La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 123
Capítulo 123:
Abdel hizo lo que Amira le pidió y humedeció el rostro de Azahara con el paño, mientras la muchacha se ocupaba de la gasa con el alcohol.
“Ella ha estado bajo mucho estrés, descubrir que había sido engañada todos estos años fue muy duro para ella”, comentó Abdel a su hija.
“¿También para ti?”, preguntó la muchacha.
Abdel asintió.
“Demasiado difícil, pero es diferente, Amira, yo no supe de ustedes hasta hace muy poco tiempo, mientras Azahara los llevó en su v!entre nueve meses. Los sintió crecer, moverse dentro de ella”, dijo Abdel.
Amira asintió.
“No puedo imaginarme todo lo que ha sufrido”, murmuró.
Abdel tampoco lo había comprendido hasta ahora que sus hijos tenían nombres y rostros.
Hasta ese momento no había comprendido todo el dolor que Azahara estuvo viviendo por treinta largos años.
“Trataremos de compensarla por ello, Amira”, dijo él, pasando el trapo húmedo aún por el rostro de Azahara.
“Mi hermano…”
Amira no supo qué más decir, se sentía extraño pronunciar aquella palabra, aunque lo correcto era decir, hermanos.
Tenía cuatro hermanos.
“Confío en Ahmed, realmente confío en que pueda reconsiderar las cosas”, musitó.
Amira no dijo nada más, pues el médico que Hassan había llamado llegó en ese momento, por lo que ella tuvo que salir de la habitación.
El médico revisó a Azahara bajo la atenta mirada de Abdel.
“Déjela descansar, a simple vista no encuentro ningún síntoma de una posible enfermedad. Su ritmo cardiaco y su pulso son normales, sus pulmones están en excelentes condiciones, pero si tiene dudas o quiere estar seguro, por favor tráigala a la clínica mañana, para hacer un chequeo general”, dijo el médico.
Abdel asintió.
“Por ahora, será mejor que trate de que esté cómoda”, dijo el médico.
“Gracias”, musitó Abdel antes de que el hombre dejara la habitación y se quedara a solas con Azahara. Abdel la miró y se dio cuenta de lo frágil que se veía tendida sobre la cama.
Tomó el paño y lo deslizó dentro del cuello de Azahara, tragó saliva al darse cuenta de que tenía que desvestirla…
O quizá era mejor llamar a una de sus hijas para hacerlo, pero…
‘Estamos casados’, pensó.
Eso no hacía las cosas más fáciles, todo lo contrario.
Su matrimonio había sido únicamente de palabra, no pensaba llevarlo a ningún grado de intimidad, no podía.
Abdel negó y decidió que era mejor llamar a Amira para que le ayudase.
Azahara despertó cuando sintió las manos despojarla de sus prendas, se asustó y apartó aquellas manos.
“¡No!”, gritó.
Amira se asustó y se apartó de su lado.
“Lo siento”, se disculpó. Azahara negó.
“Perdóname, no estoy acostumbrada a que alguien me desvista”, murmuró con dolor al haberle gritado a Amira.
“¿Quieres hacerlo sola?”, preguntó Amira.
“Por favor, Amira”, dijo Azahara. La muchacha se apartó y dijo que volvería más tarde. Pero cuando Azahara la llamó, Amira regresó, y tras una disculpa, aseguró estar bien, colocando su mano sobre la de Azahara y dedicándole una sonrisa.
Mientras tanto, Abdel, llevando una bandeja de comida, encontró la puerta de la habitación entreabierta.
Al entrar, quedó petrificado al ver las cicatrices en la espalda de Azahara. ¿Quién se había atrevido a tanto?
Por otro lado, Nayla tomó el brazo de Ahmed y él gruñó, diciéndole que no lo tocara.
Nayla luchó por no llorar y pidió que escuchara la verdad, que necesitaba tiempo.
Ahmed, confundido y angustiado, gritó sobre el beso que habían compartido, preguntándole cómo podía estar tan tranquila sabiendo que había besado a su hermano.
“Estás equivocado, tú y yo, no somos hermanos”, se apresuró a decir Nayla.
“¡Eres la hija de la mujer que dice ser mi madre!”, gritó Ahmed, confundido y dolido.
Nayla insistió, sosteniendo su brazo.
“No somos hermanos, Ahmed, no soy su hija”.
Ella explicó que no era la hija biológica de Azahara, que había sido la segunda esposa de su padre y que la había cuidado y amado como si fuera su propia hija desde que su verdadera madre falleció cuando Nayla tenía cinco años.
Reveló que no llevaba su apellido y que lo que los unía era el cariño y el amor que había rechazado por creer que Zaida era mejor que Azahara.
Ahmed tragó el nudo formado en su garganta, mientras Nayla continuaba hablando.
“Por mucho tiempo sentí rechazo por ella, la culpaba de la muerte de mi madre, le grité un par de veces que era ella quien debió morir; aun así, ella me amó y soportó mis malos tratos. No supe valorarla, pero si ahora pudiera darle mi vida para evitarle este dolor, se la daría sin ninguna vacilación”, aseguró Nayla.
“Azahara es una gran mujer, pero la vida la ha golpeado tan duramente, le ha puesto las pruebas más duras que una mujer ni siquiera debería experimentar”, dijo.
“Mi padre nunca fue bueno con ella, jamás le perdonó el no haberle dado hijos. Ahmed, sé que es muy difícil lo que tú estás viviendo, pero no se compara con todo el dolor que mi madre ha sufrido todos estos años, creyendo que estabas muerto. Por favor, por piedad, termina con este ciclo de dolor; ella merece una oportunidad, merece sentir el calor de esos hijos que llevó en su v!entre y que dio a luz con amor”, rogó Nayla.
Ahmed se liberó de su toque y se alejó un par de pasos más.
“Necesito tiempo, Nayla, necesito aclarar mis pensamientos, mis sentimientos. No quiero herirla, pero ahora mismo, no soy buena compañía ni para mí mismo”, dijo, alejándose por los pasillos, atravesando el amplio patio y saliendo de la residencia sin rumbo fijo.
Nayla cerró los ojos y suspiró, solo le quedaba confiar en que Ahmed volviera y escuchara lo que su madre tenía para decirle.
Darle esa oportunidad que la vida les había negado.
Con un sentimiento de aprehensión, Nayla volvió a su habitación, queriendo ver a su madre, pero no sabiendo qué decirle, así que se tiró sobre su cama, llorando por Ahmed, por Azahara y por ella, porque cada vez la realización de su amor se veía más y más lejana. Cada vez parecían existir más razones para alejarse de la Familia Rafiq.
Mientras tanto, en la habitación principal, Azahara sintió un escalofrío recorrer su cuerpo cuando sintió una mano deslizarse por su espalda, dibujando las viejas cicatrices que llevaba marcadas sobre su piel.
“¿Qué fue lo que pasó?”, preguntó Abdel.
“¿Quién te hizo esto?”
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