La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 127
Capítulo 127:
“Bienvenida a mi humilde habitación”
Saludó una voz desconocida.
Scarlett se quedó de piedra.
“¿Quién es usted?”, preguntó, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo.
“Perdone mis modales, permítame presentarme, soy Jahir Ahmad, su ferviente admirador”, se presentó el hombre.
Scarlett parpadeó un par de veces mientras miraba la mano del hombre tendida en su dirección.
¿Qué se suponía que debía hacer o decir?
Ella no conocía a ese hombre, su única relación eran sus dos encuentros que, hasta ese momento, no creía tan relevantes, pese a sentirse intimidada y atraída a él en igual medida.
“¿Por qué ha solicitado verme?”, preguntó, ignorando la mano tendida de Jahir.
“¿No he sido lo suficientemente claro, Scarlett?”, preguntó él, pronunciando su nombre de una manera que parecía acariciarla con las palabras.
Jahir se guardó la mano para sí, no estaba acostumbrado al rechazo, pero era comprensible que en ese país nadie conociera la importancia de su título.
Quizá para la joven Scarlett conocer su nombre no lo era todo.
“Demasiado para mi gusto”
Admitió la joven.
“Tome asiento, por favor”, pidió él en tono galante.
“No creo que sea correcto, usted y yo, no nos conocemos”, refutó Scarlett sin moverse ni un solo centímetro de su sitio.
“El no conocernos no es un problema, podemos hacerlo ahora”
Soltó él, sin quitar el dedo del renglón.
“Creo que me está confundiendo, señor Jahir”, dijo ella, aún confundida.
“De ninguna manera”, alegó él.
Scarlett guardó silencio.
¿Cómo podía razonar con un hombre que se negaba a admitir que esto era un mero error?
“Tengo que irme”, pronunció Scarlett, de repente sintiéndose temerosa por haber acudido a este encuentro.
El montón de series criminales que veía en televisión parecía no haber aportado nada a su instinto de supervivencia.
“Por favor, no me prive de su presencia”, suplicó Jahir, colocando una mano sobre el brazo desnudo de Scarlett.
Ella tembló por segunda, tercera o cuarta vez en lo que iba del día.
El contacto de sus pieles le hizo soltar un g$mido que no supo disimular y que envió al cuerpo de Jahir las señales que él deseaba.
“Esto es ridículo, señor. No nos conocemos, así que no le estoy privando absolutamente de nada, pues no se puede privar de algo que nunca se ha tenido”, respondió en tono tajante.
Scarlett pronto tuvo la idea de que este hombre debía ser un mujeriego empedernido; no había otra explicación para que la asaltara de esta manera.
¡La hizo venir a su piso a solas!
Solamente esa acción debía ser motivo para desconfiar y querer huir.
El tipo podía estar más bueno que el pan y mejor que el vino, pero no era tonta como para creer ciegamente en su repentino interés.
“Scarlett…”, comentó él.
“No me importa quién sea usted, señor, y tampoco me interesa. El hecho de que me vea sola no quiere decir que esté disponible. Si me disculpa…”, dijo caminando al ascensor para escapar lo más pronto de ese lugar.
Sin embargo, Jahir no quería dejarla escapar así como así.
La tomó del brazo una vez más y la hizo girar con rapidez, haciendo que sus cuerpos chocaran entre sí y sus rostros quedaran muy, muy cerca uno del otro.
Scarlett tragó el grito que amenazó con salir de su garganta; debía mantener la calma y esperar una sola oportunidad para que él bajara la guardia y entonces…
El rostro de Jahir bajó con una lentitud casi desesperante y en el momento que sus labios estuvieron a escasos centímetros, la rodilla de Scarlett se impactó contra la entrepierna del hombre, provocando que un alarido saliera de su garganta.
“¡No soy presa fácil, Señor Ahmad!”, gritó y, aprovechando que Jahir se encogía sobre su cuerpo por el golpe recibido, se liberó de su agarre y corrió como si el mismísimo diablo le pisara los talones.
Scarlett presionó el botón del ascensor con urgencia y, apenas las puertas se abrieron, ella saltó dentro sin perder tiempo, viendo como el hombre estaba de rodillas sobre el piso, mirándola mientras ella escapaba.
Jahir apretó los dientes, tuvo la intención de ir tras ella, sin embargo, la dejó marchar. Su entrepierna dolía como el infierno; Scarlett era una fiera.
“No es mejor cazador el que más caza, sino el que mejor conoce a su presa. Y yo voy a conocer todo de ti”, murmuró en tono bajo y ronco, no sabía si era por el dolor o por la excitación que le generaba la sensación de cacería que Scarlett despertó en él y el deseo irresistible de atraparla.
Mientras tanto, Scarlett sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, mientras el ascensor bajaba piso a piso con una lentitud que estaba desesperándola.
Por momentos creía que Jahir iría tras ella y como un cazador se lanzaría sobre su cuerpo.
Cuando las puertas volvieron a abrirse y ella logró salir del ascensor privado, corrió despavorida a su propia habitación.
Quedarse en el hotel era un riesgo que no necesitaba correr, sin embargo, tampoco podía irse así como así. ¡Había pagado por adelantado una semana!
Esa noche, Scarlett no durmió a gusto, sin saber que Jahir Ahmad no se encontraba en el hotel.
A la mañana siguiente, unos suaves golpes a la puerta interrumpieron el sueño de Scarlett y la alertaron, pues no había razón para que alguien viniera a su habitación a esa hora de la mañana.
Eran apenas las siete. Dos nuevos toques le hicieron salir de la cama con cara de pocos amigos; había tenido una noche infernal, apenas había dormido debido al miedo que le causaba que Jahir llegara hasta su puerta y exigiera entrar.
Era el dueño y podía hacerlo.
Scarlett apartó el sillón que dejó frente a la puerta, quitó el seguro y abrió dispuesta a discutir con quien estuviera parado frente a ella.
Sin embargo, se encontró de cara con un precioso ramo de rosas.
“¿Señorita Mackenzie?”, preguntó el muchacho detrás del arreglo.
“Sí”, respondió ella con el ceño fruncido.
“Me han solicitado entregarle este presente y…”, dijo el joven.
“…el desayuno”, añadió, haciéndose a un lado para dejar ver el carrito.
Scarlett estuvo a punto de enviarlos por el mismo camino por donde vinieron, sin embargo, terminó apartándose de la puerta para dejar pasar a la joven que le traía el desayuno y recibió las flores luego de firmar.
“Gracias”, musitó.
Los jóvenes asintieron y se marcharon de la habitación, dejándola sola con un ramo de rosas y un desayuno que olía maravillosamente bien.
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