La enfermera del CEO -
Capítulo 70
Capítulo 70:
«¿Un tatuaje? ¿Tú?»
Cuestiona con sorpresa.
«Eso tengo que verlo.»
«Lo siento, pero no se puede, tendrás que creer en mi palabra.»
«Eso solo puede significar que está en una zona prohibida, ¡Ja! Madison Jones, no eres tan santa como pareces.»
«¿Ah, te parezco santa?»
«Por supuesto, hasta deberían ponerte una beatificación, ¡Oh santa Madison! Abogue por mí», bromea carcajeándose.
Yo también me echo a reír, hasta que la puerta se abre de golpe. Nos quedamos callados al ver entrar a Jennifer.
«Viniste», dice en un susurro.
«Te dije que lo haría. Incluso a Mason le pareció una buena idea. ¿Dónde está?»
«¿Mason te dijo que vinieras?», pregunta con desconcierto.
«No sé dónde está, pero si quieres voy a buscarlo.»
«Sí, por favor. Necesito que me informe todo lo que lleva», le pido a la esposa de Alec.
«Muy bien.»
Ella sale del lugar a paso veloz.
Me sorprende la manera en la que se relacionan, es como si fuesen dos desconocidos, ni siquiera compañeros de trabajo, porque al menos en ese tipo de relación, se habrían saludado más animadamente.
«Madison, si quieres puedes irte a la cafetería o a pasear, aquí no voy a necesitar de tu ayuda por el momento. Esto será tardío y aburrido.»
«¿Y si me necesitas?»
«Te llamaré, no te preocupes.»
Asiento y me voy de allí enseguida.
No quisiera toparme con el sujeto de la otra vez.
Bajo por el ascensor y cuando llego a la calle, decido ir a uno de los cafés que están en frente, por lo menos ahí no me lo encontraré.
Me preocupa dejar a Alec solo con ese nido de falsos y tramposos, empezando por la esposa y terminando con todos los demás.
A veces creo que estoy cometiendo un grave error al no decirle lo que sé.
Me siento en una de las mesas luego de haber pedido mi orden y para distraer mi mente, comienzo a revisar el celular.
Es por eso que no me doy cuenta cuando alguien se queda de pie justo frente a mí.
«¡Madison Jones! ¡No puedo creerlo!, ¡eres tú!», escucho una voz familiar.
Levanto la mirada, pero no me hace falta, reconocería esa voz donde fuese.
«¡Tania Friedman! ¡Oh por Dios!», exclamo sorprendida, levantándome de un salto y rodeándola con mis brazos.
Hacía tanto tiempo que no la veía, desde la muerte de Caleb para ser exactos.
«Encontrarte aquí tiene que ser arte del destino, ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿tres años?»
«Cuatro, casi cinco», corrijo.
«¿Puedo sentarme?», pregunta.
«Por supuesto.»
Ella toma la silla frente a mí y apoya sus codos sobre la mesa mirándome con curiosidad.
Tania había sido mi mejor amiga por muchos años, pero cuando Caleb murió, me distancié de todo lo que me recordaba a él, incluyéndola a ella.
«¿Cómo está tu hijo? Ya debe estar muy grande.»
«Sí, de hecho, hace poco cumplió siete años.»
«¡Oh! Me alegro», dice con una pausa, tomando un sorbo de su café.
«¿Qué haces por aquí? Yo estoy de paso porque he salido de una jornada de cuarenta y ocho horas de guardia en el hospital», comenta.
Es gracioso que intente usar sus trucos para conseguir chisme conmigo. Ha pasado tiempo, pero no tanto como para haberlo olvidado.
«De hecho, también estoy trabajando como enfermera.»
«¿De verdad? ¿Dónde?»
«No se trata de ningún hospital, estoy cuidando a una persona con discapacidad.»
«Ah, ya veo. Pues me alegro mucho por ti. Ha sido bueno volver a verte. Luego de lo de Caleb, pensé que dejarías la carrera.»
Aquella época fue muy oscura para mí, no quisiera recordarlo, pero es inevitable cuando un fantasma del pasado vuelve.
Lo que ella dice es verdad, estuve a punto de dejar la carrera, el agobio de cuidar a un bebé siendo madre soltera, haber perdido al amor de mi vida, y además era muy joven, solo tenía veinte años. Pero fue mi mismo hijo quien me motivó a continuar, por él logré terminarla.
Tania y yo conversamos un buen rato hasta que las dos nos tenemos que ir, cada una por su lado. Alec me llama para que vaya a almorzar con él.
«¿No debería comer con su esposa?» pregunto.
«Hay muchas cosas que debería hacer con ella y simplemente ya no hago», murmura.
Entonces, finjo que no he escuchado lo que ha dicho Alec, asumiendo que probablemente no quería que yo lo escuchara.
«Seguro que tuvo algo muy importante que hacer,» menciono después en voz más alta, reconociendo la situación incómoda.
Alec suspira con pesadez y cambia su semblante.
«Sí, seguro,» responde, sacudiendo un poco la cabeza.
«Pero bueno, eso no importa ahora. ¿Qué quieres comer?»
Pregunto si puedo elegir y Alec asiente, invitándome a escoger algo.
«¿Y si pedimos del foodtruck?»
Sugiero, buscando algo diferente.
«¿El de las donas?»
Cuestiona Alec con una ceja enarcada.
«No es el único que existe, ¿Sabes?»
«Bien, dejaré que sea una sorpresa entonces, pero por favor, no pidas nada demasiado loco,» dice Alec finalmente.
Al final, termino ordenando algo más normal: unas buenas costillas de carne en salsa con gaseosas.
Alec se sorprende un poco por mi elección, pero cuando prueba la comida, no pone ninguna queja.
Pasamos el resto de la tarde juntos en la oficina, a pesar de que Alec me volvió a ofrecer irme. Sin darnos cuenta, la tarde cae bastante rápido.
Reviso la hora y me doy cuenta de que ya casi son las siete.
Debería estar en casa ya, pero veo lo concentrado que está Alec en su trabajo y no me atrevo a interrumpirlo.
En ese momento, una llamada entra a su celular.
«¿Puedes contestar?», me pregunta Alec.
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