Capítulo 104:

“¿Puedo tener un último deseo?”, preguntó.

“Solamente necesito lápiz y papel, nada más”, dijo, y el guardia asintió, concediendo su último deseo.

Mientras tanto, los días pasaban y Azahara asistía a Sienna en los preparativos de la boda.

“Gracias, Azahara”, dijo Sienna, pero Azahara se mantuvo firme en su papel de empleada. Abdel apareció en la terraza, y Sienna le pidió a Azahara que se retirara.

“No tiene que ser tan duro con ella, Señor Abdel”, dijo Sienna, pero Abdel no podía olvidar el daño que la familia de Zaida había causado a la suya.

“Dejemos que el tiempo pase y muestre las verdaderas intenciones de la señora Azahara”, sugirió Sienna, confiando en ella. Abdel asintió, aunque no compartía la confianza de Sienna.

“¿Por qué se complican tanto la vida?”, preguntó Scarlett.

“Está herido, Scarlett, y puedo entender su dolor. Por mucho tiempo me sentí traicionada por papá, sentí que no había valorado mi trabajo, ni mi esfuerzo al vender la compañía, sin embargo, desconocía que su enfermedad le había llevado a hacer préstamos muy grandes, con la intención de no tocar el capital de la empresa y cuando no pudo más, resolvió vendiéndole a Hassan y haciéndole firmar un contrato de matrimonio”, explicó Sienna, su voz reflejando una mezcla de entendimiento y resignación.

“Algo que no debió hacer”, refutó Scarlett con un tono agrio, aún luchando con la aceptación de las acciones de su padre.

“Es lo que pensé durante muchas semanas, pero luego me di cuenta de que fue su única manera de protegernos. Él estaba muriendo, Scarlett, sin embargo, su preocupación seguíamos siendo nosotras y nuestro futuro”, continuó Sienna, su voz suave pero firme, convencida ahora de las intenciones de su padre.

Scarlett dejó derramar su llanto, no lo había visto de esa manera. También había juzgado a Steven con dureza.

“Quizá tengas razón, Sienna”, admitió finalmente.

“Ahora que soy madre, sé que haría y daría lo que fuera por proteger a mi hijo”, dijo Sienna, su voz llena de la determinación que da la maternidad.

“Ya no hablemos de cosas tristes, tu boda está a la vuelta de la esquina y todo tiene que ser como un cuento de hadas”, pronunció Scarlett, limpiándose las lágrimas y cambiando el tono de la conversación hacia algo más alegre y esperanzador.

Sienna asintió, mientras recibía a Hassan entre sus brazos, su bebé cada día se parecía más y más a su padre, excepto por sus cabellos de oro, que brillaban con luz propia.

Mientras tanto, Hassan y Assim se reunían en la oficina.

“Ya no puedes seguir siendo mi consejero, Assim”, informó Hassan, algo que descolocó al hombre.

“¿Me está despidiendo?”, preguntó Assim con inconformidad.

“No seas tonto, Assim, por supuesto que no”, aseguró Hassan.

“¿Entonces? No entiendo”, refutó el hombre, buscando claridad.

“Ahora eres parte de la familia, Assim, por lo que tendrás que buscar un hombre con tus capacidades y tu instinto suicida”, mencionó Hassan, con una ligera sonrisa en los labios.

Assim gruñó ante las palabras de Hassan, mientras él sonreía y agradecía no tener otra hermana a quien su nuevo consejero pudiera seducir.

“Ahmed me parece un hombre responsable e inteligente, ha estado en el palacio desde que era un bebé”, sugirió Assim.

“¿Ahmed, el hermano de Halima?”, preguntó Hassan.

Assim asintió.

“Él mismo, ha llevado con diligencia los encargos que su padre ha destinado para él sin ningún problema, me atrevo a decir, que es un excelente candidato para estar a su lado”, continuó.

Hassan no tenía mucho contacto con la gente que trabajaba para su padre, pero confiaba en el juicio de Assim.

“Si piensas que es el candidato perfecto, pues habrá que darle una oportunidad”, respondió.

“Le haré llegar la invitación para que se presente ante usted”, dijo Assim.

“Deja de llamarme de esa manera, Assim”, insistió Hassan.

“Es un poco difícil”, comentó Assim, y Hassan resopló.

“Bueno, como quieras”, concedió.

“Entre tanto, tú serás responsable de la fábrica de Aluminios en Abu Dabi”, anunció Hassan.

“Como usted ordene”, respondió Assim, sin atreverse a tutear a su cuñado.

“Eres un caso perdido, Assim”, dijo Hassan, y él sonrió.

Una hora más tarde, la Familia Rafiq se reunió en el palacio de Hassan para la cena, mientras Azahara, con la ayuda de Nayla, se encargaba de ultimar los detalles de la boda. Tenían tres semanas, pero parecía tiempo insuficiente, por lo que solicitaron la ayuda de otros miembros de la servidumbre para completar el trabajo.

Mientras tanto, en la prisión, Zaida sintió la caricia de la muerte.

Finalmente, el castigo ojo por ojo había sido aplicado en ella. Moriría de la misma manera que asesinó a su suegro.

Envenenada.

“Entrega esta carta en palacio”, dijo con cierta dificultad, su respiración empezó a ser lenta y el aire empezó a escasear, llevando poco o nada a sus pulmones.

Zaida cerró los ojos, estaba muriendo con cada segundo que pasaba, el aire fue siendo menos hasta que el último suspiro le llegó y sin arrepentimientos, ella murió.

Los suaves toques a la puerta hicieron que Abdel dejara de lado los documentos sobre su escritorio y pronunciara un fuerte:

“Pase”, para recibir a quien llamaba.

“Señor”, pronunció el hombre haciendo una ligera inclinación, el cuerpo de Abdel Rafiq se tensó como la cuerda de una guitarra, pues no esperaba ver al jefe de la policía ese día en su residencia y menos a escasos días de la boda de Hassan.

“¿Qué lo trae por aquí?”, preguntó Abdel, levantándose de su asiento y saliendo de detrás de su escritorio.

“Me temo que no son buenas noticias, señor”, respondió el hombre, mientras apretaba el sobre blanco detrás de su espalda.

“Al mal trago hay que darle prisa”, respondió Abdel, adoptando el dicho de Sienna.

“La señora Zaida… ha muerto”, anunció el hombre.

Abdel se giró al escuchar la noticia, miró hacia el patio de su palacio, recordando los momentos compartidos con Zaida y sus hijos.

Su matrimonio, que una vez creyó sólido, no era más que una ilusión.

“¿Qué debemos hacer?”, preguntó el hombre ante el silencio de Abdel.

“Preparen todo y no hagan ruido. Mi hijo se casará en breve y no quiero que esto empañe su momento de felicidad”, ordenó Abdel, decidido a proteger la alegría de su familia en un momento tan especial.

El hombre intentó rebatir, pero al final asintió.

“Como usted ordene, señor”, dijo, haciendo una ligera reverencia antes de retirarse.

“Tenga todo dispuesto, llegaré por la noche”, agregó Abdel, esperando que el hombre se marchara.

“Señor”, llamó el hombre con cierto nerviosismo, haciendo que Abdel se girara para verlo.

“¿Hay algo más en lo que pueda ayudarle?”, preguntó con frialdad, conteniendo las emociones que le embargaban bajo siete candados en su corazón, aunque sabía que era cuestión de tiempo.

“La señora tuvo un último deseo”, dijo, haciendo una pausa, como si no se atreviera a decir lo que tenía que decir.

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