La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 117
Capítulo 117:
Sienna, aunque no podía aliviar completamente su dolor, estuvo a su lado, apoyándolo como siempre. Hassan agradeció internamente el amor sincero de Sienna y de su hijo.
Unos días más tarde, Azahara entró en la habitación de Abdel, cargando con sus sospechas. Decidida a hablar, sabía que si alguien podía descubrir la verdad, ese era Abdel, con los recursos y el poder a su alcance.
“¿Azahara?” preguntó el Emir, percibiendo la tensión en su silencio y su cuerpo tembloroso.
“Tenemos que hablar”, susurró ella con una urgencia que capturó toda la atención de Abdel.
“Siéntate, por favor”, le indicó, y ella obedeció, las piernas flaqueándole.
Azahara, entrelazando nerviosamente sus dedos, compartió sus sospechas con Abdel, quien escuchó atentamente, su rostro pasando por una gama de emociones.
“¿Crees que Ahmed sea nuestro hijo?” preguntó él, dándole voz a la posibilidad que ellos mismos apenas se atrevían a considerar.
Ella asintió, explicando que no habría otra razón para que Zaida lo protegiera y lo escondiera de esa manera. Abdel, aunque cauteloso de no ilusionarse demasiado, prometió investigar a fondo la historia de Ahmed.
Mientras tanto, Nayla se enfrentaba a su propio dilema. Con la mirada baja, buscaba las palabras para revelar su pasado a Ahmed.
“Hay algo que tengo que contarte”, comentó, temiendo su reacción. Ahmed escuchó en silencio, su mente luchando por procesar la confesión de Nayla.
“Te amo”, dijo ella, tocando su mano.
“Pero entenderé si mi pasado te aleja de mí”.
El silencio que siguió fue un abismo para Nayla, esperando alguna señal de que Ahmed pudiera aceptarla a pesar de todo.
Pero Ahmed se retiró, necesitando tiempo para pensar, dejando a Nayla con el corazón hecho pedazos y dudando de si alguna vez merecería la felicidad que había anhelado.
Después de la revelación, Nayla contempló la posibilidad de desaparecer, de comenzar de nuevo lejos del palacio y de su pasado.
Por otro lado, Ahmed, después de alejarse, dudaba de su propia reacción. Se cruzó con Azahara, quien notó su aflicción, pero él, incapaz de compartir su tormento, solo dijo que iba a visitar a su madre y se alejó, dejando a Azahara con la incertidumbre sobre su estado.
“¡Espera!” gritó Azahara, deteniendo a Ahmed en su intento de marcharse.
“¿Necesita algo, señora?” preguntó él, sorprendido por la súbita interrupción.
Azahara estaba llena de una mezcla de ansiedad y esperanza, pensando para sí:
“Necesito saber si tú eres mi hijo, mi amado hijo”.
Sin embargo, en lugar de expresar sus pensamientos en voz alta, preguntó con cautela:
“¿Cómo se llama tu madre?”
“¿No conoce a mi madre?” replicó él, claramente asombrado.
Azahara negó con la cabeza, explicando que por no venir al palacio, nunca tuvo la oportunidad de verlo de niño, pensando en lo cerca que habían estado sin saberlo.
Ahmed asintió y dijo:
“Basima, mi madre se llama Basima”, antes de alejarse, dejando a Azahara sumida en sus pensamientos.
“Basima”, susurró ella, recordando.
Basima era la mujer que había acompañado a Zaida una sola vez durante los ocho meses que Azahara estuvo encerrada.
No la había visto, pero recordaba haber escuchado a su hermana llamarla por su nombre ese día.
Azahara se preguntaba si sería la misma mujer.
¿Qué más pruebas necesitaba para estar segura de que Ahmed era su hijo?
Con estas preguntas en mente, se dirigió a la habitación de Abdel, pero al no obtener respuesta, decidió alejarse.
Abdel ya no estaba allí.
Regresando a su habitación, Azahara encontró a Nayla llorando desconsoladamente sobre la cama.
“¿Nayla?” preguntó Azahara, su voz reflejando su preocupación.
Nayla se giró y se aferró a los brazos de su madre, llorando sin cesar. Azahara sintió su corazón romperse al ver a su hija tan destrozada.
“¿Qué ha pasado?” preguntó Azahara después de escuchar los sollozos de Nayla.
La joven intentó calmarse, pero le resultaba casi imposible.
“Le he confesado la verdad, madre, tal como me sugeriste que lo hiciera. Le he hablado de mi pasado y de todo lo que hice”, explicó Nayla entre lágrimas.
“¡Se fue! ¡Él simplemente se fue!”
Lloró Nayla, sintiendo que su mundo se desmoronaba. Azahara la abrazó fuertemente, compartiendo el dolor de su hija.
Después de un largo silencio, Nayla expresó su deseo de irse del palacio para estar sola y reflexionar.
Azahara tembló ante la idea, preocupada por las dificultades que su hija podría enfrentar sola en el mundo.
Sin embargo, Nayla estaba decidida, consciente de que necesitaba aprender a vivir por sí misma y valorar lo que antes no había podido.
Azahara, buscando una solución, recordó que la casa de sus padres estaba vacía y podría ser un refugio para Nayla.
“Hay un lugar donde puedes quedarte, pero debe estar en ruinas y quizá no sea apto para vivir”, le dijo a Nayla, quien aceptó, dispuesta a enfrentar cualquier desafío con tal de alejarse y sanar su corazón herido.
…
Dos días después, sin esperanzas de que Ahmed buscara a Nayla, la joven partió hacia Deira. Abdel, quien había acompañado a las mujeres y dispuesto ayuda para Nayla, se mantuvo en silencio durante el viaje, sin saber que Ahmed era la razón de la partida de Nayla.
Al llegar a Deira, Nayla se encontró con una casa que necesitaba atención, pero que le ofrecía la oportunidad de ocupar su mente y su tiempo.
“Gracias por traerme”, dijo a su madre y a Abdel antes de que se despidieran. Azahara le pidió que no dudara en llamarla si necesitaba algo, mostrando su apoyo incondicional a su hija en este momento difícil.
Nayla asintió con comprensión y, sin poder contener el cúmulo de emociones, se fundió en un fuerte abrazo con Abdel, mostrando su gratitud antes de que él partiera llevándose a su madre.
Mientras tanto, Abdel y Azahara abandonaron el rumbo habitual, sin intención de regresar al palacio.
En el camino, la curiosidad se apoderó de Azahara y no pudo evitar preguntar:
“¿A dónde vamos?”
Observaba cómo el paisaje cambiaba hacia la periferia de la ciudad. Abdel, manteniendo la mirada al frente, respondió con una mezcla de resolución y urgencia:
“Nos vamos a Sharjah. No podemos retrasar más este momento, Azahara, necesitamos la confirmación de que Ahmed lleva nuestra sangre”
Las palabras golpearon el corazón de Azahara, que se agitaba con cada latido. En un susurro cargado de emoción y agradecimiento, dijo:
“Gracias”
Abdel, con un gesto de desmentida, reafirmó su decisión:
“Es hora de terminar con esta tortura. He hablado con Hassan y él está dispuesto a ayudarnos”
Azahara, sorprendida, se dio cuenta de que su sobrino conocía toda la verdad y la vergüenza la embargó.
“¿Lo sabe?”, preguntó con incertidumbre.
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