La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 118
Capítulo 118:
“Sí” confirmó Abdel con firmeza. Azahara luchaba por hallar las palabras, mientras un susurro escapaba de sus labios:
“¡Dios! Debe estar odiándome”
Sin embargo, Abdel la tranquilizó:
“Todo lo contrario, él cree que eres una víctima más de su madre y está dispuesto a encontrar a su hermano y darle el lugar que le pertenece en la familia”
Esta revelación dejó a Azahara sin aliento, sorprendida por la nobleza de su sobrino.
“Es muy noble de su parte”
Logró articular finalmente, su voz apenas audible.
Abdel asintió con una mezcla de alivio y pesar, agregando en un tono apenas audible, como si el nombre en sí mismo le pesara:
“Lo es, doy gracias al cielo porque ninguno de mis hijos se parece a ella”.
Mientras tanto, en el Palacio Rafiq, Ahmed buscó a su madre, la saludó y, tras pasar unos minutos con ella, se propuso encontrar a Nayla.
Dudaba sobre lo que debía decirle; tal vez pedirle disculpas por su reacción anterior y proponerle llevar las cosas con calma, sin prisas, intentando volver a la amistad y conocerse de nuevo.
“¿A quién buscas?” preguntó Halima, al notar que Ahmed deambulaba por el palacio con aire pensativo.
“¿Has visto a Nayla?”
Cuestionó con esperanzas de encontrarla.
Ella negó con la cabeza.
“La señorita Nayla se ha marchado esta mañana del palacio…”, reveló.
Las palabras resonaron en la mente de Ahmed.
“Se ha marchado esta mañana del palacio… se ha marchado… se ha marchado…”, se repetía a sí mismo, incapaz de asimilar la repentina ausencia de Nayla.
“¿Se ha marchado?” murmuró, más para sí mismo que para su hermana.
“Sí, esta mañana ha salido con la señora Azahara y el Señor Abdel. Se han llevado sus maletas; parece que no volverán pronto”, informó Halima, con una nota de incertidumbre en su voz.
Un dolor punzante oprimió el corazón de Ahmed al recordar las palabras de Nayla:
“Lo siento mucho, Ahmed, debí decírtelo antes y no esperar tanto. Te amo, pero entiendo si mi pasado te horroriza y me aleja de ti… me aleja de ti”.
“¿Tienes algo que hablar con ella?”
Inquirió Halima, sacándolo de sus cavilaciones.
Él negó, paralizado, sin encontrar las palabras adecuadas, convencido de su error.
“¿Sabes a dónde fueron?” preguntó después de un largo silencio.
“No lo sé, exactamente. La señora Azahara y el Señor Abdel siempre están juntos en los últimos días; parece que algo les aflige”, dijo Halima.
Ahmed, preocupado por Nayla, recordó los días recientes en que había acudido al palacio, esforzándose por evitar encontrarse con ella.
“Gracias, Halima, tengo que irme”, dijo, alejándose de su hermana y saliendo del palacio para regresar a la residencia de Hassan.
En otro lugar, Hassan y Sienna disfrutaban de una cena íntima, luego de haber acostado a Hassan, su hijo, plácidamente dormido en su cuna.
“Entonces, ¿irás a Sharjah?” preguntó Sienna, mientras paseaban por el invernadero de gardenias.
“He prometido a mi padre ayudarle; quiero cumplirle”, contestó Hassan, deteniéndose ante una hermosa gardenia que florecía.
“Me parece bien. ¿Quieres que te acompañe?” propuso Sienna con un tono de preocupación.
Hassan, sin embargo, rechazó la idea.
“No hace falta, Sienna. Prefiero tenerte en la seguridad de nuestra casa, con nuestro hijo. Aún me pone mal volar”, admitió con sinceridad.
Sienna, percibiendo la angustia en el semblante de Hassan, se giró y le propuso:
“Entonces, déjame ir contigo, Hassan. Me sentiré más segura y tranquila si estoy a tu lado”
“No soporto la idea de estar separada de ti”, confesó con voz temblorosa.
“Los meses en los que te creí perdido fueron suficientes para mí. Quiero ir contigo, Hassan, quiero estar donde tú estás, no quiero volver a vivir la angustia del pasado”
Hassan respondió al deseo de Sienna acariciando su rostro, apartando sus mechones de pelo detrás de su oreja y depositando un tierno beso en su frente.
“Sienna…”, empezó a decir, pero fue interrumpido.
“Por favor, Hassan”, rogó ella, escondiendo su rostro en el pecho de su marido.
La idea de la separación era insoportable para Sienna, especialmente después de haber presenciado el terror que Hassan sentía al volar durante su luna de miel.
Finalmente, ante la determinación de Sienna, Hassan concedió con un:
“Está bien”.
Ella le respondió con una sonrisa y lo atrajo hacia ella con un beso apasionado y feroz, que los llevó de vuelta a la habitación, dejándolos entregados al deseo y a la pasión que los unía.
El encuentro se intensificó rápidamente, con Sienna gimiendo al sentir la rodilla de Hassan entre sus piernas, aprovechando la holgura de su falda.
Hassan, sin reparos, la subió hasta su cintura, dejando al descubierto sus piernas mientras sus caricias la hacían estremecer.
El beso se profundizó, las lenguas se enredaron en un baile apasionado, y Sienna, aferrándose al cabello de Hassan, lo atrajo aún más cerca, sin dejar espacio entre ellos. La pasión que sentían era como un fuego que corría por sus venas, aumentando su deseo.
Cuando finalmente se separaron por la falta de aire, Hassan ayudó a Sienna a deshacerse de su ropa, revelando su figura, que él consideraba perfecta.
“¿Vas a verme toda la noche?”
Desafió Sienna, con la respiración entrecortada y los ojos llenos de deseo.
Hassan, superando la conmoción que le provocaba la visión de Sienna, se despojó de sus propias prendas.
Sienna, mirando el cuerpo de Hassan, sabía que nunca tendría suficiente de él.
Él despertaba su lado más salvaje e indomable, y en esos momentos, todo lo que deseaban era perderse el uno en el otro.
Hassan cerró de nuevo la distancia entre ellos, tomó los labios de Sienna en un acalorado beso y la pasión estalló en ellos, convirtiéndose en un mar bravo y salvaje de deseos.
Las manos de Hassan se deleitaron con la piel exquisita de su esposa, acariciando su costado de arriba abajo, provocando espasmos de placer en el cuerpo de Sienna, quien deseaba cada vez más.
Hassan llevó a Sienna a la cama, la recostó sobre las delicadas sábanas y dejó sus labios para deslizarse hacia su cuello, mientras apartaba su delicado brasier negro.
Sienna se convirtió en un mar de temblores incontrolables; la lengua de Hassan recorría su yugular, deslizándose por su piel mientras jugaba con sus pezones.
“¡Hassan!” exclamó Sienna cuando sintió los dientes de su esposo raspando su piel y apoderándose de sus puntos más sensibles.
“Eres la mujer más ardiente que he conocido en mi vida”, susurró Hassan con voz cargada de excitación, trazando un camino con su lengua hasta el ombligo de Sienna y descendiendo hasta su pelvis.
“Hazme tuya, Hassan, libérame de este fuego que me consume”, suplicó Sienna, arqueando la espalda y ofreciéndose a él.
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