La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 126
Capítulo 126:
“Es un ascensor privado”, le informó él cuando Scarlett presionó un piso equivocado.
Después de ser reprendida por un empleado del hotel por usar el ascensor privado del dueño, Scarlett se retiró a su habitación, sintiéndose avergonzada y confundida.
Aquella mirada profunda y ojos color de la noche la persiguieron en sus sueños, y aunque deseaba volver a encontrarse con aquel hombre, no tuvo tal suerte.
Al día siguiente, Scarlett se apresuró a la universidad, esperando poder comer algo antes de clase.
Pero el destino tenía otros planes, y en su prisa, chocó contra alguien, siendo atrapada en los brazos del mismo hombre del hotel.
“Parece que estamos destinados a encontrarnos”, susurró él con una sonrisa torcida.
Y así, en medio del caos de su vida, Scarlett se encontró con una conexión inesperada en la ciudad de Nueva York.
“Parece que estamos destinados a encontrarnos”, dijo él con una sonrisa que desarmaba, y Scarlett sintió cómo el rubor inundaba sus mejillas.
Perdida en la profundidad de esa mirada, fue solo el carraspeo del Decano lo que rompió el encanto, obligándola a enfrentar la realidad del pasillo universitario.
“Ha sido un accidente”, se apresuró a disculparse Scarlett, mientras una parte de su mente intentaba conectar los puntos: el botones había mencionado que el elevador era exclusivo del dueño del hotel, y aquel hombre…
Aquel hombre tenía una presencia que no pasaba desapercibida, como Assim, el asistente de su cuñado, que a pesar de su rol, irradiaba una autoridad innegable.
El Decano, impaciente, la regañó por segunda vez, sacándola de sus cavilaciones.
Consciente de su error, se apartó y se dirigió a su salón de clases, aunque no sin sentir un extraño tirón en el pecho, una atracción hacia aquel hombre que la había salvado de caer.
“Estás loca”, se regañó a sí misma mientras caminaba hacia el salón.
“El que Sienna y Callie encontraran hombres extranjeros no quiere decir que tú vayas a tener la misma suerte”.
Entró al salón con retraso, ganándose una mirada seria por parte del profesor y la curiosidad de Margaret, quien le pidió explicaciones en un susurro apenas se sentó.
“Lo haré luego de clases”, prometió Scarlett, pidiéndole que se concentraran en la lección.
Al llegar la hora del almuerzo, Margaret estaba lista para desentrañar el misterio, pero Scarlett, alegando hambre por haberse saltado el desayuno, logró posponer la conversación.
Sin embargo, en la cafetería, se encontró de nuevo con aquel hombre, Jahir, que seguía acompañado del Decano y otra persona desconocida.
Quizá eran los dueños, pensó, pero decidió concentrarse en su comida y en la conversación pendiente con Margaret.
Jahir, por su parte, había perdido el interés en la conversación con los propietarios de la universidad.
La joven rubia que había salvado esa mañana, la misma chica del hotel, restaurante y antro, lo cautivaba de una manera que ninguna mujer lo había hecho antes.
A pesar de sus matrimonios de conveniencia, nunca había sentido la curiosidad de perseguir a una mujer como lo hacía ahora con Scarlett.
Cuando el hombre a su lado lo llamó, Jahir tuvo que disculparse antes de acordar una cena para esa noche donde discutirían los términos de un contrato. Antes de partir, hizo una solicitud inesperada, preguntando si podía traer compañía a la cena, a lo que el hombre asintió sin dudar.
Tan pronto como Jahir dejó la universidad, se puso en contacto con el hotel para averiguar si Scarlett aún estaba hospedada allí, y tras confirmar que sí, hizo los arreglos necesarios para invitarla a ser su acompañante durante la cena.
Tenía la intención de aprovechar la noche para conocerla mejor.
Scarlett, después de las clases, hablaba con Margaret sobre su situación con Fiona.
Margaret insistió en que Scarlett no podía quedarse sola en un hotel y le ofreció su departamento como refugio.
Aunque agradecida, Scarlett no podía sacar de su mente a Jahir.
“Gracias, Margaret, debí buscarte en primer lugar, sin embargo, no me sentía bien y quería estar sola y en medio de mi desespero, pagué una semana, así que…”, dijo Scarlett con una voz que denotaba su frustración.
“Estás loca, es dinero tirado a la basura por gusto, pero tú sabrás. Si necesitas una amiga, sabes que estoy aquí”, respondió Margaret en tono un tanto indignado.
“Lo sé, discúlpame”, susurró Scarlett.
“Está bien, tampoco es el fin del mundo, cuando la semana pase, igual puedes venir”, se ofreció Margaret.
Scarlett asintió, considerando que podría ser una buena idea.
De cualquier manera, también tenía que ir a su casa para recoger algo de ropa, pero esa noche no sería; solo quería volver al hotel y pensar en ese hombre de mirada oscura y se%y sonrisa que la había salvado hoy.
Al llegar al hotel, caminó con seguridad hacia la recepción y tenía a la vista la zona de ascensores.
Esta vez no se iba a equivocar, pues le había quedado muy claro cuál era el camino que debía seguir para llegar a su habitación.
“¿Señorita Mackenzie?”, preguntó la mujer de la recepción cuando Scarlett solicitó la llave de su habitación.
“¿Sí?”, respondió con cierto temor al ver el rostro serio de la mujer.
“Por favor, ¿Sería tan amable de acompañarme? Alguien espera por usted”, dijo la recepcionista, sorprendiéndola.
El cuerpo de Scarlett se tensó, pues no pudo evitar pensar que se tratara de su madre.
Aunque era poco probable, ella se marchó sin decir a dónde iba y dónde iba a quedarse, pero con lo intensa que podía llegar a ser Fiona, tuvo la sospecha.
“Señorita, por favor, venga por aquí”, insistió la mujer.
Scarlett caminó detrás de la recepcionista y fue llevada por un camino que reconoció de inmediato. Cuando la muchacha le pidió abordar el ascensor, se detuvo.
“¿Qué es todo esto?”, preguntó sin moverse de su sitio.
“El señor Ahmad desea verla”, comentó con seriedad y profesionalismo.
Scarlett frunció el ceño, ella solo conocía a un hombre árabe, pero era Ahmed y no Ahmad.
¿Sería posible que fuera el asistente de Hassan?
¿Y si su cuñado era el nuevo dueño del hotel?
No sería nada raro, Hassan era el dueño de la ensambladora de su familia y tenía múltiples negocios por todo el mundo.
Sumarle un hotel no era cosa del otro mundo, de hecho, sería casi hasta normal siendo él un hombre de negocios.
Así que, confiando en que se tratara de una equivocación en la pronunciación del nombre por parte de la mujer, Scarlett caminó al ascensor y subió a la habitación que la mujer había fijado en el tablero antes de salir.
Los nervios se instalaron en el v!entre de Scarlett.
Había pasado unas cuantas semanas desde la última vez que Ahmed y ella se vieron.
Aunque no habían entablado una estrecha amistad por cuestión de cultura y tradiciones, el hombre era atento y muy amable, así que no había nada de malo en saludarlo.
Por supuesto, Scarlett no esperaba encontrarse con otro hombre que no fuera Ahmed.
Su cuerpo se tensó cuando la puerta del ascensor se abrió dentro del ático; no había pasillo ni puerta, era una entrada directa.
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