Capítulo 125:

La cena en la residencia Rafiq transcurrió en un ambiente cargado de emociones encontradas.

Aunque no hubo tensión, el aire se impregnaba de una nostalgia y tristeza que se entremezclaba con la esperanza de un nuevo comienzo.

Azahara no podía dejar de observar a Ahmed y Amira, sus hijos, sentados juntos por primera vez, mientras su corazón se desbordaba de alegría. Aunque quería comunicarles tantas cosas, se reprimía, cuestionándose su propia sumisión y cobardía.

La mano de Abdel sobre la suya la devolvió al presente.

Él, consciente de la formalidad del momento, se apartó sin mirarla. Azahara, entonces, volvió su atención al plato hasta que la cena llegó a su fin.

Uno a uno, los demás miembros de la familia se despidieron, dejando a Azahara y Abdel a solas con sus hijos.

“Sé que todo esto no debe ser fácil para ninguno de ustedes” comentó Abdel, dirigiéndose a sus hijos.

“Tampoco ha sido fácil para su madre y para mí. Descubrir treinta años después que tengo otros hijos fue impactante, pero no por ello voy a hacer distinción alguna entre ustedes y los hijos que siempre tuve a mi lado”

Extendió su mano hacia Ahmed y Amira, quienes, tras intercambiar una mirada, la aceptaron.

“Son hijos de nuestra sangre y carne, pero no vamos a obligarlos a aceptarnos en sus vidas. No les pido amor, pero sí les pido la oportunidad de empezar a conocernos y de ser lo que no pudimos ser en el pasado”

Continuó Abdel.

Amira, impulsada por un deseo profundo, se lanzó a los brazos de su padre, rompiendo las barreras que los habían separado durante tanto tiempo.

Azahara, conmovida por la acción de su hija, no pudo contener las lágrimas.

Ahmed, con un nudo en la garganta, se acercó a su madre biológica y expresó su disposición a intentar construir una relación.

“No será fácil, pero podemos intentarlo”

Hassan, con la voz cargada de tensión, expresó su deseo de cerrar un capítulo doloroso de su vida:

“Espero que finalmente podamos cerrar esta etapa en nuestras vidas, olvidar que Zaida Hijazi una vez fue parte de nuestras vidas”.

“Era tu madre”, le recordó Sienna con delicadeza, intentando aportar algo de perspectiva.

“Puede haber sido yo, Ahmed o Amira, no puedo perdonarla”, aseguró Hassan, firme en su sentimiento de rencor.

Sienna, buscando suavizar la dureza del momento, le aconsejó:

“Con el paso del tiempo, Hassan, no te presiones ahora que todo es muy reciente. Puede que Zaida haya sido una hiena sin corazón, pero algo tengo que agradecerle en esta vida”.

“¿Agradecerle?”, preguntó Hassan, visiblemente conmocionado por la sugerencia.

Ella asintió con una sonrisa y, con una ternura inesperada, le dijo:

“Solamente puedo agradecerle por haberte dado la vida, Hassan, porque tú significas todo para mí”.

Y con esas palabras, buscó sus labios y le dio un apasionado beso que calentó el corazón de Hassan, ayudándole a olvidar, aunque solo fuera por un momento, sus penas y tristezas.

Mientras tanto, en Nueva York, Scarlett cerraba una larga llamada con Margaret.

La soledad de su sala le recordaba la ausencia de Hassan y Amir, quienes estaban lejos, en Dubái.

A pesar de la distancia, sabía que debía terminar su carrera para poder reunirse con ellos nuevamente.

Con un suspiro, se levantó del sillón, decidida a no dejarse vencer por la soledad.

Preparándose para una noche de distracción, Scarlett eligió una falda corta y un top que revelaban su ombligo adornado con un pequeño piercing.

Al escuchar el claxon de Margaret, bajó corriendo, tomó sus llaves y salió de la casa.

“¡Guau! Pareces una vampiresa en plena cacería”, comentó Margaret al verla.

Scarlett, viendo su reflejo en el retrovisor, respondió:

“Es mi primera salida desde que volví a Nueva York”.

Durante el camino, discutieron sobre la vida en la ciudad y la libertad de vestimenta, hasta llegar al restaurante donde captaron la atención de todos.

A pesar de sentirse demasiado expuestas, disfrutaron de una cena tranquila sin ser hostigadas.

Al final de la noche, con una sensación de ser observada que no la abandonó ni en el antro lleno de gente, Scarlett pidió a Margaret llevarla a casa.

“Eres una aguafiestas”, protestó Margaret, pero accedió.

Después de despedirse, Scarlett se quedó sola frente a su residencia, donde unos susurros en el interior le hicieron recorrer un escalofrío por la espalda, recordándole que estaba viviendo sola.

‘¿Cómo es que…?’

Scarlett se detuvo en medio de su pregunta al abrir la puerta y encontrarse frente a frente con su madre, Fiona, quien había regresado después de una larga ausencia.

La sorpresa la dejó paralizada por un momento, sin saber si sentir emoción o enojo.

“¿Qué haces aquí?” preguntó Scarlett con una voz que apenas podía ocultar su turbación. La mezcla de emociones era intensa; había pasado más de un año desde que su madre se fue de ‘vacaciones’ y no había vuelto hasta ese día.

Fiona intentó acercarse con un gesto maternal, pero Scarlett se apartó, rechazando el abrazo.

“Lo siento, estoy cansada”, murmuró, pasando junto a su madre y subiendo las escaleras hacia su habitación, dejando a Fiona con la palabra en la boca.

El fin de semana fue cualquier cosa menos tranquilo.

Fiona intentó explicar su ausencia, pero Scarlett no estaba dispuesta a escuchar.

“Eres mi hija, no puedes juzgarme y menos ignorarme”, se quejó Fiona el domingo por la tarde.

“No estoy juzgándote, estoy aplicándote la ley del hielo, ¿No es lo mismo que tú hiciste conmigo?” replicó Scarlett, su voz cargada de resentimiento.

La discusión escaló rápidamente.

“¡Necesitaba descansar, lo que pasó con tu padre fue tan duro para mí que…!”.

Intentó explicar Fiona, pero Scarlett la interrumpió:

“¡Que terminaste enredándote con el primer hombre que se te cruzó por el camino, olvidándote de tus hijas! ¡Bonita manera la tuya de vivir tu duelo!”

“¡No me hables en ese tono, Scarlett, soy tu madre y esta sigue siendo mi casa!”, exigió Fiona con firmeza.

“Esta ya no es tu casa, mamá, todo lo que ves aquí le pertenece a Sienna, así que…”, comentó Scarlett, insinuando que Fiona ya no tenía lugar allí.

“¿Me estás corriendo?”, preguntó Fiona, incrédula.

“Tómalo como quieras, pero no trates de justificar lo injustificable”, concluyó Scarlett, subiendo a su habitación.

Decidida a evitar más confrontaciones, Scarlett tomó algunas pertenencias y sus libros para la clase del día siguiente y abandonó la casa.

Deambuló por las calles de Manhattan, debatiéndose entre buscar a Margaret o irse a un hotel.

Al final, optó por la soledad de un hotel, reservando una habitación por una semana, esperando que algo cambiara para entonces.

En el hotel, un encuentro fortuito en el ascensor con un hombre de mirada oscura y reconocible la dejó desconcertada.

Era el mismo hombre que la había seguido desde el restaurante hasta su casa.

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