La enfermera del CEO
Capítulo 8

Capítulo 8:

Se pone pálida en cuanto comprende lo que ha dicho.

Es claro que esta mujer no tiene ningún filtro para medir lo que dice.

Lo que piensa lo suelta y ya.

Trato de aguantarme la risa, no quiero que descubra que la estoy molestando.

«No señor Fairchild, para nada.»

«Dime Alec, cuando me llamas señor, me haces sentir de cincuenta años.»

«Está bien, Alec.»

«No deseo nada, no se preocupe. ¿Por qué no se sienta aquí frente a mí y me hace los masajes que comentó?»

«¿Aquí?»

«Sí, aquí»

Incito a que se siente frente a mí.

«Tal vez si se recuesta sobre una de estas», señala las sillas de piscina que están a un lado, pero la verdad es que no tengo ganas de moverme de aquí.

Antes de que pueda responder, uno de mis empleados entra en la zona de piscina.

«Señor Fairchild, afuera está uno de los accionistas de la empresa, dice que desea verlo con urgencia.»

«Gracias, hazlo pasar», ordeno.

Madison se queda ahí de pie sin saber qué hacer, es evidente que se siente muy perdida, como un pez fuera del agua.

«Puedes retirarte por ahora.»

«Pero señor… Alec, no puedo…»

«Que te vayas ahora te digo, no me hagas repetir las cosas dos veces, no me gusta.»

«Muy bien, como desee.»

Sale disparada por el mismo lado por el que me trajo, ahora mismo no me importa si he herido sus sentimientos, esta conversación es demasiado importante como para dejar que una completa desconocida la escuche.

Es raro que justo venga uno de los accionistas a mi casa cuando ayer se dio la reunión. Tal vez él sí pueda decirme lo que sucede.

De todos los que me pude esperar que viniesen, jamás creí que Bob Patterson en persona sea quien venga.

Él si acaso me había enviado una nota deseando mi pronta recuperación.

Nunca he sido santo de su devoción, de hecho, estuvo muy molesto cuando mis padres fallecieron y me nombraron a mí el CEO de las industrias Fairchild.

«Bob,» saludo.

«Alec, es un gusto volver a verte.»

«Ahórrate las presentaciones falsas, dime a qué has venido, Bob. Es raro que precisamente seas tú quien pase por aquí.»

«Bueno, admito que no vine a verte cuando pasó todo eso del accidente, lo siento, no me gustan los hospitales, ni…»

«Ni las personas lisiadas.»

«Yo no dije eso.»

«Pero es lo que piensas, lo veo en tu cara de lástima hacia mí.»

«Alec, no vengo aquí a atacarte ni mucho menos. Sé que no estuve de acuerdo con tu nombramiento como CEO de la empresa, pero esto se está saliendo de control ya.»

«¿De qué estás hablando?»

«Sé que no quieres volver a la empresa luego de todo lo que has pasado, y has dejado a tu esposa a cargo de todo, pero en estos meses…»

«Espera, ¿Qué has dicho?»

«No es mi intención juzgar tu proceso de recuperación, es obvio que no quieras volver, pero tienes que hacer algo con tu mujer.»

Trato de no mostrar ninguna emoción de sorpresa ante lo que me acaba de decir.

¿Qué yo no quiero regresar?

Pero ¿De dónde ha sacado eso?

«Explícate mejor, ¿Qué es lo que está haciendo mi esposa? Yo confío plenamente en ella.»

«Y no lo dudo, pero desde que la dejaste a cargo, la administración del dinero, pues… no es que yo esté insinuando nada.»

«Ve al grano, déjate de rodeos.»

«Se ha estado desapareciendo el dinero, es todo lo que sabemos. La junta de ayer en parte fue para eso. Por supuesto que su esposa lo ha negado todo.»

«Y con justa razón, ¿Cómo te atreves a venir a mi casa y acusar a mi mujer de robarme?»

«Que te vayas te digo,» interrumpí, levantando la voz.

Bob sale de la habitación en silencio, sin una palabra más.

Lo he echado, pero eso no me alivia para nada.

Es algo que ni siquiera me he puesto a pensar en lo que me pasó, no he tenido tiempo ni espacio mental para procesar lo que hace o deja de hacer mi esposa.

Conozco a Jennifer desde que tenía veinticinco años, cuando entré en uno de esos bares.

Su cuerpo de infarto y su cabello rubio fueron lo primero que llamó mi atención, no puedo negarlo.

Era algo que hubiese deseado en ese momento, sin embargo, ahora me he atascado con algo. Hago todo mi esfuerzo, no obstante, es imposible poder moverme de aquí.

«¡Arrg!,» gruño de frustración.

Odio tanto estar aquí.

«¡Madison!,» llamo.

«¡Venga aquí!»

La enfermera se demora un par de minutos, pero al final la veo volver desde el mismo lugar por el que se fue.

«Dígame, Alec.»

«Ayúdeme a volver adentro, tengo que hacer algo importante en el despacho.»

Se pone detrás de mí y consigue sacar la silla de donde se atascó sin mucho problema.

Entramos a la casa y ella me conduce hasta la oficina. Si algo raro pasa con los fondos de la empresa, ahí debe estar la respuesta.

«Me retiraré,» dice cuando me deja frente al escritorio.

«No. Voy a necesitar su ayuda.»

No es que me encante la idea de dejarla ver los documentos confidenciales de la empresa, pero no tengo la misma agilidad de antes, necesito sacar documentos de las estanterías, y tal vez hacer algunas llamadas y revisar cuentas en la computadora.

Madison asiente y se queda a mi lado, mientras le ordeno sacar una carpeta tras otra.

No me gusta lo que estoy viendo.

Lamentablemente, Patterson tiene algo de razón. Los números no cierran. Esto lo debo hablar con mi esposa a solas.

Pasan las horas y ni siquiera me doy cuenta de cuando se hace de tarde. Ni siquiera he almorzado, y ella tampoco.

«¿Tiene hambre?,» pregunto, seguido, un rugido sale de su estómago, delatándola.

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