Capítulo 112:

Sienna sonrió imaginándose a su hermana discutiendo con Hassan.

Luego de tranquilizar a Sienna, salieron a cenar y comenzaron a disfrutar su luna de miel recorriendo Roma, Milán y finalmente París.

En la Torre Eiffel, mientras admiraban la ciudad, Sienna admitió que nunca había tenido tiempo para viajar.

Hassan bromeó diciendo que tampoco disfrutaba salir de su país, a lo que Sienna respondió incrédula.

La conversación derivó en el día que se conocieron, cuando Hassan, según Sienna, se había lanzado sobre ella como un león sobre su presa.

Él argumentó que había sido culpa de ella, pues solo había ido por un trago.

Sienna lo provocó, recordando cómo la había hecho vigilar incluso cuando la odiaba. Hassan se negó a admitir que tenía miedo de perderla.

Entre coqueteos y caricias furtivas, Sienna expresó necesitar regresar al hotel. Hassan accedió gustoso a complacerla.

Mientras tanto, Assim llevó a Jenna al palacio a visitar a Scarlett y ayudarla con el pequeño Hassan.

“¿Te ha dado muchos problemas?”, preguntó Jenna.

“No, es un niño muy tranquilo”, respondió Scarlett con pesar, pues sus días en Dubái se acababan.

Jenna le preguntó por su partida.

Scarlett explicó que debía regresar a la universidad en dos semanas. Jenna le sugirió estudiar en una universidad local, pero Scarlett extrañaba su vida en Nueva York.

Mientras Jenna mecía a Hassan, Scarlett le contó sobre cómo Sienna se había hecho cargo de la empresa familiar cuando su padre enfermó.

Jenna admiraba aún más a Sienna. Scarlett cambió el tema, bromeando sobre lo bonita que era la pareja de Sienna y Hassan.

Jenna llevó una mano a su v!entre de forma inconsciente.

“Jenna, ¿Tú…?”, preguntó Scarlett, intuyendo la verdad. Jenna confesó estar embarazada pero no saber cómo decírselo a Assim.

Scarlett se ofreció a ayudarla.

Pidieron a Ahmed y Nayla cuidar a Hassan mientras ellas buscaban la mejor manera de darle la noticia a Assim. Nayla miró al bebé, era una mezcla perfecta de sus padres.

“Es hermoso”, susurró.

Ahmed estuvo de acuerdo.

Nayla se giró hacia él, repentinamente curiosa.

“¿Tienes esposa?”, preguntó sonrojándose.

Ahmed no se esperaba esa pregunta y tardó en responder, pero negó estar casado.

Nayla cambió el tema para preguntar por su madre.

Ahmed dejó de sonreír y se puso serio.

“Tu madre no se ha ido del palacio”, susurró, dejando a Nayla ansiosa por saber más.

Nayla agrandó los ojos ante la revelación de Ahmed.

“¿Dónde está?”, preguntó con insistencia.

“El Señor Rafiq la tiene recluida en su habitación”, respondió Ahmed.

El rostro de Nayla se desfiguró al imaginar el sufrimiento de su madre. Gruesas lágrimas brotaron de sus ojos mientras salía corriendo a buscarla.

Mientras tanto, Azahara miró la bandeja de comida sin probar bocado.

Abdel la reprendió por dejarse morir, pero ella no respondió, sólo pidió su libertad. Abdel se negaba a confiar en ella hasta saber más sobre el paradero de su hijo.

De repente, fuertes golpes en la puerta interrumpieron su discusión. Abdel abrió para encontrarse con Nayla, quien lo empujó para entrar.

“¿Qué le haces a mi madre?”, preguntó con voz rota al ver el estado de Azahara.

Nayla se acercó a su madre, preocupada.

Azahara la miró asustada, sin saber qué decir. Pidió a Nayla que se fuera para protegerla, pero ella se negó a abandonarla.

Abdel reveló que Azahara no podía irse, haciéndola temblar.

Nayla exigió respuestas furiosa, olvidando su lugar. Azahara, conmovida por el cambio en su hija, quiso tomar su mano pero se desmayó.

Abdel atrapó a Azahara y la recostó, ordenándole a Nayla llamar al médico.

Ella salió corriendo, dejando atrás murmullos sobre la reclusión de su madre. El médico examinó a Azahara mientras Abdel no se apartaba de su lado, preocupado.

El galeno, consciente de la tensión en la habitación, decidió no insistir y se enfocó en Azahara, quien yacía en la cama con un semblante de agotamiento.

Nayla, con la mirada fija en Abdel, rompió el silencio con una pregunta que reflejaba su desesperación:

“¿Qué es lo que hemos hecho para merecer todo este castigo?” Abdel, con una mirada que denotaba seriedad y reproche, le respondió con otra pregunta.

“¿Deseas que te recuerde lo que has hecho, Nayla?”.

La joven, temblando ante la posibilidad de revivir su pasado, reconoció sus errores y las marcas que estos habían dejado en su cuerpo y alma.

Con valentía, enfrentó a Abdel y defendió a su madre:

“Sin embargo, mi madre no tiene la culpa… si alguien es culpable, soy yo, no la castigues a ella, por favor”.

Su súplica era tan sincera que estaba dispuesta a arrodillarse ante el Emir si eso significaba salvar a su madre de más sufrimiento.

Abdel, cuyo corazón se estrujaba al escuchar a Nayla, se mantuvo en silencio, su atención dividida entre la conversación y Azahara, quien era atendida por el médico.

Este último, tras examinarla, advirtió que debía reposar y mejorar su alimentación e hidratación, o de lo contrario su cuerpo no resistiría mucho más.

Abdel, con un gesto de asentimiento, prometió estar al pendiente.

Una vez que el médico se retiró, Nayla y Abdel quedaron solos con Azahara. Abdel, con firmeza, le indicó a Nayla que era mejor que se fuera.

Pero Nayla, con igual firmeza, se negó a abandonar a su madre.

Abdel, entonces, le aseguró que se haría cargo de Azahara y que, una vez mejor, ella volvería a su habitación.

Nayla, consciente de los rumores que ya circulaban por el palacio sobre la situación de su madre, desafió la decisión de Abdel, preocupada por la reputación de Azahara. Abdel, sin embargo, le pidió que se fuera y le permitiera resolver la situación a su manera.

Nayla, sin más opciones, solo pudo pedirle que no le hiciera daño antes de salir de la habitación.

Mientras Nayla se alejaba, Abdel se quedó mirando a Azahara, cuyo rostro pálido y ojos rodeados de sombras oscuras reflejaban su sufrimiento.

La culpa lo golpeó con fuerza, haciéndole cuestionar sus propias acciones y si no estaría siendo tan dañino como Zaida, la mujer que tanto despreciaba.

Se preguntaba si Azahara era otra víctima más de las circunstancias.

Por otro lado, en un ambiente completamente distinto, Jenna y Scarlett disfrutaban de un momento de complicidad mientras preparaban la sorpresa para Assim.

Scarlett, con su experiencia y seguridad, guiaba a Jenna, quien estaba ansiosa por compartir la noticia de su embarazo.

“¿Estás segura de que le va a gustar?”, preguntaba Jenna mientras elegían una diminuta túnica. Scarlett, con confianza, le aseguraba que a los hombres les gustan ese tipo de sorpresas.

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