La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 119
Capítulo 119:
Las manos de Hassan ascendieron lentamente a lo largo de sus piernas, buscando el precioso tesoro que se escondía entre ellas.
Sienna g!mió de placer al sentir cómo los dedos de su esposo acariciaban su intimidad. Cuando la boca de Hassan tocó su cl!toris, la pasión explotó y Sienna alcanzó un clímax explosivo.
Hassan levantó la mirada, encontrándose con los ojos de Sienna nublados por el deseo, y sin dudar, descendió de nuevo sobre ella, continuando el ritmo frenético de placer que llevó a Sienna a un segundo clímax.
“¡Hassan, por favor!” gritó ella, desesperada en el momento de éxtasis.
Aprovechando ese instante, Hassan se unió a Sienna en una sola embestida, fundiéndose con ella.
El grito de Sienna fue un cóctel de dolor y placer, y Hassan se detuvo, sintiendo cómo la intimidad de Sienna se ajustaba a él.
Ella impulsó sus caderas, extrayendo un g$mido de ambos.
“¡Sienna!” gritó Hassan, maravillado por la intensidad de la conexión.
“Dame todo lo que tengas, Hassan”, gritó Sienna, rendida al placer.
Hassan respondió con vigor, moviéndose con una pasión incontenible.
El dolor inicial se desvaneció, y Sienna se aferró a él, abriéndose completamente a su amor.
“Siento que tocas cada centímetro de mí”, g!mió Sienna, mientras sus cuerpos se movían en una danza frenética hacia el clímax.
La habitación se llenó de sus g$midos y del sonido de la unión de sus cuerpos.
Sienna sintió el placer creciendo nuevamente, y cuando Hassan la llevó al tercer clímax, supo que estaba completamente perdida en el éxtasis.
En ese momento, Hassan también alcanzó su punto álgido, liberando su esencia dentro de ella.
Exhaustos y satisfechos, Hassan y Sienna se quedaron dormidos, envueltos en el amor que compartían.
A la mañana siguiente, partieron hacia Sharjah para encontrarse con Abdel y Azahara.
Por otro lado, Abdel esperaba respuestas en la casa que cuidaba.
“Te he preguntado, ¿Cuánto tiempo llevas aquí?” repitió, ante el silencio de la mujer.
“Desde que nací”, fue la respuesta de la joven.
“Eso no responde mi pregunta”, insistió.
“Treinta años, nací en esta casa”, dijo la joven, provocando una tensión en Azahara.
¿Nació allí?
“¿Cómo te llamas?” preguntó Azahara.
“Amira, me llamo Amira”, repitió la joven.
“¿Quién es tu madre?” indagó Abdel, y la joven se tensó.
“Me ha cuidado Maissa, pero ella no es mi madre”, reveló.
Abdel y Azahara intercambiaron miradas, pensando lo mismo.
“¿Podemos verla?” preguntó Abdel.
La joven asintió y los llevó a través de los pasillos hasta una habitación donde yacía Maissa, una mujer muy anciana.
“Maissa, la Señora Hijazi está aquí”, anunció la joven.
Al oír el apellido Hijazi, la anciana reaccionó.
“Señora, por fin volvió”, susurró Maissa, extendiendo su mano.
Azahara se acercó y la tomó.
“Volvió, por fin volvió por el otro bebé”, murmuró Maissa, sumiendo a Azahara en una profunda confusión.
¿Qué quería decir con ‘el otro bebé’?
¿Cuántos hijos había tenido realmente Azahara?
Azahara sintió que el mundo se tambaleaba bajo sus pies al escuchar las palabras de Maissa.
La confusión inicial dio paso a una claridad desgarradora: no había mentiras en lo que decía la mujer; la estaba confundiendo con Zaida, su hermana.
El corazón de Azahara latía frenético, consciente de que estaba ante un momento decisivo, un instante que podría desvelar la verdad de su pasado.
Intentó recordar, entre la maraña de recuerdos, el nombre de la única empleada que había estado en la casa durante su encierro, aquella figura esquiva que le dejaba la comida por las noches y que, al intentar hablarle, huyó como si Azahara portara una enfermedad contagiosa y letal. ¿Era Maissa aquella carcelera?
“Maissa”, llamó Azahara, reuniendo toda su fuerza de voluntad para mantener la compostura.
“Mi señora”, susurró la mujer con una voz quebrada por los años.
“¿Amira es la hija de Azahara?” preguntó, necesitando escuchar la verdad de labios de Maissa.
“Sí, usted me prometió volver, pero no lo hizo. Pensé que tendría que dejarla sola. La he cuidado, no la he dejado salir de aquí, cumplí mi promesa, pero soy vieja y ya no puedo hacer más por ella”, confesó Maissa con un hilo de voz.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Azahara al confirmarse sus sospechas.
¡Había tenido dos hijos!
¡Mellizos!
Levantó la vista hacia Abdel, quien estaba mudo, con la mirada fija en Maissa, aferrándose a su mano.
Un sollozo ahogado interrumpió el tenso silencio.
Habían olvidado la presencia de Amira, quien se llevó una mano a la boca en un vano intento de contener su emoción, pero sus ojos, inundados de lágrimas, delataban el torbellino que se desataba en su interior.
Azahara y Abdel sintieron un dolor compartido, un lazo que se estrechaba entre ellos.
“Ven conmigo”.
Pidió Abdel, intentando llevar a Amira fuera de la habitación para darle un respiro.
Amira caminó delante de él en silencio, mientras Azahara continuaba su interrogatorio con Maissa.
“El niño”, comentó Azahara, necesitando saber más.
“Él nació primero. Lo tomó en brazos y se lo llevó sin saber que minutos más tarde nacería una niña, a quien no quiso llevarse. Nunca le pregunté por qué. Soy vieja y ya no puedo con la carga de cuidarla, aunque la he amado como a mi propia hija. Ella necesita volver a su verdadero hogar, con su madre y su hermano”, explicó Maissa con una mezcla de resignación y alivio.
Azahara sollozó, abrumada por la magnitud de la traición de Zaida, quien no solo le había arrebatado su vida, sino que también había condenado a sus hijos a una existencia fragmentada.
“No volverás a robarme la paz nunca más, Zaida. Recuperaré a mis hijos y el tiempo perdido sin ellos. Seré feliz”, se prometió a sí misma, mientras se apartaba de Maissa.
“Voy a llevarme a Amira conmigo”, anunció con determinación.
Maissa asintió, y aunque Azahara sentía que debería odiar a esa mujer que había sido cómplice de su hermana, no encontró en su corazón espacio para el rencor.
En cambio, vio a alguien que, a su manera, había cuidado de su hija.
“¿Vendrás con ella?” preguntó Azahara, ofreciéndole un lugar en su vida, a pesar de no tener nada material que ofrecer.
“Dudo que aguante un viaje tan largo. He vivido tanto tiempo entre estas paredes que solo deseo morir aquí”, respondió Maissa con una resignación que hablaba de años de soledad.
Azahara asintió, respetando su deseo.
“Descansa, Maissa. Estaré aquí”, dijo antes de ir en busca de Abdel y Amira.
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