La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 133
Capítulo 133:
En el palacio, Abdel y Azahara notaron la ausencia de sus hijos en la mesa del comedor.
“¿Amira?” preguntó Abdel, sorprendido por no haber visto a su hija en todo el día.
“Ha salido con Nayla para visitar a Callie y Sienna”, respondió Azahara, evitando su mirada, ocultando la preocupación que Anás había sembrado en su corazón.
“Ellas están muy unidas”, comentó Abdel, mientras Azahara asentía, reconociendo cómo Nayla había ayudado a Amira a ser más animada y sociable.
La conversación fue interrumpida por gritos fuera del comedor.
Al abrirse las puertas de par en par, Anás apareció, enfocando su ira en Azahara.
“¿Por qué maldita razón no respondiste a mi carta?”
Exigió, agarrando su brazo con violencia.
Azahara, desafiante, se negó a ceder ante él. Anás, furioso, levantó la mano para golpearla, pero Abdel intervino, deteniendo el golpe.
“¿Cómo te atreves?” rugió Abdel, defendiendo a su esposa. Anás, confundido, no podía creer que Azahara fuera ahora la esposa de Abdel.
“Azahara no es tu exesposa, es mi esposa. La Señora Rafiq”
Aclaró Abdel con autoridad, haciendo palidecer a Anás. Anás, incrédulo, cuestionó la unión, pero Abdel confirmó que Azahara le había dado dos hijos sanos y fuertes.
Anás, despreciando la felicidad de Azahara, exigió el regreso de Nayla a su casa, alegando que era su padre y que la había comprometido en matrimonio.
Azahara, con el corazón roto, se opuso con todas sus fuerzas.
“¡No!”, gritó, pero Anás la amenazó con consecuencias si no veía a su hija antes del fin de semana.
Tras la partida de Anás, Azahara se derrumbó, llorando desconsoladamente.
“¿Cuánto más, Abdel? ¡No quiero perder a Nayla de esta manera!”, exclamó. Abdel, conmovido por su dolor, le aseguró que haría todo lo posible para proteger a Nayla.
“Tranquila, haré todo lo que esté en mis manos para ayudarte. Nadie en esta vida volverá a quitarte un hijo, Azahara, te lo prometo”.
Azahara le creyó a Abdel, le creyó con todo su corazón y alma.
En el instante en que sus miradas se encontraron, el tiempo pareció detenerse.
Azahara no pudo, ni quiso, apartar la vista y, antes de que pudieran pensar en las consecuencias, sus labios se encontraron en un beso que sellaba sus destinos.
Cuando Abdel se alejó de los labios de Azahara, no supo qué decir.
No había palabras que pudieran describir lo que acababa de suceder, así que, guiado por un impulso que iba más allá de la razón, la tomó en sus brazos y la llevó a la habitación.
El cosquilleo en sus labios no le dejaba olvidar el beso que Azahara le había correspondido con una intensidad que le hacía anhelar más.
Azahara, por su parte, se dejó llevar, incapaz de enfrentar la mirada de Abdel, con su rostro ardiendo por la vergüenza y el deseo.
Había pasado tanto tiempo desde que había sido tocada de esa manera que se había olvidado de lo que significaba sentirse mujer.
Había aceptado un papel secundario en la vida de Anás y había dedicado su ser a Nayla, olvidándose de sí misma.
Pero ahora, lo único que deseaba era sentirse viva y deseada, aunque fuera sólo por una vez.
Al abrir la puerta de su habitación, Abdel y Azahara estaban tan unidos que el mundo exterior se desvaneció.
El corazón de Azahara latía tan fuerte que sus pulsaciones amenazaban con romper su piel.
“Abdel”, susurró ella, su voz un g$mido lleno de deseo.
Él gruñó en respuesta, buscando nuevamente sus labios, mientras su mente se cerraba a cualquier voz de conciencia.
No sabía cuánta necesidad de amor había acumulado hasta que sintió el beso de Azahara en el dorso de su mano, tan tierno y devastador que presagiaba lo que estaba por suceder entre ellos esa noche.
Azahara, la esposa de Abdel, la mujer a la que una vez había amado y la que siempre había sido suya, le hacía experimentar una sensación abrumadora.
El placer corría por sus venas como lava, impulsándolo a profundizar el beso y pegar su cuerpo al de ella, sintiendo cómo el calor estallaba entre los dos.
Descartando la razón, Azahara se entregó al momento.
Mañana podría arrepentirse, pero hoy se entregaría a la pasión que Abdel despertaba en ella. Abdel la atrajo hacia la cama, temeroso de que la pasión se extinguiera si rompían el contacto.
Las caricias de Abdel encendieron a Azahara, mientras él deslizaba sus dedos por su cuerpo y exploraba su intimidad.
La habitación se llenó de sus g$midos, las caricias marcaban sus almas más que sus pieles.
Cuando Abdel finalmente la penetró, los g$midos de placer se entremezclaron con sus respiraciones agitadas.
Se habían entregado el uno al otro sin mentiras ni presiones.
Era una unión de amor verdadero, una consumación de su matrimonio que reflejaba su conexión profunda y sincera.
Mientras tanto, ajena a lo que había ocurrido en el palacio, Nayla regresó con Amira de su visita familiar, disfrutando del apoyo incondicional de Sienna y Callie.
La conversación entre Nayla y Amira se tornó seria cuando Nayla expresó sus dudas sobre asistir a la salida con Jenna el día siguiente, consciente de que Jenna tenía muchos motivos para odiarla. Amira, sorprendida por la confesión, preguntó si lo sucedido entre ellas había sido realmente tan malo, a lo que Nayla solo pudo asentir con pesar.
Nayla, con la mirada baja y la voz cargada de remordimiento, confesó su error sin buscar excusas:
“Traicioné su confianza y puse en peligro la vida de Assim, no voy a justificarme y a decirte que no sabía lo que hacía, porque eso es lo peor, lo sabía y aun así lo hice”.
Amira, con un gesto de comprensión, llevó una mano al hombro de Nayla, ofreciéndole consuelo y un voto de confianza en su redención:
“Es parte del pasado, no queda nada de esa mujer, Nayla. Y como todos nosotros que hemos tenido una segunda oportunidad, tú también la mereces. De verdad espero que tú y Ahmed puedan tener una bonita historia de amor”, musitó con suavidad.
Nayla, sintiendo el peso de sus palabras, asintió con gratitud y le sugirió a Amira que descansara:
“Gracias, Amira, es hora de que vayas a descansar”.
Amira aceptó el consejo y se retiró, dejando a Nayla sola con sus pensamientos.
Mientras Nayla atravesaba el pasillo hacia su habitación, no esperaba el encuentro que estaba a punto de tener.
Anás, su padre, que no había abandonado el palacio, la confrontó con un tono de reproche:
“Vaya, hasta que te dignas a volver”.
Nayla, sorprendida y asustada, retrocedió un paso y preguntó:
“¿Qué haces aquí?”.
Sin preámbulos, Anás reveló sus planes para ella:
“Te llevaré conmigo, regresarás a casa y en tres meses te casarás con el hombre que ya he elegido para ti”.
Las palabras de su padre golpearon a Nayla como un puñetazo en el estómago, dejándola sin aliento.
“No”, susurró Nayla, negando con la cabeza, incapaz de aceptar el destino que su padre había decidido por ella.
Anás, impasible ante la reacción de su hija, continuó:
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