Capítulo 136:

“¿Huir?”, preguntó Sienna, a lo que Abdel respondió que era la mejor opción por el momento.

Sienna pensaba que lo ideal sería cambiar el sistema y el trato hacia las mujeres, pero sabía que eso llevaría tiempo.

Entonces, propuso enviar a Nayla a Nueva York, donde Scarlett podría cuidar de ella, en lugar de enviarla a algún lugar donde estaría sola.

La Familia Rafiq discutió los pros y contras de la propuesta y concluyó que enviar a Nayla a Nueva York era la mejor opción.

Nayla, escuchando en silencio, estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa con tal de no casarse con el hombre que su padre había elegido para ella.

Mientras tanto, Anás caminaba inquieto en su residencia, preocupado porque se acercaba la fecha límite para que Nayla regresara a casa.

Latifa intentaba calmarlo, asegurándole que Nayla sabía que no podía desobedecer a su padre. Anás sonrió, confiado en su poder y en su capacidad para hacer cumplir su voluntad.

“No se me habría ocurrido esta idea, gracias por pensar en mi hija y en nuestros intereses”, musitó. Latifa, cuya belleza era tan prominente como su malicia, solo había aceptado casarse con Anás para disfrutar de la riqueza que él había acumulado tras la muerte de sus esposas anteriores.

“No me las des, es lo que una buena esposa tiene que hacer”, respondió ella, ocultando sus verdaderas intenciones detrás de una fachada de lealtad conyugal.

La noche transcurrió y, con el amanecer de un nuevo día, la ausencia de Nayla se hizo más evidente. Anás, consumido por la ira, maldijo a Azahara y a su hija durante horas.

“¡No vino!”, exclamó furioso, lanzando un jarrón al suelo. Latifa, observando la escena, intentó inyectar algo de razón en su furia.

“Destruir la casa no cambiará las cosas, Anás, tienes que ir y reclamarla. Has sido bastante cortés al solicitar su regreso y no exigir como corresponde, sabes que puedes recurrir al consejo”, le aconsejó, aunque sabía que Anás era violento por naturaleza y que sus palabras podrían ser en vano.

Anás, decidido a recuperar a su hija, se dirigió al Palacio Rafiq y exigió hablar con Azahara.

“La señora Rafiq no se encuentra en casa”, le informó Halima, impidiéndole el paso. Anás, incrédulo y convencido de que todo era una estratagema, se rió con desdén.

“¿Esposa? Por favor, para broma ya estuvo bueno, dile a Azahara que quiero verla. ¡Ahora!”, gritó, pero fue interrumpido por Amira, quien apareció en la puerta y lo enfrentó con firmeza.

“¿Está usted sordo? Halima le ha dicho que mi madre no se encuentra, ¿No entiende o prefiere que le hable en otro idioma?”, dijo Amira, sin amedrentarse ante la presencia de su padre.

Anás, confundido y desorientado por la respuesta de Amira, apenas pudo articular palabra.

“¿Madre?”, preguntó, a lo que Amira afirmó con seguridad.

Anás, en un arrebato de frustración, insistió en que estaban conspirando para evitar que se llevara a Nayla, pero Amira se mantuvo firme.

“Será mejor que se retire o llamaré a los guardias. Nayla no está en esta casa y mis padres tampoco”, declaró justo cuando el auto de Abdel se estacionaba en la entrada.

Aprovechando la confusión, Anás se adentró en el palacio y, sin esperar a que Abdel saliera del auto, agarró a Azahara con brusquedad y la confrontó.

“¡¿Dónde está Nayla?!”, gritó, empujándola contra el auto.

Pero antes de que pudiera hacer algo más, Abdel lo tomó por sorpresa y lo inmovilizó con fuerza. Amira, mientras tanto, abrazaba a su madre, que estaba en estado de shock por la agresión.

“¡Llama a la policía, Halima!”, ordenó Abdel, manteniendo a Anás bajo control.

“Sí, señor”, respondió Halima, mientras Anás gruñía en un intento desesperado por liberarse.

“Eso es, llámalos y trata de explicar el motivo por el que no quieres entregarme a mi hija”, desafió Anás, pero Abdel le respondió con severidad.

“Yo que tú no estaría tan preocupado por Nayla, sino por haber invadido una propiedad privada y atacado a mi esposa”, dijo con firmeza.

Anás, aún luchando, gritó que todo era un juego, pero Abdel le aseguró que no había juego alguno.

“¡Azahara es mi esposa! Y ahora tendrás que atenerte a las consecuencias”, declaró Abdel.

Anás, consciente del problema en el que se había metido, solo pudo gritar su deseo de recuperar a su hija.

“¡Solo quiero a Nayla!”, exclamó, pero Abdel lo acusó de haberla hecho desaparecer el mismo día que había venido al palacio.

“¡Yo no me la llevé!”, exclamó Anás, su voz ahogada por la presión de Abdel.

En ese momento, la policía llegó y Abdel dio la orden de arresto.

Anás, superado por la situación, fue llevado por la policía y pasó la noche en prisión…

Nueva York…

Scarlett recogió sus cosas con prisa, como había sido su rutina en los últimos días, ansiosa por encontrarse con Jahir, quien la recogía diariamente para almorzar juntos y la esperaba al finalizar sus clases.

“¡Scarlett!”

La voz de Margaret detuvo a la joven en la puerta del aula.

“Llevo prisa”, respondió Scarlett, consciente de que Jahir ya la estaría esperando en el estacionamiento.

Margaret frunció el ceño, preocupada por los recientes cambios en el comportamiento de su amiga.

“Últimamente siempre llevas prisa. ¿Qué es lo que estás haciendo que no quieres contarme?”

Scarlett, sintiendo la presión de la hora y la mirada inquisitiva de Margaret, solo pudo prometer una explicación futura antes de apresurarse a salir.

Mientras tanto, Margaret, aunque no recibió una respuesta, ya sospechaba la verdad.

La universidad entera había notado a Scarlett subiendo al auto de Jahir cada día, y le dolía que su amiga no confiara en ella lo suficiente como para compartir sus secretos.

Scarlett, cruzando el estacionamiento, finalmente se encontró con Jahir.

El hombre de veintiséis años la recibió con una sonrisa cálida y comprensiva.

“Lamento hacerte esperar”, murmuró ella, consciente de las miradas curiosas de los transeúntes.

Jahir, con un gesto cariñoso, apartó un mechón de cabello de su rostro y le preguntó adónde le gustaría ir, recordándole que tenían la tarde libre y que era su último día de clases.

Después de un almuerzo tranquilo en el restaurante favorito de Jahir, la pareja se dirigió al hotel donde Scarlett se hospedaba.

Se despidieron con la promesa de reunirse más tarde para una cena y posiblemente bailar.

Scarlett, ilusionada con la relación que, aunque había comenzado con el pie izquierdo, parecía estar tomando un rumbo más prometedor, se sentía lista para que su amistad con Jahir avanzara a algo más.

Sin embargo, la ilusión de Scarlett se desvaneció al abrir la puerta de su habitación y encontrarse con su madre, Fiona, quien la esperaba con una expresión de molestia.

“¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste?” preguntó Scarlett, sorprendida y algo molesta.

Fiona, con un saludo formal, reprochó a su hija por no haberla visitado a pesar de haber estado varias semanas en la ciudad.

La conversación rápidamente se tornó tensa cuando Fiona mencionó al ‘noviecito árabe’ con el que Scarlett había estado saliendo.

Scarlett, a la defensiva, insistió en que solo eran amigos, pero su madre insinuó con sarcasmo que esa amistad podría llevar a algo más.

“Por favor vete, no te metas en mi vida”, pidió Scarlett, su voz apenas un susurro.

Fiona, con una sonrisa que no logró calmar a su hija, afirmó que solo se preocupaba por ella.

Sin embargo, Scarlett dudaba de las verdaderas intenciones de su madre, sospechando que había algo más detrás de su visita inesperada.

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