La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 130
Capítulo 130:
Jahir reflexionó sobre su vida en Abu Dabi, llena de reglas, estándares y prejuicios.
Había aceptado resignadamente continuar por ese camino, incluso llegando a considerar cambiar su apellido por negocios.
Sin embargo, todo cambió cuando prestó atención a la vida de sus primos.
Ellos tenían matrimonios por contrato, pero aun así parecían encontrar la felicidad que Jahir anhelaba.
Él no quería la vida que su tío había vivido; deseaba lo que Hassan y Farid tenían: una esposa a quien amar con todo su ser.
Sus dos matrimonios anteriores habían sido arreglados por su padre, sin amor entre ellos. Jahir se había mantenido alejado de sus esposas, prefiriendo expulsar sus deseos con otras mujeres que no tuvieran el poder de destruirlo.
Pero con Scarlett, todo era diferente.
Ella era la mujer correcta en el momento incorrecto.
Mientras tanto, en el Palacio Rafiq de Dubái, la situación no era menos complicada.
Nayla observaba en silencio la interacción entre Ahmed y Abdel, sintiéndose a gusto al ver a su madre Azahara feliz, aunque la verdad sobre el origen de Ahmed la mantuviera distante.
Cuando Amira invitó a Nayla a acompañarla, Azahara también expresó su deseo de unirse a ellas, lo que Nayla aceptó con gusto.
Durante la salida, Azahara disfrutaba viendo a Nayla y Amira comportarse como verdaderas hermanas, pero no podía evitar sentir pena por el amor no correspondido entre Nayla y Ahmed, y cómo él se mantenía alejado y frío con ella.
La sorpresa del día llegó cuando se encontraron con Anás, el padre de Nayla, acompañado de una mujer joven.
Anás presentó a Latifa como la nueva esposa y ‘nueva madre’ de Nayla, buscando humillar a Azahara.
La reacción de Nayla fue contenida pero clara, al inclinarse ligeramente y pasar de largo, dejando en evidencia que para ella solo había una madre.
Anás no pudo ocultar su molestia ante la respuesta de su hija, marcando aún más la distancia emocional y el desprecio que sentía por Nayla.
“¡Espera!”, gritó Anás, haciendo que Nayla se detuviera casi de inmediato.
“Llevamos prisa”, murmuró Nayla sin mirar a su padre.
“Puedo imaginar que la vida de empleadas domésticas las tenga ocupadas, pero soy tu padre, ¿No puedes quedarte un momento?”, dijo Anás, burlándose de ella.
Nayla sabía que debía tener cuidado al responderle, pero no pudo evitar replicar:
“Puedo, pero no quiero”.
“¿Cómo te atreves?”, exclamó Anás, molesto.
“Tenemos prisa por volver, padre, el Emir espera por su esposa”, comentó Nayla, continuando su camino.
Anás cambió su expresión, pero se contuvo de arremeter contra su hija y Azahara, consciente de que estaban en un lugar público y el escándalo era castigado.
Optó por marcharse, no sin antes mirar a Amira, a quien encontró parecida a Azahara en su juventud, suponiendo que ella sería la nueva esposa de Abdel.
Anás no tenía idea de que Amira era la hija de su ex y que su ex era la nueva esposa del Emir.
“¿Estás bien?”, preguntó Azahara al ver a Nayla temblar.
“Es muy joven y su mirada es peligrosa”, susurró Nayla, con la experiencia que había vivido con Zaida, siendo capaz de reconocer la maldad.
“No le prestes atención, cariño, tú vives conmigo”, dijo Azahara, colocando su mano sobre la de Nayla.
“No voy a permitir que nadie vuelva a hacerte daño”, le prometió.
Sin embargo, Nayla sabía que, si su padre la reclamaba ante la ley, tendría que volver a su casa y someterse de nuevo a sus órdenes, pues Azahara no era su madre biológica.
El miedo la invadió, no quería volver a estar bajo el poder de su padre, ni ser utilizada como moneda de cambio.
Mientras tanto, en el Palacio Rafiq, Ahmed observaba desde su ventana el regreso de su madre, hermana y Nayla.
Estuvo tentado a salir a recibirlas, pero su nuevo papel como hijo del Emir lo mantenía ocupado con responsabilidades y negocios que debía atender.
Cuando Halima llegó con una bandeja de té, Ahmed le recordó que no debía tratarlo como “señor”, sino como su hermano. Halima se sorprendió, pues había pensado que Ahmed las odiaba por haberlo privado de su verdadera identidad, pero Ahmed le aseguró que seguía queriéndola como su hermana.
Más tarde, Ahmed recibió la visita de Azahara, quien parecía vacilar al estar frente a él. Ahmed se levantó y caminó hacia ella, preguntándole si había sucedido algo afuera, a lo que Azahara negó con la cabeza.
“Solo quería entregarte esto, cuando lo vi, pensé en ti”, dijo Azahara, entregándole a Ahmed un paquete.
Ahmed abrió los ojos al ver el presente que Azahara le había traído.
“¿Para mí?”, preguntó.
“Sí, creo que combina con tus ojos”, musitó Azahara.
Ahmed abrió el paquete y encontró una túnica de finos hilos, cuyo valor superaba lo que él se habría comprado en el pasado, incluso en su nueva posición.
“Espero que te guste”, pronunció Azahara ante el silencio de su hijo.
“Gracias, voy a probármelo esta noche”, respondió Ahmed.
Azahara le sonrió y se permitió acariciar el rostro de Ahmed.
“Te amo”, expresó desde lo más profundo de su corazón.
Ahmed colocó su mano sobre la de Azahara, interrumpiendo su caricia.
Le dio un beso corto en la palma de su mano y luego uno en la frente.
“Tenme paciencia, por favor”, pidió, explicando que, aunque no podía corresponder esas palabras en ese momento, con el tiempo estaba seguro de que correspondería el amor de su madre.
“Te he esperado por treinta años, esperar un poco más no va a hacerme daño”, musitó Azahara, devolviéndole el beso a Ahmed.
Mientras tanto, Nayla y Amira se dedicaron a ordenar la habitación.
Amira preguntó si el hombre que habían encontrado en la calle era el padre de Nayla, y si la mujer que lo acompañaba era su nueva esposa.
Nayla confirmó que sí, explicando que, al ser la única hija, su padre probablemente buscaba tener más herederos después de haberla echado de casa.
Amira preguntó si Azahara no pudo darle más hijos a Anás, y Nayla le reveló que ella no era hija biológica de Azahara.
Cuando Amira cuestionó por qué Ahmed sufría al mirarla, Nayla le dijo que era una situación complicada.
Más tarde, Ahmed salió de la habitación de su madre Basima y, en lugar de dirigirse al salón para reunirse con su padre, terminó frente a la puerta de la habitación de Nayla, como si sus pasos lo hubieran llevado allí sin intención.
Ahmed dudó en llamar a la puerta o retirarse sin hacerse notar, pero ya no podía continuar evitando a Nayla.
Tenía que hablar con ella y explicarle las razones por las cuales no podían estar juntos por ahora.
Así que, llamó a la puerta y esperó unos breves minutos antes de ser atendido.
Nayla se quedó de piedra al verlo parado frente a ella, su cuerpo tembló y la ilusión se abrió paso en su corazón.
“Ahmed”, susurró Nayla sin poder creer que estuviera allí.
Él miró el rostro de Nayla y, sin poder contenerse, tomó sus mejillas entre sus manos y la besó.
La confusión de Nayla duró solo unos segundos y correspondió el beso con la misma pasión.
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