Capítulo 11:

Él volvió a donde Sienna, por un momento no supo qué hacer, pero estaba reacio a que alguien más la mirara en ese estado, volvió a la puerta y pasó el seguro para que nadie osara interrumpirlo, corrió al cuarto de baño y mojó varias toallas para refrescar el cuerpo de Sienna. Hassan no sabía si lo que hacía podía ayudarla o no, pero de igual manera colocó las toallas húmedas alrededor de los tobillos de Sienna y otro alrededor de su cuello con el fin de enfriarla.

Hassan esperó, es todo lo que podía hacer, mientras enviaba un mensaje a Assim, pidiéndole con discreción que llevara un médico, comida y suficiente líquido.

Los siguientes minutos, fueron para Hassan una verdadera eternidad, mientras miraba al doctor atender a Sienna y le colocaba suero para hidratarla.

“Ha pasado mucho tiempo expuesta al calor”, dijo el médico, como si culpara a Hassan, por lo menos fue así como él lo sintió.

En cualquier otro momento, Hassan le habría hecho tragarse su acusación, sin embargo, ahora no podía negar el hecho de que alguien quiso dañar a Sienna con toda la intención, el problema es que no podía lanzar culpas al aire.

“Ella no está acostumbrada a nuestro clima, debió ser eso”, dijo como justificación.

El médico no se atrevió a decir nada más.

“Apenas despierte, aliméntala y que beba muchos líquidos para recuperarse, cualquier cosa, solo tiene que avisarme”, pronunció el médico.

Hassan asintió.

“No tengo que decirle que esto no debe hacerse del conocimiento público”, dijo Hassan con advertencia.

“No se preocupe, mi señor”, respondió el galeno.

Hassan y Assim se miraron escasos segundos antes de que Assim acompañara al médico y lo sacara del palacio de la misma manera que lo entró.

Entre tanto, Hassan acarició el rostro de Sienna y la culpa lo azotó, no debió dejarla sola. Él pudo evitar eso, sin embargo, su enojo con ella fue mucho más grande que su deseo de hacerla sentir mejor luego de todo lo que había sucedido.

“Despierta, Sienna”, susurró.

Hassan apartó un mechón de su rubio cabello, arremangó las mangas de la túnica para acariciar ligeramente su piel.

Sienna había dormido tanto, que Hassan pensó que no iba a despertar, había vigilado el sueño de su esposa desde la noche anterior y las horas que llevaba de ese día. La joven se movió, tragó con un poco de dificultad y abrió los ojos.

“¿Qué me ha pasado?”, susurró sintiendo que la garganta le quemaba.

“Te has desmayado”, respondió Hassan apartando su mano de su piel.

“Hacía mucho calor”, dijo ella ligeramente aturdida.

“Debiste equivocarte y encendiste la calefacción”, respondió él, sabía que era un error culparla pero aun así, ya lo había hecho.

“No toqué nada, apenas entré me dirigí a la ducha”, dijo ella.

Hassan asintió.

“Ahora estás mejor, tienes que comer y beber muchos líquidos para recuperarte”, pidió Hassan.

Sienna habría querido negarse, pero estaba famélica, sus tripas rugían por el hambre, así que por esa ocasión se permitió el lujo de hacer su orgullo a un lado y comer, cómo si no hubiera un mañana.

Hassan se mordió el labio y miró a Sienna en completo silencio, estuvo a punto de decirle que lo hiciera con calma, que nadie iba a quitarle la comida, pero los toques a su puerta le impidieron pronunciar palabra.

“Ahora vuelvo”, le dijo.

Sienna no respondió y continuó alimentándose.

“Madre”, dijo Hassan tras encontrar a Zaida detrás de la puerta.

“Tu padre dará una fiesta de bienvenida en tu honor, dile a esa mujer que se comporte y que sepa cuál es su lugar”, le advirtió.

“Es posible que ella no pueda acompañarnos”, Hassan intentó liberar a Sienna de su primer compromiso.

“Sin excusas, Hassan. Tu padre no quedará en ridículo por culpa de esa extrajera, adviértele también que guarde su lengua para sí misma”, dijo y sin darle tiempo a Hassan a responder, se marchó, Hassan cerró la puerta y volvió al lado de Sienna.

“¿Tu madre?”, preguntó ella.

Él asintió.

“Si quiere que me marche, dile que estoy plenamente de acuerdo con ella y que no tendré ningún problema en subirme a un avión hoy mismo”, dijo con rudeza.

“Mi padre dará una fiesta de bienvenida en unas pocas horas, por favor, Sienna, por favor”, pidió.

“Guarda la compostura, no hables si no es necesario, y…”

“¿También esperas que no respire?”, le preguntó desafiante.

Hassan cerró los ojos.

“Te mandé pedir algo de ropa, por favor elige correctamente”, dijo antes de salir de la habitación.

Hassan no se sentía del todo bien, había pasado la noche en vela, el pie le dolía como el infierno y el cansancio del viaje estaba haciendo estragos en él.

Entre tanto, Sienna miró las túnicas, ¿Cómo se supone que iba a elegir el mejor si todos eran iguales?

Ella resopló, no quería pensar en el calor que iba a sentir bajo esa ropa y para el colmo todas eran de colores oscuros.

Sienna dejó de mirarlas y se dirigió a dar un baño, lo necesitaba con urgencia, se sentía pegajosa pol el sudor del día anterior y la sensación le desagradó.

Unas horas más tarde, se paro frente al espejo, miro aquella túnica bastante holgada que ocultaba su perfecto cuerpo, ella frunció el ceno, halo de un lado y del otro y sonrió. Quizá algo podía hacer.

Cuando Adila vino por ella para bajar al salón, la mujer abrió los ojos como si estuviera espantada, pero no se atrevió a decir ni media palabra y en completo silencio la guió al salón principal, donde los principales miembros de la sociedad se reunían para darle la bienvenida a Hassan y conocer a la extranjera que trajo como esposa.

Hassan contuvo la respiración como el resto de los presentes, mientras Zaida miraba con ojos airados a Sienna, ella sonrió y caminó bajando las escaleras peldaño a peldaño.

“¡Hassan!”, gritó la mujer.

El se movió tan rápido como pudo, se quitó el bisht que llevaba sobre sus hombros y cubrió a Sienna, quién no entendía la reacción de su marido.

“¿Qué es lo que has hecho?”,le susurró al oído. Un susurro que hizo temblar a Sienna de pies a cabeza.

“No podía caminar con lo largo que me quedaba y me sentía tan pequeña…”, ella no pudo decir nada más.

“Tráela”, ordenó Abdel.

Hassan no tuvo más opciones que seguir a su padre, mientras Zaida, Farid y Jenna se unían a ellos, junto a Nayla.

“Por favor”

Hassan se vio interrumpido por la mano elevada de su padre al aire que le indicaba silencio.

“Tu madre te pidió que guardara la compostura y ¿Qué es lo que ella ha hecho?”, preguntó Abdel con pena.

“Padre”.

“¡Es una mujer que te ha humillado en público y, aun así, quieres abogar por ella!”, gritó Zaida ofuscada.

“Ella desconoce nuestras leyes”, dijo Hassan en defensa de su esposa.

“Pues entonces tendrá que aprenderlas por las malas, mostrar las rodillas es un acto impuro y sabes la pena que conlleva”, declaró Zaida, mirando a Abdel, sabiendo que él no podía dejar pasar aquella acción sin castigo.

“Madre”.

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