La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 111
Capítulo 111:
“¡No me hables de crueldad, Azahara, no te atrevas!”, gritó Abdel desesperado.
“¡No tengo la culpa de lo que pasó, Abdel! Tal como tú, también fui una víctima de mi hermana”, sollozó Azahara.
“¿Crees que estuve de acuerdo con participar en todo esto? ¿Quién de todos crees que ha perdido más?”, cuestionó con enojo, con toda la rabia que había acumulado con el paso de los años.
Abdel dio un paso atrás cuando Azahara se puso de pie.
“Dime, ¿Quién ha perdido más en todo esto? ¿Tú? Tú tuviste un matrimonio estable, viste nacer a tus hijos, los cuidaste con amor y devoción, dime ¿Qué obtuve yo, Abdel? ¡Dime!”, gritó Azahara.
El dique que había guardado todo el dolor en el corazón de Azahara se rompió por completo y todas sus emociones y sentimientos se desbordaron como una caldera de lava ardiente.
“¡Tuve que conformarme con ser la segunda esposa de un hombre al que jamás pude amar! ¡Viví con el dolor de saber a mi único hijo muerto! ¿Cómo crees que me sentía cada vez que te veía a la cara?”, sollozó Azahara.
Abdel recordó las veces que ellos se encontraron y Azahara siempre le rehuía. Entonces él no estaba interesado en saber y lo había atribuido a su carácter sumiso.
Pocas veces venía al palacio y su relación con Zaida no era estrecha.
Ahora sabía el porqué.
“No debiste callar”, dijo Abdel.
Azahara sollozó.
“¿Cómo esperabas que te lo dijera? Estabas ciego por Zaida, la amabas hasta el punto de idolatrarla y cuando ella anunció su embarazo celebraste por semanas la llegada de tu primogénito, mientras yo era arrastrada lejos de la ciudad para ocultar mi embarazo, para que nadie supiera que te daría un hijo, tu primer hijo”, dijo Azahara con la voz rota y la mirada perdida.
El fugaz momento de valentía se le había esfumado con la verdad.
Azahara, con la mirada perdida y sollozando, confesó a Abdel:
“Viví sola durante todos esos meses, Zaida venía ocasionalmente a verme. Me aseguró que cuidaría a mi hijo como si fuera suyo, pero… me mintió”.
Abdel sintió el impulso de acercarse y abrazarla, su dolor era palpable, pero las heridas del pasado lo mantenían inmóvil, como una estatua de mármol.
Continuó su relato con voz quebrada:
“Estaba sola el día que iba a dar a luz, tenía muchos dolores y perdí el conocimiento un par de veces. No sé en qué momento Zaida llegó con la partera, yo estaba tan débil que ni siquiera recuerdo si mi hijo lloró, perdí mucha sangre y la mala práctica me provocó una infección que casi terminó con mi vida. Yo sobreviví, pero aquel niño fue el único que pude llevar en el v!entre. El niño que he creído muerto todos estos años, Abdel, mi hijo vive y no habrá peor infierno para mí que no saber de él. ¿Quién es? ¿Dónde está? ¿Cómo es?”
Lloró con amargura y preguntó rota de dolor:
“¿Crees que existe peor castigo que este, Abdel? ¿Piensas que vas a herirme más de lo que ya Zaida lo ha hecho?”
Azahara, desesperada, cayó de rodillas frente a él y suplicó:
“Castígame todo lo que quieras, hazme el blanco de tu odio y de tu desahogo, Abdel, pero ayúdame a encontrar a mi hijo, a nuestro hijo”.
Abdel, con los puños apretados hasta blanquear sus nudillos, miró a Azahara y se alejó lo suficiente como para no arrodillarse delante de ella.
Su voz firme y determinada rompió el silencio:
“No saldrás de esta habitación, Azahara”.
Ella, asustada por la decisión de Abdel, protestó precipitadamente:
“¡No puedo dormir contigo!”.
Abdel, con una acusación sin contemplaciones, replicó:
“Ya lo has hecho antes, Azahara, no creo que te cueste mucho volver a hacerlo”.
Azahara palideció, y Abdel se maldijo por sus palabras. Aclaró rápidamente:
“No saldrás de aquí, no voy a darte ninguna ventaja para que puedas huir, estaremos en la misma habitación, pero nada más”.
Azahara, consciente de que dormir en la misma habitación alimentaría los rumores y chismes en el palacio, se resignó a la falta de opciones y preguntó con un hilo de esperanza:
“¿Vas a buscarlo?”. Abdel asintió en silencio, se giró y salió de la habitación, necesitaba alejarse y pensar en cómo encontrar a su hijo.
Mientras tanto, Nayla corría por los pasillos del palacio buscando a su madre.
Nadie respondía a sus preguntas, y aunque sabía que no era apreciada por la gente del lugar, no esperaba tanta crueldad.
Exhausta, se reclinó sobre un pilar y vio a Abdel abandonar el palacio.
Abrazada al pilar, Nayla consideró la posibilidad de convencer a su madre para dejar el palacio y la ciudad, para empezar de cero en un lugar donde nadie las juzgara.
Fue entonces cuando Ahmed apareció, como si el destino los uniera en los peores momentos.
“Ahmed, pensé que te habías marchado con Farid”, dijo Nayla, olvidando las formalidades.
Ahmed le corrigió:
“No trabajo para el Señor Farid. Y ante la ausencia del Señor Hassan, me ha indicado que permanezca en este palacio para cuidar de su cuñada y su hijo”.
Nayla, recordando la presencia de otra mujer que podría captar la atención de la alta sociedad, preguntó discretamente:
“¿Has visto a mi madre?”.
Ahmed negó con la cabeza:
“No, acompañé a la Señora Kalila hasta el aeropuerto y luego me ocupé de algunas cosas pendientes con Assim en el palacio del Señor Hassan, estoy llegando. ¿Pasó algo con la señora Azahara?”. Nayla asintió, preocupada por lo que podría haberle sucedido a su madre.
Nayla susurró preocupada:
“No la he visto desde hace mucho tiempo y nadie parece haberlo hecho”. De repente pensó que quizá su madre se había marchado sin ella.
Ahmed, percibiendo la urgencia, se ofreció:
“Déjame ver si averiguo algo, ¿Puedo buscarte en tu habitación?”.
El rostro de Nayla se tiñó de rojo, pero Ahmed aclaró rápidamente:
“Quiero decir, llamaré a tu puerta si tengo noticias de tu madre”.
Nayla asintió y se alejó con una extraña sensación en el corazón.
Mientras tanto, Azahara miraba desde la ventana las luces de la ciudad, perdida en sus pensamientos sobre el hijo que creyó muerto y que ahora debía ser todo un hombre.
…
Lejos de ahí, ajenos a la tensión del palacio, Hassan y Sienna llegaban a Italia para iniciar su luna de miel. Al ver a Sienna cansada, Hassan preguntó:
“¿Cansada?”.
Ella susurró:
“Echo de menos a Hassan, me pregunto qué estará haciendo”.
Hassan la abrazó para reconfortarla:
“Debe estar muy bien, Scarlett es su tía”. Sienna confesó sentir culpa por dejar a su hermana toda la responsabilidad.
Hassan le contó que Scarlett se había negado a contratar una niñera, pues podía encargarse de Hassan mientras estuviera en Dubái.
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