La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 12
Capítulo 12:
“Abdel, no puedes permitir que manche nuestro nombre de esa manera, ella tiene que aprender”, insistió la mujer.
Sienna no sabía de lo que hablaban, solo sabía que el cuerpo de Hassan temblaba como si fuera una hoja.
“Lo siento, hijo. Pero no puedo dejar esta acción sin castigo, tú mejor que nadie lo sabes”, dijo.
Hassan asintió.
“Hassan…”
“Cállate, Sienna”, dijo empujándola delante de él, liberándola de sus brazos.
“Tu comportamiento ha sido impuro, Sienna, vergonzoso para nuestra familia”, dijo Abdel.
“Señor…”
“Estás sentenciada a recibir cinco latigazos como advertencia y castigo por tus acciones…”
“¿Sentenciada?”, preguntó Sienna, pese al apretón de Hassan sobre su brazo.
“¿No has escuchado? ¿O aparte de sin vergüenza estás sorda?”, cuestionó Zaida con rapidez.
“Escuché perfectamente, señora”, gruñó Sienna con rabia.
“¡Basta, Sienna!”, gritó Hassan elevando la voz, ganándose una mirada furiosa por su parte.
“¿Basta?”, refutó ella con un brillo peligroso en la mirada.
“¡Ningún basta, Hassan! Te dije claramente que no quería casarme contigo, que si tu madre quería que me marchara lo haría sin dudarlo. Has sido tú quien se ha empeñado en traerme a este país y a esta cultura que no conozco. ¿Por qué tengo que ser yo quién pague por tu necedad?”, preguntó airada, sabiendo que bien podía complicarse más la vida, pero ella no iba a quedarse callada, ni mucho menos cargar con toda la culpa.
Había sido Hassan el necio.
“¡Silencio!”, ordenó Abdel haciendo que todos se callaran, incluso Sienna.
“He dicho que serán cinco latigazos y en adelante, por tu propio bien, espero que te comportes y aprendas un poco de nuestra cultura. No me es grato castigarte, pero no puedo hacer caso omiso cuando la falta ha sido pública”, dijo.
Abdel no era como el resto de los hombres, él trataba de ser un hombre justo y piadoso. Creía en el matrimonio y evitó durante todos esos años formar un harem para darle a Zaida un matrimonio monogámico y que fuera un ejemplo para sus hijos. Por lo que hacer esto a una mujer le revolvía el intestino.
“Padre…”
“¡Has escuchado a tu padre, Hassan!”, intervino Zaida.
“Madre…”
“Tienes dos opciones, Hassan. Lo haces tú o lo haré yo”, habló de nuevo Zaida, interrumpiendo a Hassan por segunda ocasión.
Sienna tembló con violencia, era evidente que su sentencia no iba a cambiar, ella se mordió los labios, miró a Hassan y habló.
“Si puedo elegir…”
“¡Guarda silencio!”, habló Nayla, acercándose a Hassan
“Deja que tu madre lo haga”, pidió.
Hassan sabía que, si su madre lograba darle el primer latigazo a Sienna, no iba a parar y tampoco iba a ser delicada.
“Lo haré yo…”, dijo tomando el brazo de Sienna con fuerza y sacándola de la habitación
“¡Estaremos al otro lado de la puerta, Hassan!”, gritó Zaida, caminando detrás de ellos.
Mientras tanto, Sienna sintió que el corazón iba a salirse de su pecho, temía tanto que Hassan fuera duro con ella, quizá no había actuado de manera correcta. Quizá se había excedido al cortar la túnica, pero no lo había hecho con intención…
“Hassan”, susurró.
“Cállate, Sienna, cállate por una p%ta vez en la vida, ¡Cállate!”, gritó con dientes apretados.
Sienna sintió miedo y dolor al escucharle hablar de aquella manera, por un momento tuvo el impulso de responder y gritar, pero decidió obedecer, por esa vez. Hassan abrió la puerta de su habitación tan abruptamente que Assim se puso de pie al verlo entrar.
El consejero abrió los ojos al ver la túnica de Sienna convertido en un vestido más del tipo occidental, el hombre sudó frío al comprender el enojo de Hassan.
“Señor”.
“Ve por el látigo”, ordenó, mirando a Sienna con enojo, ella podría jurar que era odio.
“Hassan…”
“No digas nada”, pidió él.
Sienna tragó el nudo formado en su garganta, se sentó sobre la cama porque sus rodillas amenazaban con ceder bajo su cuerpo.
“Sus padres y familiares están apostados en la puerta de su habitación”, dijo Assim apenas volvió a la habitación.
Sienna no se preocupó por los familiares, ni por los parientes. Eso era irrelevante para ella, lo que le llenó de miedo y angustia fue ver el látigo que Assim traía entre sus manos. Era grueso y se veía demasiado resistente. Sienna se preguntó ¿Cuántos golpes iba a soportar antes de ceder ante su fuerza? ¿Qué tan fuerte iba a golpearla Hassan?
“¡Arrodillate!”, gritó Hassan haciendo temblar a Sienna.
“Señor”, llamó Assim en tono bajo.
“Ya sabes lo que tienes que hacer”, respondió él.
Mientras tanto, en los pasillos de la habitación de Hassan, los padres, los hermanos, Nayla y otros miembros de la familia que estaban en el salón esperaban escuchar el primer grito salir de la habitación y ese no tardó en llegar.
El grito de Sienna inundó la habitación y los pasillos.
“¡No, Hassan, no! ¡Por favor, no lo hagas!”, gritó, había desesperación en su voz, lo cual llenó de regocijo el rostro de Zaida y de algunos miembros más de la familia.
El cuarto grito fue desgarrador.
“¡Hassan! ¡No más por favor!”, gritó.
“¡Hassan!”, sollozó desde el interior de la habitación.
“Han sido cinco latigazos, la ley se ha cumplido”, dijo Abdel tratando de que su voz sonora normal y no mostrara el pesar que sentía por Sienna.
“Has sido demasiado bondadoso con ella, pero esto ha sido mejor que nada. Aun así, enviaré un personal para que desinfecte las heridas”, dijo.
“No hace falta, madre”, pronunció Hassan abriendo la puerta, lo suficiente para no dejar ver más que su rostro.
“¡Hassan!”
“Yo la he traído, seré yo quien me haga cargo de ella”, sentenció sin darle oportunidad a Zaida de replicar.
Los hombres se retiraron, mientras Zaida trató de ver al interior de la habitación, pero el robusto cuerpo de Hassan se lo impidió.
“Espero que esto le sirva para no volver a cometer este tipo de bajezas”, dijo, girándose sobre sus talones y marchándose por los pasillos del palacio.
Hassan cerró los ojos y apretó los dientes cuando cerró la puerta y se giró para ver a Sienna, quien lloraba como una magdalena sobre el piso.
“¿Por qué?”, sollozó entre lágrimas.
“Assim, consigue algo para desinfectar las heridas y cuando vuelvas, asegúrate de que nadie te vea”, ordenó.
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