Capítulo 109:

Ella no era Zaida, jamás podría cometer todos esos crímenes que pesaban sobre la espalda de su hermana.

Un sollozo salió de su garganta.

“Ojalá pudiera arreglar un buen matrimonio para Nayla, solo entonces podría marcharme sin importar mi suerte”, murmuró con lágrimas en los ojos.

Entre tanto, Abdel saludó a su hermana.

“Abdel, lamento no haber venido antes”, se disculpó la bella mujer.

“Kalila, ¿Cómo has estado?”, preguntó.

“Bien, bien y ¿Tú?”

“Debes estar al tanto de todo lo que ha pasado, ni siquiera sé cómo mirarte a la cara”, dijo bajando el rostro.

“No ha sido tu culpa, Abdel, no tenías idea de la clase de mujer que era Zaida”, lo consoló.

“¡Mató a nuestro padre!”, refutó él.

“No fue tu mano quien lo hizo, Abdel. No puedes vivir con una culpa que no es la tuya”.

“¡No debí casarme con ella!”

“Tampoco tuviste muchas opciones, fue nuestro padre quien estuvo de acuerdo. Fue él quien trajo a esa familia a nuestras vidas y él terminó pagando con la suya”.

Las manos de Abdel temblaron y su corazón se encogió dentro de su pecho hasta el punto que creyó dejaría de latir.

“Querido Hassan. El más querido y amado de mis tres hijos y quién menos supo valorar mi amor. Te amé tanto, que fui capaz de hacer todo por mantenerte en la línea de sucesión de tu padre y en este momento final de mi vida, no sé si hice lo correcto o debí dejar que el primer hijo de Abdel ocupara tu lugar”.

“Puedo adivinar la confusión en tu rostro mientras lees estas letras que llevan mi confesión final. No eres tú el heredero de Abdel, sino el hijo que él engendró con otra mujer en la noche de nuestra boda”

Abdel apretó la hoja entre sus manos hasta arrugarla, mientras luchaba para ahogar el g$mido que subió por su garganta.

¿Qué es lo que Zaida había hecho?

¿Cómo que tenía un hijo con otra mujer?

El dolor le atravesó como un rayo y, aunque deseaba no leer el resto del contenido de la carta, ahora debía hacerlo, tenía que saberlo.

“Engañar a Abdel no era tarea fácil, no podía yacer con él en nuestra noche de bodas, puesto que no era una mujer v!rgen, como tu abuelo había asegurado. Antes de tener un golpe de suerte y encontrarse con los pozos de petróleo en nuestra pequeña propiedad, hice de todo para llevar un poco de dinero a casa y que no pasáramos tantas necesidades. Para cuando mi padre cerró el trato con Niam Rafiq, ya no tenía nada que ofrecerle a Abdel. Ya no era pura y el temor de ser rechazada y repudiada fue superior a mí. Mi instinto de supervivencia me llevó a cambiar mi lugar y poner a mi hermana, joven, v!rgen y sumisa a su disposición”.

La respiración de Abdel se cortó en ese preciso instante, leer cada palabra escrita por el puño y letra de Zaida era chocante, aberrante.

“Azahara era joven y hermosa, tenía algo que yo no podría recuperar jamás. Inocencia. Así que, alguien también debía sacrificarse para lograr entrar por la puerta grande en la sociedad Emiratí. Sin embargo, no esperé que en su joven v!entre el primer hijo de mi marido fuera a crecer. ¡Lo cual no podía permitir que sucediera, la llevé lejos del palacio, lejos de mis padres y lejos de Abdel! Ella dio a luz un niño, un heredero para el Emir, pero tú venías en camino y entre él y tú… Eres mi hijo, Hassan, y por ti, he sido capaz de matar sin ningún maldito remordimiento”

Abdel lanzó al piso lo primero que en su camino se cruzó.

Tenía tanta ira, rencor y dolor por partes iguales.

¡Zaida era una maldita bruja!

Su maldad no conocía límites.

Usar a su propia hermana y luego…

¿Qué?

¿Asesinar a su padre porque seguramente descubrió la verdad?

Flashes de lo ocurrido aquella noche muy lejana llegaron a su memoria.

La fiesta espectacular que se había llevado a cabo con motivo de su matrimonio, los días que duraron los rituales, esperando por el momento de la consumación de su noche de bodas.

La poca iluminación de la habitación lo recibió, había velas por todas partes, excepto alrededor de la cama, lo que hacía el momento por demás romántico. Abdel se acercó lentamente mientras sus prendas fueron cayendo sobre el piso.

Él se acercó y miró con deleite a su esposa, quien mantenía su rostro cubierto por el velo de novia que recién utilizó en su boda.

Abdel no dudó ni un solo segundo en hacerla suya, en perderse en su cuerpo y marcarla para el resto de sus días.

Él estaba perdido en el deseo, en la pasión que Zaida despertaba en él, que se entregó sin reserva.

Aquella noche la hizo suya con tal fervor que estaba seguro de que, de su noche de pasión, nacería su primer hijo.

¡Y lo había hecho, aquella noche había embarazado a la mujer que durmió con él, pero que no era Zaida!

Abdel no podía describir con palabras lo que sentía en ese momento. Zaida le había arruinado la vida por completo.

Era una hiena sin corazón, sin arrepentimientos.

¿Qué es lo que había hecho él para merecer tal castigo?

¿En qué se había equivocado?

¿Cuál había sido su error?

Amarla más de lo que se merecía.

¡Amarla más que a sí mismo!

La rabia corrió como lava por sus venas y pronto la habitación se convirtió en un desastre, como si un huracán hubiese pasado por allí, sin embargo, nada aplacó el enojo, la ira y la decepción en el corazón de Abdel, quien cayó de rodillas sobre aquel desastre que había provocado, llevándose una mano al pecho y llorando por la traición de la que había sido víctima.

Los ruidos alertaron a los empleados, pero ninguno se atrevió a irrumpir en la habitación de Abdel.

“¿Qué es lo que pasa?”, preguntó Azahara.

“No lo sabemos, solo pueden escucharse ruidos, como si alguien estuviera peleando allí dentro”, dijo una de las muchachas.

Azahara recordó la mano herida de Abdel y se temió lo peor, por lo que sin llamar a la puerta entró, arriesgándose a ser echada de la peor manera, sin embargo, no esperaba encontrarse con aquel desastre y menos con Abdel en medio de todo, con el rostro bajo y los hombros temblando como si llorara.

El corazón se le estrujó dentro de su pecho y por un momento se quedó paralizada, viéndolo.

“Señor”, se atrevió a decir, él no reaccionó, así que pensó que no la había escuchado.

Azahara se aventuró y caminó un par de pasos para llamarlo de nuevo y el resultado había sido el mismo, lo cual la preocupó y pensó en llamar a Farid o Jenna, uno de los dos podría venir.

“Abdel”, llamó, esta vez usó su nombre y su mano se posó sobre el hombro del hombre.

“No me toques”, susurró con la voz crispada, haciendo que Azahara diera un paso atrás.

“Lo siento”, dijo, tragando el nudo que se había formado en su garganta.

“Dudo mucho que sepas lo que significa esa palabra, Azahara. ¿Te has divertido viéndome la cara de idiota?”, preguntó levantando el rostro y mirándola con un profundo resentimiento que congeló a la mujer en su sitio.

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