La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 131
Capítulo 131:
Nayla no quería pensar en nada más que en ese momento, había esperado tanto tiempo por que Ahmed viniera que ahora creía que podía ser incluso un producto de su imaginación. Sus manos se aferraron al cuello de Ahmed cuando él aflojó su agarre y sus labios se separaron por un breve segundo para tomar aire.
Ahmed se perdió por completo en aquel beso, su cuerpo había reaccionado a la cercanía y al aroma de Nayla de una manera arrolladora.
Sin embargo, no era por esto por lo que había terminado parado frente a su habitación.
“No vine por esto”, soltó Ahmed, haciendo que Nayla abriera los ojos de inmediato y se alejara de él, sintiéndose herida.
Ahmed se lamentó por sus palabras, pues no tenía la intención de herir a Nayla.
“Nayla”, dijo Ahmed, pero ella le pidió que no dijera nada, que prefería pensar que ese beso había sido su despedida.
Nayla comprendió entonces el verdadero dolor del amor, pues debía renunciar a Ahmed por culpa de su pasado.
Ahmed respiró y dio un paso atrás, no estaba seguro de poder contenerse y no abrazarla.
Ese beso le había recordado cuánto la amaba y lo tonto que había sido al dejarla de lado, pensando que la relación con Azahara era un impedimento.
“Escúchame, Nayla”, dijo Ahmed.
“Ahora mismo no soy el hombre que necesitas, tengo tantas responsabilidades que no puedo darte el tiempo que deseo”.
Nayla dijo que entendía, pero Ahmed insistió en que no lo entendía.
“Dame tiempo, Nayla, no puedo seguir huyendo de mis propios sentimientos”, expresó Ahmed, haciendo que la luz de la esperanza volviera a iluminar el corazón de Nayla.
Ahmed le explicó que tenía que viajar al extranjero por asuntos de negocios, pero que, cuando regresara, compensaría a Nayla por todo el tiempo que la había hecho sufrir.
Nayla le prometió que lo esperaría el tiempo que fuera necesario.
Finalmente, Ahmed le dio un beso ardiente que sellaba la promesa de que, una vez volviera, las cosas entre ellos iban a cambiar.
Ahmed hablaría con sus padres para poder casarse con Nayla. Hasta entonces, debían mantener un bajo perfil.
Nayla se quedó sola en su habitación, suspirando profundamente mientras Ahmed se alejaba.
Se giró y se apresuró a vestirse, inundada por un torbellino de emociones y sentimientos que no podía explicar.
La promesa de Ahmed era un faro de esperanza en su vida, especialmente porque había temido perderlo para siempre.
“Alá, déjame soñar, déjame tener una ilusión por la cual vivir. Me equivoqué en el pasado, no permitas que vuelva a cometer el mismo error dos veces”, oró, temerosa de fallarle a Ahmed una vez más.
En el comedor, Azahara y Abdel recibían a sus hijos. Hassan y Sienna, Farid y Callie, junto a los más pequeños de la dinastía Rafiq, se reunían en torno a la mesa.
Los niños disfrutaron de la atención de sus padres antes de ser llevados a sus cunas por Halima y otra de las muchachas.
La conversación giró en torno a los viajes de negocios de Ahmed.
“¿Entonces, enviarás a Ahmed a Inglaterra?”, preguntó Hassan.
“Estará unos días en Gran Bretaña, luego volará a Grecia, el negocio de joyería me interesa”, explicó Abdel. Hassan expresó su confianza en las habilidades de Ahmed, mientras Farid bromeaba sobre su soltería.
Azahara no pudo evitar sonreír al ver a Ahmed entrar al comedor, vistiendo la túnica que le había regalado esa mañana.
Era un pequeño pedazo de cielo para ella que su hijo aceptara su regalo.
Ahmed se sentó entre su padre y Azahara, mientras Amira y Nayla tomaban asiento. Ahmed intentaba no mirar a Nayla, pero sus ojos se encontraban inevitablemente con los de ella.
La conversación se detuvo cuando Amira preguntó por Jenna, cuya relación con su padre estaba tensa desde su matrimonio con Azahara.
Pero antes de que Abdel pudiera responder, Jenna y Assim hicieron su entrada. Jenna saludó a su padre y a Azahara con respeto, aunque con frialdad hacia Nayla, a quien aún no perdonaba por exponer su relación con Assim.
Abdel se sentía complacido al ver a su familia reunida, disfrutando de la cena juntos.
Jenna había luchado con la idea de aceptar a Azahara, no solo como su tía sino ahora como la esposa de su padre y madre de sus hermanos.
La cena transcurrió en silencio hasta que los platos fueron retirados y se inició una conversación más relajada.
Abdel discutía negocios con sus hijos y yerno, mientras Azahara intentaba conversar con las mujeres de la familia.
Sienna y Callie facilitaron la charla, incluyendo a Azahara en cada tema.
Cuando Sienna y Callie se retiraron, el silencio cayó entre las mujeres restantes.
Jenna miró a Amira, luego a Nayla, y finalmente a Azahara, antes de pedirle hablar a solas.
“¿Podemos hablar?”, dijo Jenna.
Azahara asintió y ambas salieron de la habitación, dejando a Nayla preocupada.
“¡Madre!”, llamó Nayla.
“Ahora vuelvo”, respondió Azahara, saliendo acompañada de Jenna.
Una vez a solas, Azahara enfrentó la petición de Jenna con nerviosismo.
No quería ser un problema, pero sabía que su presencia era un gran conflicto entre Abdel y su sobrina.
“Tú dirás”, dijo Azahara, preparándose para la conversación.
Jenna la miró en silencio, reflexionando sobre las similitudes y diferencias entre su tía y su madre.
Se preguntaba si alguna vez su madre había sido inocente como Azahara.
“Venir y estar aquí no ha sido nada fácil, tía”
Admitió Jenna.
“He luchado conmigo misma y he tenido muchas discusiones con Assim por tu causa”.
Azahara intentó disculparse, pero Jenna la interrumpió, pidiendo tiempo para asimilar el cambio drástico en su familia.
“Jamás me hubiese imaginado verte casada con mi padre y menos tener hermanos nacidos de ti. ¡Eres la hermana de mi madre!”, exclamó Jenna con lágrimas en los ojos.
Azahara entendía el dolor de Jenna y se acercó con cuidado, pero Jenna se alejó.
“No quiero, ni pretendo ocupar el lugar de tu madre, solo deseo proteger a mis hijos y expresarles el amor que nunca pude darles por las circunstancias de la vida”, explicó Azahara, evitando culpar a Zaida frente a Jenna.
“Entiendo que ellos fueron el motivo principal para aceptar casarte con mi padre y tengo toda la intención de conocer a mis hermanos, pero también necesito tiempo”, confesó, su voz reflejando la turbulencia interna.
“No quiero ser grosera con ninguno de ellos, sin embargo, en este momento parezco una bomba de tiempo con mis hormonas descontroladas. No quiero decir o hacer algo que pueda ofenderles, tía, y tampoco pretendo hacerte daño”, dijo, girándose hacia el ventanal, buscando quizás en el horizonte alguna respuesta.
Azahara, con la sabiduría que le otorgaban los años y las cicatrices de su propio pasado, respondió con calma.
“Tendrás todo el tiempo que necesites, Jenna. Solo te pido que no culpes a tu padre. Si en esta historia hay alguien menos responsable, no es otro más que tu padre. Él solo fue una víctima, todo lo demás está de más decirlo”, dijo, evitando mencionar a Zaida, un nombre que pesaba en el aire como una sombra.
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