La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 132
Capítulo 132:
“No puedo verte ahora mismo como la esposa de mi padre”, admitió Jenna, su confusión y conflicto evidentes en su tono.
“Sigo siendo tu tía y puedes tratarme como mejor te sientas. No estoy aquí para ocupar el lugar de nadie, pero tendrás mis brazos siempre que lo necesites, hija, no dudes que en mi corazón tendrás siempre un lugar y por favor, no te alejes de tu padre, él ya ha sufrido mucho con todo esto”, dijo Azahara, atreviéndose a invadir el espacio personal de Jenna, tomando su mano en un gesto de apoyo maternal.
“Tía…”, comentó Jenna, su voz un susurro de conflicto.
“No pretendo que me ames, pero te pido que les des a mis hijos una oportunidad para conocerte”, pidió Azahara con suavidad.
Jenna asintió, su gesto uno de agradecimiento mezclado con una cautela que aún no podía abandonar.
“Gracias por comprender”, susurró, y Azahara negó con la cabeza, su propia voz suave.
“Gracias a ti, por dar este paso, Jenna. Espero que con el tiempo las cosas entre nosotras lleguen a ser diferentes y pueda ser digna de tu confianza y cariño de nuevo”.
Con un asentimiento final, Jenna se liberó del toque de Azahara y salió de la sala, dejando a la mujer sola con sus pensamientos.
Azahara entendía a su sobrina; ella misma no sabía cómo habría reaccionado en su lugar. Pero la esperanza de ser aceptada por Jenna mantenía su corazón latiendo con optimismo.
La puerta se abrió de nuevo y, sin girarse, Azahara supuso que era Jenna regresando por algo olvidado. Pero al sentir las manos sobre sus brazos, supo que era Abdel, su esposo.
“¿Estás bien?”, preguntó él, su preocupación evidente.
Azahara asintió, agradecida por la preocupación de Abdel, quien desde su matrimonio había sido cuidadoso con ella, tratándola con una delicadeza que ella no había conocido antes.
“No tienes que mentirme, Azahara, si Jenna te ha dicho algo que te molestara…”, comentó él, pero ella lo interrumpió, girándose para mirarlo a los ojos con sinceridad.
“Estoy bien, Abdel. Jenna y yo solo conversamos, eso es todo”, le aseguró, y Abdel, viendo la verdad en sus ojos, creyó en sus palabras.
“Te creo, pero por favor, si necesitas un día de mi intervención, no dudes en hacérmelo saber”, le pidió.
En un gesto de gratitud y afecto, Azahara tomó la mano de Abdel y la llevó a sus labios, dejando un corto beso en su dorso, sorprendiendo al Emir.
“Gracias por todo lo que haces por mí, por nosotros”, susurró, antes de soltar su mano y salir de la habitación, dejando a Abdel con una pequeña sonrisa en sus labios.
Mientras tanto, los hombres de la familia se sumergían en reuniones de negocios, preparando a Ahmed para su viaje al extranjero.
Sienna y Callie, junto a los pequeños Hassan y Amir, pasaban las horas con Azahara, quien mostraba su adoración por los niños, y Amira, quien disfrutaba de la compañía amorosa y gentil.
Nayla, por su parte, trataba de no pensar en Ahmed y en su partida inminente.
“Lamento llegar tarde”, dijo Ahmed esa noche, encontrándose con Nayla en la parte más alejada del palacio.
“Estoy bien, acabo de llegar”, mintió Nayla, aunque había estado esperando por más de una hora.
“Halima me preparó la maleta, salgo mañana a muy tempranas horas, es probable que ya no pueda despedirme de ti”, explicó Ahmed.
Nayla asintió, comprendiendo la importancia de ese momento.
“Siempre que prometas volver”, susurró, su voz cargada de emoción.
“Serán solo unas pocas semanas, Nayla. Cuando vuelva, hablaré con mi padre, le expondré mis sentimientos por ti y mi deseo de casarme contigo”, prometió Ahmed, y Nayla sintió cómo su corazón se aceleraba con la posibilidad de un futuro juntos.
“¿Estás seguro de que quieres esto?”, preguntó ella, buscando confirmación en sus ojos.
“He sido un tonto al tratar de evadir mis sentimientos por ti, Nayla. Pero el amor no es algo que pueda ocultarse cuando se siente, así como no puede obligarse cuando no se desea. Te amé desde mucho antes de saber quién era y tú me amaste por mí y no por lo que podía tener”, confesó Ahmed, recordando cómo Nayla lo había visto y se había fijado en él cuando apenas era un asistente e hijo de Basima, una mujer del servicio del palacio.
Entre ellos, los títulos y nombres se desvanecían, solo existían ellos dos y el amor que compartían.
“Voy a esperarte todo el tiempo que necesites, Ahmed, por favor cuídate”, le pidió Nayla con una voz que llevaba el peso de la espera y la esperanza.
Ahmed, buscando sellar ese momento, capturó los labios de Nayla en un beso apasionado, presionándola suavemente contra la pared, en un abrazo que intentaba desafiar la inminente separación.
Cuando el beso se rompió, no por falta de deseo sino por la necesidad de respirar, se quedaron cerca, compartiendo el mismo aire, sus miradas brillando con la promesa de un reencuentro.
“Te amo, Ahmed”, susurró ella, acariciando su rostro con una ternura que solo el verdadero amor inspira.
“Y yo a ti, Nayla. Lamento tanto el tiempo perdido”, confesó él, con un tono de arrepentimiento.
“Tenías derecho a tomarte tu tiempo”, respondió ella, su voz un bálsamo para sus dudas.
“Dame un beso que dure hasta que vuelva”, pidió él, y en un último beso, se despidieron.
Al amanecer del día siguiente, Ahmed partió hacia Gran Bretaña, dejando atrás a Nayla, quien desde la ventana de su habitación observó cómo la silueta del coche que lo llevaba al aeropuerto se perdía en la distancia.
“Voy a esperarte, Ahmed, voy a esperarte”, murmuró, sin saber que la tranquilidad de sus días en Dubái estaba a punto de ser interrumpida.
A mediodía, una carta llegó para Azahara Hijazi, ignorante de que ahora era una Rafiq, la esposa del Emir.
Al reconocer la letra de Anás, su cuerpo se estremeció, pero lo que verdaderamente la sacudió fue la demanda de devolver a Nayla en un plazo de veinticuatro horas.
“Veinticuatro horas”, repitió Azahara, su voz apenas un susurro, mientras la ira y la determinación se mezclaban en su interior.
“Será mejor que te sientes y esperes, Anás, porque no pienso entregarte a mi hija”, se dijo a sí misma, secando las lágrimas que amenazaban con traicionar su fortaleza.
Cuando Amira y Nayla entraron en la habitación, Azahara escondió rápidamente la carta.
“¿Van a algún lado?”, preguntó al verlas preparadas para salir.
Nayla explicó que visitarían a Sienna y, si el tiempo lo permitía, también a Callie y al pequeño Amir.
Azahara observó a Nayla, notando cómo la vida había vuelto a ella, cómo su mirada había recobrado el brillo que había perdido.
“Vayan con cuidado”, les dijo, y aunque las dejó ir, su corazón permanecía inquieto, sabiendo que la sombra de Anás aún se cernía sobre ellas.
En la casa de Hassan, Sienna y Callie recibieron a las visitantes con los brazos abiertos.
La tarde transcurrió entre risas y conversaciones, hasta que Jenna llegó.
La menor de los hermanos saludó con afecto a sus cuñadas y, aunque su trato hacia Nayla fue más reservado, no faltó el respeto.
Sienna y Callie, percibiendo la tensión, propusieron una cena de chicas para aligerar el ambiente.
Amira consultó con Nayla, y Jenna, observando la cercanía entre ellas, sintió un atisbo de celos.
Pero el momento pasó, y la propuesta de un día de compras al día siguiente fue bien recibida, especialmente cuando Sienna sugirió ayudar a Jenna con los muebles para la habitación del bebé. Jenna, emocionada y agradecida, aceptó la oferta.
“¡Genial!” exclamaron las amigas al unísono, sellando el plan para el día siguiente.
La atmósfera se había calentado y la conversación entre Amira y Jenna se tornó más cálida, culminando en un abrazo afectuoso cuando Assim llegó a recoger a Jenna. Amira y Nayla, tras un día completo fuera, se despidieron de Sienna, Callie y los pequeños para regresar al palacio, habiendo omitido incluso la cena.
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