Capítulo 122:

Jenna asintió y permaneció entre los brazos de Assim, hasta quedarse dormida.

Él la acomodó sobre la cama y veló su sueño, esperando que la comprensión y aceptación pronto acudieran a su esposa.

A la mañana siguiente, el Sultán Bahjat Fayed hizo acto de presencia en la residencia, acudiendo a la solicitud hecha por Hassan. Ofició el matrimonio entre Abdel y Azahara antes del mediodía, sin mayores protocolos.

La Familia Rafiq, sin excepción, estuvo presente. Jenna se obligó a asistir, sin hacer comentario alguno y permaneciendo totalmente callada, sin acercarse a su padre para felicitarlo.

Hassan se despidió del Sultán, agradeciéndole por el favor concedido, y lo vio marcharse. Luego, las puertas del salón volvieron a abrirse, y Basima, Halima y Ahmed fueron llamados, de la misma manera que lo habían sido Amira.

Los mellizos, Ahmed y Amira, se vieron por primera vez, cara a cara, mientras parecían reconocerse en silencio, como si un hilo invisible los halara y los juntara, como cuando crecieron en el v!entre de su madre.

“Basima”, llamó Hassan a la mujer. Ella tragó el nudo formado en su garganta, mientras hacía una ligera reverencia.

“Supongo que hay algo que deseas compartir con mi padre y su nueva esposa”, dijo Basima sin apartar la mirada de la mujer.

Halima tomó a su madre del brazo, pues la sintió temblar, mientras Ahmed no podía dejar de mirar a Amira.

Su corazón parecía estallar mientras sus ojos se conectaban, y Amira no estaba en mejores condiciones, pues se sentía atraída a ese hombre frente a ella, como si lo conociera desde siempre. ¿Era Ahmed, su hermano?

“Yo…, yo no sé por dónde iniciar”, susurró Basima.

“¿Mamá?”, cuestionó Halima.

“Quizá por decirnos quién es en realidad Ahmed”, dijo Abdel.

Ahmed rompió el contacto visual con Amira y prestó atención a las palabras de Abdel.

“Señor, yo… yo solo seguí órdenes”, musitó Basima.

“Lo sabemos, no estoy aquí como el Emir que puede castigarte. Estoy aquí, estamos aquí”, rectificó Abdel, tomando la mano de Azahara, “como padres de Ahmed, queremos recuperar al hijo que nos fue arrebatado”.

“¿Padres?”, preguntó Ahmed en voz alta, cuando creyó que solo lo había pensado.

“Sí, Ahmed, padres. Azahara y yo, somos tus verdaderos padres”, confirmó Abdel.

Ahmed sintió que su cuerpo se convirtió en gelatina ante las palabras del Emir. Un nuevo silencio se hizo en el salón, mientras Ahmed procesaba la información.

“Mamá”, susurró Ahmed cuando pudo encontrar su voz.

“Lo siento, lo siento mucho, Ahmed. Lamento no haberte dicho la verdad”, susurró Basima sin verlo.

Ahmed sintió un profundo dolor en su corazón.

Su madre, la mujer a quien amaba y adoraba, no era su madre, sino la mujer del Emir, la que estaba frente a él con el rostro empapado en llanto, esperando en silencio lo que él tuviera para decir.

“No sé si quiera escuchar la explicación, Señor Abdel”, respondió Ahmed, cuidando su tono por fuerza de costumbre.

Hassan dio un paso al frente, como si quisiera proteger a Azahara.

“Puedes escuchar lo que mi tía tiene para decirte y luego puedes tomar una decisión. No estás obligado a quedarte, pero piensa en esta mujer que le fue arrebatada la posibilidad de verte crecer, de tenerte a su lado y cuidarte con amor, piensa en estos hermanos que no sabían de ti, ni de Amira y que quieren conocerte”, dijo.

Ahmed dio un paso atrás.

“Lo siento, no puedo con esto”, dijo, girándose para salir de la sala, pero en su camino se encontró con los ojos de Nayla.

El corazón de Ahmed se estremeció al fijarse en ella, y la rabia solo aumentó a niveles que no hubiese imaginado posible.

“Escúchala, por favor”, le pidió Nayla, pero Ahmed negó.

“Ahora soy un manojo de enojo y furia, Nayla”, dijo Ahmed, y sintió cómo el nombre de la mujer le quemaba la lengua.

¡Era su hermana!

Ahmed salió y dejó a Azahara con el corazón destrozado, mientras Nayla corría detrás de él, tratando de detenerlo.

“Supongo que debemos darle tiempo, es un hombre de treinta años y no un niño que ha estado lejos de su madre por unas semanas”, dijo Abdel, mirando a Basima.

“Es mi culpa, señor”, admitió Basima.

“Lleva a tu madre a una de las habitaciones, Halima”, ordenó Hassan ante el silencio de su padre.

Sí, señor. Halima llevó a Basima del salón, mientras el cuerpo de Azahara perdía todas sus fuerzas y se desplomaba en los brazos de Abdel.

“¡Mamá!”, gritó Amira al verla caer inconsciente.

“La llevaré a su habitación, llamen a Nayla”, ordenó Abdel, mientras la tomaba entre sus brazos y la sacaba del salón con Amira pegada a sus talones.

Ella apenas conocía a Azahara, pero sabiendo toda la historia no podía culparla, además, la pérdida de Maissa le tenía con el temor de perder a su madre biológica también.

“Es lógico que Ahmed reaccionara de esta manera, vivir una vida de mentiras no debe ser fácil”, comentó Jenna ante los hechos.

“Lo sabremos nosotros, no vivimos una vida muy distinta. Engañados por nuestra madre toda nuestra vida”, refutó Farid con enojo.

“Será mejor que volvamos a nuestras habitaciones”, ordenó Hassan.

“Llamaré a un médico para que se ocupe de Azahara”, añadió.

Assim se llevó a Jenna, Callie, Farid y Amir también dejaron el salón, mientras Sienna, Hassan y Hassan permanecieron allí.

“Esto no será nada fácil”, murmuró Sienna, acunando a Hassan.

“Ahmed necesita tiempo, a diferencia de Amira, él es un hombre hecho y derecho, un hombre que creció sin limitaciones en cuanto a educación y cariño, pues no podemos negar que Basima lo amó como a un hijo”, dijo Hassan.

“No se cuestiona el cariño o el amor, Hassan, sino la mentira. Basima guardó el secreto y le robó a tu padre y a Azahara el derecho de tener a su hijo”, declaró Sienna.

“Sin embargo, yo no podría condenarla, sería hacerle daño a Ahmed, él la ama, para él Basima es su madre”, respondió Hassan con pesar.

“Dejemos que el tiempo sea quien cure las heridas que se han abierto el día de hoy”, susurró Sienna, colocando una mano sobre el hombro de Hassan.

“Las heridas van a curarse eventualmente, Sienna, pero las cicatrices no pueden borrarse ni con el paso del tiempo”, respondió Hassan.

Sienna estuvo de acuerdo, sin embargo, no había nada que podía hacer.

Todos en el mundo llevaban las cicatrices de sus propias batallas, aunque distintas, siempre había eventos que te marcan de por vida.

Cicatrices invisibles para el ojo humano, pero visibles para el alma.

Mientras Sienna reflexionaba sobre la vida, Abdel y Amira se ocuparon de cuidar a Azahara.

La mujer corrió al cuarto de baño, trajo alcohol y gasas para tratar de hacerla reaccionar.

“Quizá sea mejor que la vea un médico”, dijo Amira, mientras le entregaba un paño húmedo a Abdel. “Colóquelo sobre su frente”, pidió.

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