser una buena esposa, pero jamás te dignaste a verme”, dijo con una mezcla de dolor y locura.
“¡Estás loca, completamente loca!”, exclamó Jahir, mientras Anisa, descontrolada por la ira y el resentimiento, golpeaba su pecho.
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