La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 121
Capítulo 121:
“No sabíamos de ti”, susurró.
Amira lloró al sentir la mano de su padre, desahogando años de soledad.
Azahara la abrazó.
“Perdóname, hija mía”, sollozó.
Maissa había fallecido, así que la familia se hizo cargo de su entierro.
Tres días después, Abdel llamó a Farid y Jenna. Nayla también acudió, sorprendiéndose al encontrar a Ahmed.
“¿Qué haces aquí?” preguntaron Nayla y Ahmed al mismo tiempo, sorprendidos por la presencia del otro.
“Vine a petición de mi madre”, respondió Nayla, desviando la mirada, sintiendo la paradoja de estar tan cerca de Ahmed y, al mismo tiempo, tan lejos.
“Yo vine por petición del Señor Hassan, dijo que era urgente”, explicó Ahmed, aportando su razón para estar allí.
No intercambiaron más palabras, ya que las puertas se abrieron y fueron guiados a través de los pasillos hasta el salón principal, donde se había congregado toda la familia.
“¿Cuál es el motivo de la urgencia que nos ha traído hasta Sharjah?” preguntó Farid, incapaz de mantener su silencio, mientras Callie le daba un pellizco suave como advertencia.
Abdel, con una mirada seria y preocupada, pidió a Ahmed que se retirara, ya que Amira no estaba presente y lo que iba a revelar no era apropiado para los oídos de sus hijos en ese momento.
Sin embargo, era esencial que Jenna y Farid estuvieran al tanto de los verdaderos hechos para comprender la decisión que tomaría al día siguiente.
Con la sala sumida en un silencio sepulcral, Abdel comenzó a relatar la verdad que había conocido, la misma que había compartido con Hassan, esperando que sus hijos pudieran entenderlo de la misma manera.
Farid, Jenna y Nayla escucharon atentamente, cada uno procesando la información a su manera. Mientras Farid encontraba creíble el relato de su padre, Jenna luchaba por asimilar esa nueva visión del pasado, y Nayla se sentía cada vez más alejada de la posibilidad de estar con Ahmed, cuya posición como hijo legítimo de Abdel y Azahara lo convertía en alguien totalmente inalcanzable para ella.
La tensión era palpable, nadie se atrevía a hablar, ni siquiera a respirar, como si temieran que cualquier palabra pudiera romper el delicado equilibrio que se había establecido.
Sienna reflexionaba sobre cómo su llegada había desencadenado una serie de eventos que ahora parecían incontrolables.
Su matrimonio con Hassan había sido el catalizador para desenredar la compleja trama que Zaida había tejido alrededor de su familia.
Jenna, abrumada por la situación y afectada por las hormonas del embarazo, no pudo contener su frustración y confrontó a Azahara con preguntas dolorosas y acusaciones hirientes.
Nayla, en un impulso de protección, se puso de pie y se colocó al lado de Azahara, defendiéndola de las acusaciones de Jenna y recordándole que Azahara también había sido una víctima más de la maldad de su madre.
La discusión se intensificó hasta que Hassan intervino con una voz fuerte y autoritaria, pidiendo comprensión y no necesariamente aceptación.
Explicó que la boda era la única salida para salvar a Azahara de una condena inmerecida y pidió a Jenna que se pusiera en el lugar de Amira y Ahmed, quienes no tenían la culpa de las circunstancias de su nacimiento.
Jenna, entre lágrimas, le dijo a Hassan que pedía demasiado, pero en el fondo sabía que la familia debía encontrar una manera de seguir adelante.
“Eres la más pequeña de nosotros y tu apego a nuestra madre puede considerar esto como una traición a ella, pero… ¿Cuántas veces nos traicionó ella?”, preguntó Farid, interviniendo por primera vez.
“¿Tú también, Farid?”, exclamó Jenna.
“Casi soy condenado a muerte por su culpa. ¿Cuántas muertes más tienen que llevar su firma? Azahara, como todos, merece una oportunidad de tener a sus hijos y nosotros una oportunidad de conocer a nuestros hermanos”, declaró Farid.
Sin embargo, para Jenna todo era muy difícil y, con la mente embotada, no era fácil atender a razones. Se puso de pie y se marchó de la sala con Assim a su lado, tratando de calmarla.
Abdel cerró los ojos ante las acciones de su hija, pero también comprendía su malestar. No podía imponerle nada, ella tenía que analizar las cosas y era mejor no presionarla.
“La boda seguirá su curso”, anunció Abdel sin retractarse.
“No creo que sea buena idea, Abdel, lo último que deseo es que pierdas a Jenna por mi causa”, susurró Azahara, quien no había dicho ni media palabra antes, ni para defenderse.
“No es por tu causa, es por nuestros hijos”, sentenció Abdel.
Azahara asintió y aceptó lo que estaba por venir, rogando por que su sobrina no la odiase y pudiera, en el futuro, comprenderla y perdonarla.
Farid carraspeó y se puso de pie.
“¿En qué momento van a decirle a Ahmed que es su hijo y nuestro hermano?”, preguntó caminando delante de su padre.
“Luego de la boda”, respondió Abdel.
“Supongo que será después de la boda que también conoceremos a Amira, ¿Verdad?”, cuestionó de nuevo.
Abdel asintió.
Farid resopló.
“Esto va a ponerse color de hormiga”, murmuró.
“Farid”, llamó Callie.
Hassan intervino entonces, informando que había hecho venir a Basima y Halima en un vuelo especial, y que llegarían esa noche, pero no se alojarían en esa residencia.
“Ya no podemos seguir yéndonos por las ramas. Enfrentaremos la verdad de una buena vez”, declaró Abdel.
Los hijos y las nueras asintieron, y minutos más tarde cada uno se recluyó en su habitación, cada uno con sensaciones y emociones distintas.
Mientras tanto, Jenna se lanzó sobre la cama y lloró a todo pulmón, sintiéndose terrible por las palabras que había dicho, pero también sintiendo que no era lo correcto hacer lo que su padre estaba a punto de hacer.
“No puedes cerrarte, cariño, no todo tiene que ser blanco o negro”, dijo Assim, acariciando su espalda para controlar su llanto.
“Es que no puedo concebir a mi tía ocupando el lugar que fue de mi madre por tanto tiempo, ¿Te imaginas todos los chismes que van a levantarse en su contra?”, preguntó Jenna.
“Los mismos que seguramente se levantaron el día que te tomé por esposa. Un hombre sin fortuna y sin posición”, murmuró Assim.
Jenna se sentó sobre la cama y limpió su rostro.
“No es lo mismo”, refutó.
Assim negó.
“Tú sabes que sí, la gente siempre va a hablar. Bueno o malo, siempre encontrará una razón para convertir las penas de otros en temas predilectos, como si ellos fuesen perfectos”, dijo con suavidad, tocando la mano de Jenna y llevándola a sus labios para dejar un beso en ella.
“No lo sé, Assim, necesito tiempo, no me presiones”, pidió Jenna, escondiéndose entre el pecho de su marido.
“Tendrás todo el tiempo que necesites, cariño, pero trata de no estancarte. Te harás daño y le harás daño a nuestro bebé”, le recordó Assim.
.
.
.
Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.
Reportar