Capítulo 134:

“No me importa si quieres hacerlo o no, conseguir este acuerdo no fue nada fácil, Nayla. Tu reputación y esas heridas que marcan tu piel de manera asquerosa no me permitieron conseguir algo mejor para ti. Serás la cuarta esposa de Nadim Moad”.

La desesperación se apoderó de Nayla al escuchar la cruel sentencia de su padre.

“No puedes hacerme esto. ¡Me echaste de casa, dijiste que borrarías mi nombre de tu familia!”, gritó, pero Anás, con una sonrisa cruel, le respondió:

“Es que lo pensé mejor y con la ayuda de Lafita, llegamos a la conclusión de no tener desperdicio. Algo tenía que hacer por ti”.

Nayla, con la voz temblorosa y la desesperación en cada palabra, exclamó:

“Prefiero que me borres de todos los libros de tu familia antes que casarme con Nadim Moad. ¡Podría ser mi abuelo!”.

Anás, sin embargo, estaba decidido y motivado por la avaricia:

“Pues no lo es y está dispuesto a darme mucho dinero por darte como esposa joven, v!rgen y que pueda darle más hijos”.

La situación era insoportable para Nayla, quien casi se atragantó al imaginar tal futuro.

“Estás haciendo esto para vengarte de mí”, acusó.

Anás, sin un ápice de remordimiento, confirmó sus sospechas:

“¿Esperabas acaso que no lo hiciera? Llevaste la vergüenza a mi casa, Nayla, no podías esperar que te diera un premio”.

Nayla, con la esperanza de que su madre interviniera, protestó:

“Mi madre no dejará que te salgas con la tuya, no me casaré con nadie que tú hayas elegido”.

Pero Anás, perdiendo la paciencia ante la resistencia de su hija, la tomó del brazo y la presionó contra la pared más cercana, amenazándola con una severidad que heló la sangre de Nayla:

“Te lo diré una sola vez, Nayla, si no vienes a mi casa por voluntad propia este viernes por la tarde, te aseguro que de Azahara Hijazi no quedará ni el recuerdo”.

El cuerpo de Nayla tembló ante la amenaza de Anás, sabiendo que su padre era capaz de herir a Azahara. Anás no era un hombre bueno, y no dudaría en lastimar a su propia esposa para lograr sus objetivos.

“Ya lo sabes, Nayla, ven por voluntad propia o atente a las consecuencias. No creo que estés preparada para cargar con la culpa de que a tu ‘madre’ le suceda algo”, dijo con una sonrisa cruel, alejándose de ella.

Nayla se cubrió la boca para no gritar, su cuerpo sufrió varios espasmos y con mucha dificultad logró llegar hasta su habitación, donde cayó de rodillas sobre el piso, apenas cerró la puerta detrás de su espalda.

Lloró por toda la crueldad en la que vivía, preguntándose por qué ahora que creía que iba a ser feliz con Ahmed, por qué su padre la odiaba tanto como para entregarla a un hombre que podía ser su abuelo.

El pensamiento le hizo revolver el estómago, y tuvo que hacer acopio de su fuerza de voluntad para ponerse de pie y correr al cuarto de baño, cayendo de rodillas nuevamente, ahora junto al retrete.

Nayla prefería morir antes que casarse con un hombre tan mayor, prefería mil veces ser azotada y asesinada, que aceptar que otro hombre la tocara.

“Ahmed”, susurró con dolor, llevando una mano a su pecho, mientras sentía que su corazón iba a explotar por el dolor.

“Vuelve, Ahmed”, pidió.

Sin embargo, sabía que no sería posible.

Él apenas se había marchado por la mañana, tenía muchas responsabilidades, posiblemente no iba a comunicarse pronto y cuando tratara de hacerlo, posiblemente ya sería muy tarde.

Nayla no durmió aquella noche, sus ojos estaban rojos e hinchados por el llanto al comprender que no tenía muchas opciones.

Si no acudía a casa de su padre, Azahara se convertiría en su objetivo.

“¿Qué debo hacer?”, murmuró para sí, mientras observaba el panorama desde su ventana, la luz le molestaba.

Los golpes a su puerta la asustaron, corrió a su cama, se metió y se cubrió hasta la cabeza antes de dejar pasar a su visitante.

“¿Nayla?”, la voz de Amira se escuchó preocupada y ella se sintió terriblemente culpable con su amiga.

“Amira, no te acerques, creo que he cogido un resfriado y no quiero contagiarte”, mintió.

“Pero ayer estabas bien”, refutó la mujer.

Nayla se mordió el labio.

“Suele pasar, Amira, de verdad, no quiero que enfermes”, musitó.

Su voz se escuchaba ronca, así que era imposible que Amira no le creyera.

“¿Y la salida con Jenna, Callie y Sienna?”, preguntó.

Nayla se había olvidado por completo de su compromiso con las mujeres, pero en su estado, no era capaz ni de salir a la puerta.

“Tendrás que ir sola, Amira, lo lamento”, dijo con tono de disculpa.

“No tengo que ir, puedo cuidarte”

Se ofreció Amira.

“Cuidé de Maissa muchas veces mientras enfermó de gripe y nunca me enfermé, soy muy sana”, añadió la muchacha con valentía.

Nayla se mordió el labio y negó.

“De ninguna manera, no puedes faltar, aprovecha este día y conversa con Jenna, es tu hermana”, insistió.

“Ella aún tiene sus reservas”, murmuró Amira.

“Entonces, aprovecha hoy y derriba sus barreras. Jenna no es mala, es solo que, ha sufrido mucho en tan poco tiempo”, comentó Nayla, como si ella estuviera viviendo una vida color de rosa.

El sufrimiento de Jenna jamás podría compararse con el suyo, la única diferencia era que Nayla aceptaba el Karma por sus acciones, así que no podía juzgar a Jenna como si estuviera limpia de pecados.

“¿Estás segura de que no quieres que me quede?”, insistió Amira.

“Estaré mejor cuando vuelvas y podremos tomarnos un té, mientras me platicas cómo estuvo tu día”, respondió Nayla.

“¿Te parece?”, añadió.

Amira asintió, pero al darse cuenta de que Nayla no la había mirado, habló.

“Entonces, te veré por la tarde, cuídate, Nayla, te compraré algo”, prometió antes de salir de la habitación.

Nayla apartó las sábanas mientras sus ojos se llenaron de lágrimas nuevamente, era posible que no se volvieran a ver nunca más en la vida.

Un fuerte sollozo dejó la garganta de la mujer, mientras se levantaba de la cama.

Se dirigió a la ducha, necesitaba tranquilizarse para hablar con su madre y exponerle la posibilidad de volver con Anás.

Decirlo era mucho más fácil que hacerlo, cuando Nayla llamó a la habitación de su madre sobre el mediodía ya no tenía el valor para hablar con ella.

“¿Nayla?”, cuestionó Azahara al verla tan pálida como una hoja de papel.

“Madre, madre mía”, musitó, incapaz de contener las lágrimas.

El corazón de Azahara se estrujó de preocupación y confusión, sin entender el motivo de tanto dolor. Por un instante, pensó que tal vez tenía que ver con la salida de Amira con las demás mujeres de la familia y que quizás Jenna había impedido que Nayla participara, pero rápidamente desechó la idea, sabiendo que su sobrina simplemente necesitaba tiempo y que no era mala por naturaleza.

“¿Qué te pasa, cariño? ¿Qué es lo que te tiene de esta manera?”, preguntó Azahara, ayudando a Nayla a sentarse.

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