Capítulo 151:

Sin pensarlo, se lanzó a sus brazos, buscando consuelo en su presencia. Ahmed, conmovido, la sostuvo fuerte y le prometió que todo estaría bien, que su hermano y primo llegarían pronto y que encontrarían a Scarlett.

“No debí dejarla ir sola” sollozó Nayla, pero Ahmed la reconfortó, asegurándole que no era su culpa.

A pesar de sus palabras, Nayla no podía liberarse del peso de la culpa que oprimía su corazón.

Ahmed la llevó al sillón y la acunó en sus brazos, un gesto íntimo que en otras circunstancias no se habría permitido, pero en ese momento no había nadie para juzgarlos.

Nayla, finalmente vencida por el cansancio y la angustia, se quedó dormida en el pecho de Ahmed, sintiéndose segura y protegida.

En otra parte de la ciudad, Scarlett luchaba contra el agotamiento y el miedo.

No había dormido, temiendo que algo malo sucediera si lo hacía. Intentó hacer ruido para llamar la atención de sus secuestradores, y cuando uno de ellos se acercó, ella le suplicó que la dejara ir al baño.

El secuestrador, con una burla cruel, le sugirió que lo hiciera allí mismo, pero Scarlett, desesperada, rogó por piedad.

Finalmente, el hombre la llevó al baño, advirtiéndola de las consecuencias si intentaba algo.

Una vez sola, Scarlett se quitó la venda de los ojos y, tras hacer sus necesidades, intentó descubrir quiénes eran sus captores.

Nunca esperó encontrarse con el rostro de Fiona, su madre, y mucho menos con Margaret, su amiga, al lado de Dionisio.

La traición la dejó sin aliento.

Recordó el día que comenzó esta pesadilla, el día que rechazó salir a comer para ponerse al día con las tareas y bebió el batido que Margaret le había dejado. No se dio cuenta de cuándo se quedó dormida en el taxi…

Ahora, enfrentada a la traición de su madre y su amiga, Scarlett no pudo contener su furia.

“¡Son unas p$rras traidoras!” les gritó, pero antes de que pudiera acercarse a ellas, el hombre la detuvo con firmeza, apuntándole con una pistola.

“¡Te dije que no hicieras nada estúpido!” le gritó, amenazándola con disparar si intentaba algo. Scarlett, enfrentando la traición y el peligro, tragó el nudo en su garganta y asintió, mientras el hombre cerraba la puerta tras de sí.

“Mátame y vete olvidando de la suma millonaria que has pedido por mi cabeza” desafió Scarlett con firmeza, su miedo había desaparecido y si su destino era morir, no sería suplicando.

“¡Mátame!” gritó, desafiando al destino.

El hombre gruñó, consciente de que si la mataba, perdería la fortuna que esperaba obtener por su rescate.

A pesar de la tentación, sabía que el dinero era lo único que importaba en ese juego macabro. Fiona, por su parte, intervino con frialdad, recordándole a Scarlett que solo querían el dinero del árabe con el que estaba saliendo y que sería liberada en cuanto recibieran el rescate.

Scarlett la miró con desprecio.

“Que bajo has caído, Fiona. Secuestrar a una de tus hijas para conseguir dinero para tu amante es despreciable. Mi padre debe estar revolcándose en su tumba” acusó a su madre. Fiona, impasible, le recordó que todo esto podría haberse evitado si Scarlett no hubiera hecho tanto alboroto y no los hubiera denunciado a la policía.

“¡Eres lo peor que me ha pasado en la vida!” susurró Scarlett, sintiendo cómo las últimas fibras de afecto hacia su madre se desvanecían.

Fiona replicó con desdén que ni Scarlett ni Sienna habían sido lo mejor de su vida.

Scarlett, liberándose del agarre del hombre, se sentó resignada en el lugar que había ocupado durante su cautiverio.

No protestó cuando la volvieron a atar y amordazar; ya no era necesario cubrirle los ojos, ya que conocía las caras de sus secuestradores.

Se quedó sola, negándose a derramar lágrimas por aquellos que no lo merecían, solo esperando que Jahir estuviera a salvo y no corriera peligro al intentar rescatarla.

El tiempo se diluyó en la oscuridad de su cautiverio, rechazando cualquier alimento por desconfianza. A pesar de la náusea y el hambre, se contuvo, no quería pedir favores ni volver a ver a su madre o a Margaret.

Finalmente, el agotamiento venció su resistencia y, murmurando el nombre de Jahir, cayó en un sueño profundo que, en su desesperación, le pareció un refugio bienvenido.

Mientras tanto, Jahir llegó solo a Nueva York con un maletín lleno de dinero, siguiendo las instrucciones del secuestrador.

Hassan había decidido que Sienna no se involucraría directamente en el rescate, así que se separaron. Jahir recogió el dinero y siguió las llamadas constantes del secuestrador, dirigiéndose al parque Theodore Roosevelt, cerca de donde la señal del GPS del móvil de Scarlett había sido detectada.

Sentado en una banca, esperando la próxima instrucción y disimulando su ansiedad, Jahir revisaba su móvil.

Ocultaba una Beretta 92 F en su cintura, preparado para cualquier eventualidad. Pronto, su teléfono vibró con un mensaje: debía dejar el maletín en un contenedor de basura marcado. Cumpliendo con la indicación, dejó el dinero y se alejó.

Dionisio, vestido de negro, recogió el maletín y se regodeó con su contenido, creyendo que ya no tendría que preocuparse por el dinero por el resto de su vida.

“Volaré a Grecia” se dijo a sí mismo.

Pero su triunfo fue efímero, Jahir lo confrontó con el arma en la cabeza. A pesar de la amenaza de Dionisio de que Scarlett moriría si él no regresaba, Jahir sabía que no tenía intención de volver. Después de un breve enfrentamiento, Jahir dejó a Dionisio a los pies de los agentes de policía que lo rodeaban.

“¡No vas a encontrarla!” gritó Dionisio mientras era detenido. Jahir no respondió, su enfoque estaba en otro lugar.

Subió a su auto y siguió las sirenas hacia Harlem, con la esperanza de encontrar a Scarlett. El móvil del secuestrador comenzó a sonar, pero Jahir lo ignoró, concentrado en su misión de rescate.

Jahir, con el corazón latiendo a un ritmo frenético, presionó el volante y aceleró hacia el destino donde se encontraba Scarlett.

Cada segundo era crucial y su determinación por hacer pagar a los secuestradores era férrea. Al llegar, estacionó a una distancia prudente y se colocó un pasamontañas, mimetizándose con la apariencia del secuestrador para poder infiltrarse sin ser detectado.

Con el portafolio que había recuperado de la policía en mano, se dirigió a la puerta y llamó.

La puerta se abrió y una mujer rubia, al verlo, lo hizo entrar rápidamente. Jahir, manteniendo su identidad oculta, asintió y siguió en silencio.

En la sala, un hombre con la misma complexión que el capturado por la policía le pidió ver el dinero.

Jahir, al girarse, se encontró con la amiga de Scarlett, la misma que había visto en el restaurante y la discoteca.

Fiona, con orgullo, se colgó de su brazo y murmuró sobre el valor de su hija.

La ira se apoderó de Jahir, pero se contuvo, su mirada buscaba a Scarlett.

Abrió el portafolios y mientras todos se distraían con el dinero, se quitó el pasamontañas justo cuando las sirenas de la policía comenzaron a sonar.

Fiona, Margaret y el hombre se dieron cuenta demasiado tarde de que estaban rodeados por la policía.

Ante ellos no estaba Dionisio, sino Jahir, el Emir de Abu Dabi, con una Beretta en su mano.

Un disparo rompió el silencio y Jahir lo esquivó por poco.

Devolvió el fuego y se cubrió con la mesa, que usó como escudo. Fiona intentó tomar un arma, pero el retroceso la desarmó y se dislocó el hombro.

El caos se desató y Jahir aprovechó para buscar a Scarlett.

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