Capítulo 142:

Los días pasaron y la complicidad entre Scarlett y Nayla creció.

Juntas enfrentaron la distancia y las noticias que llegaban de Dubái, cada nueva palabra un peso que se inclinaba en la balanza de la vida de Nayla.

Un sábado, Scarlett se preparaba para salir, sus planes eran claros: debía recuperar lo que había dejado atrás.

“Iré a mi casa, tengo ropa y joyas que no debí dejar”, explicó a Nayla, quien declinó la invitación de acompañarla, prefiriendo quedarse a limpiar el departamento.

Al llegar a su hogar, Scarlett se encontró con la sorpresa de que sus llaves ya no funcionaban.

Una desconocida le abrió la puerta, y tras ella, su madre Fiona, en una escena que la llenó de indignación.

“¡Mamá!”, exclamó, incapaz de contener su enojo ante la escena que se desplegaba ante sus ojos.

La confrontación fue inmediata y áspera. Fiona, lejos de mostrar remordimiento, se levantó con arrogancia.

“Ten cuidado cómo me hablas, Scarlett, sigo siendo tu madre”, dijo, pero sus palabras no hicieron más que avivar la furia de Scarlett.

“¡Eres una descarada, cambiaste las llaves de la puerta de mi casa!”, gritó, su voz resonando en cada rincón.

La tensión aumentó cuando Scarlett subió a su habitación y descubrió que su joyero estaba vacío.

“¡Mamá!”, gritó, bajando las escaleras dos a dos, su corazón latiendo con furia y dolor.

“¡¿Cómo te has atrevido a tomar mis cosas?!”, enfrentó a su madre con una mezcla de incredulidad y rabia.

Fiona, con un rostro serio y enojado, negó las acusaciones, pero Scarlett no se dejó intimidar.

“¡Me has robado! ¡Eres una sinvergüenza!”, acusó, justo antes de que el golpe de Fiona la alcanzara, rompiéndole el labio.

“Ten mucho cuidado por la forma como me hablas, Scarlett”, gruñó Fiona, pero Scarlett, con la sangre aún fresca en su mentón, estaba decidida.

“Voy a denunciarte y responderás por lo que has hecho”, le advirtió con firmeza.

Fiona, con altanería, desafió a su hija.

“Haz lo que quieras, no tienes ninguna maldita prueba para acusarme, Scarlett”, aseguró, pero Scarlett no se dejó amedrentar.

La mujer frente a Scarlett no mostraba ni un ápice de arrepentimiento, al contrario, parecía querer demostrar su fortaleza de carácter ante Dionisio.

“Yo que tú, no estaría tan segura, mamá”, dijo Scarlett con firmeza.

“¿Qué quieres decir?”, preguntó Fiona, su voz delataba una mezcla de desdén y nerviosismo.

“Hay cámaras en esta casa, justamente porque en mi habitación durmió Hassan. Como comprenderás, ni Hassan ni Sienna iban a arriesgarse a no estar vigilantes de su hijo”, explicó Scarlett. Fiona palideció, consciente de su culpabilidad.

“Mientes, solo tratas de intimidarnos, pero no vas a conseguir nada, Scarlett”, intentó refutar Fiona, aunque su cuerpo temblaba de pies a cabeza.

“No te reconozco, mamá. No es necesario que lo hagas, ahora vete de mi casa y no vuelvas”, ordenó Fiona con una autoridad que no le correspondía.

“Son ustedes los que tendrán que irse y ahora que lo pienso, no tienes hasta mañana. ¡Te quiero fuera de mi casa hoy mismo!”, exclamó Scarlett, su voz resonaba con la furia de la injusticia sufrida.

Fiona, imperturbable ante los gritos de su hija, había cambiado las cerraduras y el personal de limpieza para no dejar testigos de su lado. Pero había subestimado a Scarlett, quien estaba dispuesta a hacer valer sus derechos sobre la propiedad.

“No nos iremos, esta es la casa de tu madre”, intervino Dionisio con un tono oscuro, pero su mirada se detuvo en Scarlett, evaluándola.

“¡Tú no te metas! Deberías tener un poco de vergüenza y largarte de mi casa”, le espetó Scarlett, sacando su móvil.

“¿Qué haces?”, preguntó Fiona, una mezcla de miedo y desafío en su voz.

“Te lo dije, llamaré a la policía y si de verdad no tienes nada que esconder y no tienes miedo de las pruebas que puedo conseguir de las cámaras…”, Scarlett no estaba jugando, estaba dispuesta a llegar hasta el final.

Fiona había pensado que su hija no se atrevería a llamar a la policía, pero estaba equivocada.

La presión en su brazo por parte de Dionisio la hizo darse cuenta de la gravedad de la situación.

“Tener a la policía aquí no es buena idea”, murmuró él, y Fiona asintió con la cabeza, aunque insistió en su mentira.

“No tenemos las joyas, porque no las tomamos”, dijo, esperando que Scarlett cediera.

Dionisio, sin embargo, no estaba dispuesto a esperar a que la policía descubriera las evidencias.

Buscó su bolsa con el dinero de la venta de las joyas y decidió huir.

“No me quedaré a esperar a que lleguen y descubran las evidencias”, dijo, saliendo de la sala y abandonando la casa con la rapidez de quien sabe que no tiene escapatoria.

Fiona, enfrentada a la realidad de su situación, miró a Scarlett con enojo y rencor.

“Tu valiente amante ha huido, ¿No harás lo mismo?”, desafió. Pero Scarlett estaba hecha de una fibra más fuerte.

“Solo eran unas cuantas joyas, Scarlett, pero esto no se quedará así, te prometo que no olvidaré lo que me has hecho hoy”, gruñó Fiona, intentando herir a su hija con sus palabras.

“No creí que llegarías a caer tan bajo, mamá. Convertirte en una ladrona, cuando antes fuiste una señora”, replicó Scarlett con una claridad cortante.

Fiona, sin nada más que decir, siguió los pasos de Dionisio, dejando a Scarlett sola con un corazón dolorido pero decidido.

Scarlett, antes de permitirse sentir el peso de sus emociones, se dirigió a la cocina y despidió al personal que su madre había contratado.

No podía confiar en ellos.

Luego, el llanto la invadió, y se permitió sentir el dolor de la traición y la pérdida.

Mientras tanto, en Abu Dabi, Jahir Ahmad regresaba a su palacio, dejando atrás la vida que había llevado en Nueva York.

Aunque solo habían pasado unas horas desde que dejó a Scarlett, la extrañaba profundamente.

“Bienvenido a casa, hijo”, lo recibió su madre, Kalila. Jahir saludó a su familia, pero su mente estaba con Scarlett, deseando poder verla y escuchar su risa una vez más.

Anisa no podía ocultar su descontento al ver la preferencia que Jahir mostraba por Dalila, su primera esposa, a pesar de ser también su esposa.

“¿Qué es lo que esperaba, Anisa? Dalila es la primera esposa de mi hijo. Es la mujer que Jahir eligió”, le dijo Kalila, dejando claro que ni ella ni su hijo tenían culpa de las circunstancias del matrimonio de Anisa.

Después de este intercambio, Kalila se alejó por los pasillos del palacio, dejando a Anisa con su frustración.

Jahir, por su parte, compartía un momento a solas con Dalila después de cerrar la puerta detrás de él.

Dalila le confesó lo difícil que era vivir con Anisa, quien vigilaba cada uno de sus pasos, esperando una excusa para quedarse como la única esposa.

Pero Jahir, con una determinación nueva en su voz, le aseguró que no tenía que preocuparse más por Anisa.

“Llegó el momento, Dalila, llegó el momento para los dos”, dijo, anticipando cambios importantes en sus vidas.

Dalila, sorprendida y emocionada, escuchó a Jahir revelar que había encontrado a la mujer de su vida y deseaba pasar el resto de sus días con ella.

Dalila, a pesar de estar feliz por él, no pudo evitar que las lágrimas brotaran de sus ojos.

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